Escribir el final de una historia es una necesidad. "Heme aquí, ya al final, y todavía no sé qué cara le daré a la muerte", decía Rosario Castellanos de una sensación que se repite frecuentemente; la de desconocer cómo gestionar el abandono de lo que más nos ha dolido. A menudo se verbaliza como eufemismo negativo. "Cerrar el círculo" (mientras aquel cerró los ojos y el otro de más allá hizo lo propio con el capítulo final de una serie literaria) ha sido la mejor forma de comunicar el momento antes de la nada. De colocarle una carga negativa porque ya no es abrirnos a otro mundo, sino cerrarnos en filas para proteger nuestra miseria. Porque existen, en la ficción como en la vida, que a veces son dos patas de un mismo balancín, las clausuras abiertas, viciadas, retorcidas y eternamente repetidas. Uno de sus mejores representantes en el planeta es 'The Walking Dead', una serie que vive en bucle y respira para matarnos a golpe de cliffhanger. Es la reina del "parecía que sí", pero nació en una humilde urbanización con vistas a un estercolero.
Desde hace varias temporadas (no en balde debemos recordar que vamos a retomar la octava), la creación de Robert Kirkman nada en la marmita de la moralidad barata y el bostezo ininterrumpido. En How it's gotta be se tomó en serio a sí misma para regalarse uno de los capítulos más ociosos de los últimos años. Para bien (y sobre todo para mal), también fue el lugar en el que Rick y Negan se enfrentaron después de un puñado de amenazas y tentativas; y lo hicieron como si quisieran ser para Greg Nicotero y Scott M. Gimple lo que las bellezas fueron para Paul Gauguin: imposturas de altísimo coste. Llegaron tarde, a todo. Al caos que Carl se había encargado de perpetrar, a la demanda, ya no del aficionado, sino de la propia televisión. Llegaron tarde a su propia muerte como personajes que ya no quieren decirnos nada ni con las palabras como arma. No en vano nos concentramos en sus figuras, dos pilares sobre los que se mueve el resto de la ficción. Tienen toda la importancia que un personaje querría para sí en cualquier libro de Fiódor Dostoyevski, oscuros, tiernos en su complejo de superioridad.
Su caída -la de ambos- ha propiciado un choque de trenes entre los dos estilos que han transformado a 'The Walking Dead' en una de las series que más lucha contra sí misma en lo que lleva la industria televisiva grabando ficciones. Una fábrica de ultimísimas situaciones en las que, como penaliza el canon, siempre aparece Deus Ex Machina. Este recurso narrativo de malos guionistas y peores estudios tiene su propia nómina en la empresa y opera con alevosía y desenfreno. Los caminantes son un circo; Alejandría, Hilltop, El Reino y lo que queda del Bastión Salvador están esperando a que salga Truman Burbank de debajo de la cama. Quizás fue nuestro el error de creer en exceso que una serie que trata sobre la eterna huida no iba a hacer lo propio. Sus prioridades cambiaron en la sexta temporada, con la primera huella de Negan y sus secuaces, pero no han sabido llevarla a buen puerto y han sumido toda decisión en un estancamiento que roza el absurdo.
Y no es que nosotros seamos "la verdad", confesamos que el objeto de este artículo no es menoscabar la función que ha cumplido 'The Walking Dead' en sus nueve años de carrera televisiva, pero sí consideramos que la ficción de Kirkman debe cambiar ciertas cosas, algunas de enjundia y otras casi anecdóticas, para recuperar el 'punch', el 'mojo', el reino. Lo perdieron por jugar a engaño con tramas que descubrimos carentes, primero de entretenimiento - infumables charlas al calor de una hoguera con whisky barato- y, más tarde, de relevancia. Cómo volverán a cautivarnos depende del negocio, no obstante, aquí van nuestras 10 humildes propuestas. Abre bien los ojos maldito Scott.
10 cosas que debería cambiar 'The Walking Dead'
Suprimir tramas que entorpecen a la historia principal
En esos dos eternos episodios en los que Daryl y Beth hablaban sobre la vida que habrían querido y sobre la que iban a tener que pelear, todos tocamos el fango junto a ellos. Porque fue tremendo el tratado sobre la supervivencia más ñoña que nos preparó el equipo de guionistas. Qué manera de terminar un largo inicio de semana. Qué forma de vivir una experiencia extraña como es la anestesia local. Por tanto, creemos que ya está bien de rellenar espacio y tiempo con material burdo e irrelevante como si esto fuera un programita de televisión regional. Estamos en un punto en el que todo debe girar en torno a una persecución, una caza entre los dos bandos. Una que no deje tiempo ni siquiera a las lamentaciones, que arrase al espectador con ritmo, caos (dentro del orden en las set pieces) y mucho thriller. 'The Walking Dead' necesita tensión para alcanzar un nivel estable, necesita que los momentos de impacto como los grotescos asesinatos de Glenn y Abraham no den paso a sumisiones, a bucles sin gancho. Debe recuperar la intensidad y también la capacidad para crear incertidumbre. Más se perdió en la guerra, Scotty.
Reformular a Negan (o matarlo de una maldita vez)
El uppercut directo a la mandíbula se ha quedado sin fuerza. Lucille ya no se clava en el cráneo como antaño. Era evidente que Negan no iba a terminar con Rick a las primeras de cambio, pero qué mínimo que ejecutar las secuencias aplicando la lógica de una venganza que se ha cocinado durante meses. Qué mínimo que huir hacia delante y no escapar, con todas las consecuencias, si al sheriff le quitas el revólver y el hacha y le das un bate con alambre de espino y nombre propio. Podría catalogarse como encontronazo o confrontación violenta, pero más bien fue una batallita de egos bastante torpes que completó el decálogo negacionista. No, no y no, no vamos a permitir que esto termine. Sin embargo, quizás en ese golpe de efecto que sería matar a uno de los dos polos de la ficción encontrase 'The Walking Dead' una razón para seguir protagonizando nuestras veladas los lunes.
Más poder (de verdad) a las mujeres
Sabemos que Maggie se ha erigido como La Mujer dentro del universo 'The Walking Dead'. Sabemos que gobierna, a su manera, en Hilltop. Sabemos que su perfil ha cambiado hacia una suerte de enjuiciadora blandita. Pero también sabemos que un personaje tan idiota como Simon consiguió que The Widow se humillara rogando un ataúd para enterrar a otro personaje fútil. Nadie trata de rebelarse, nadie contempla la posibilidad de sacar los pies del tiesto. Y eso, Scott, nos produce una desazón tan grande. El problema es que la fórmula para La Gran Colisión se ha vuelto a repetir, con exactamente las mismas variables operando al mismo compás, con idéntica cadencia.
No tuvimos suficiente con el dantesco espectáculo que ofreció la ficción con el cliffhanger más impactante de su trayectoria, como para ahora convertirse en el día de la marmota. Demasiada importancia le han dado al puñado de estrategias que ha diseñado La Familia para resolverlo de un modo tan poco ambicioso. Un ejemplo bien claro es que el plan clandestino de Michonne, Tara y Daryl tiene a este como principal valedor y resulta en un ejercicio propio de Pierre Nodoyuna (Dick Dastardly). La de Kirkman es una serie coral en la que un personaje como Carol ha salvado repetidas veces a sus compañeros, algunas de manera inverosímil, como si con ella no fuese la cosa. Y en ese matiz está lo bello de todo esto; es capaz de liderar una iniciativa, ejecutarla y llevarla a buen puerto para, después, marcharse de allí sin métodos demasiado alambicados. Dispara y no pregunta. Rick, hablas demasiado.
Matar a Carl, Ezekiel, Richard y Simon. Que se dejen ya de tonterías.
Bordear los márgenes de la decencia televisiva fue regalarnos un momento que, en el fuero interno del inconsciente colectivo, 'The Walking Dead' llevaba reclamando mucho tiempo (tanto en las líneas de guión como en los despachos de AMC): el último suspiro de Carl Grimes. Después de liderar el movimiento de liberación ficticio más aplaudido de los últimos años, el hijo predilecto de Alejandría había sido alcanzado por el principal peligro de las primeras temporadas: los caminantes. Esos seres olvidados hasta por su propio creador han vuelto a jugar su mano y, bingo, han encontrado el tesoro que todos andábamos buscando. Así que, Scott, matar a Chandler Riggs contractualmente hablando -hasta su padre salió al quite denunciando la decisión- no puede traducirse en un Deus Ex Machina de esos que gustan en AMC (al ejemplo de Glenn nos remitimos).
Otro de los puntos es el que concierne a Ezekiel, un tipo que, desanimado por no haber cumplido con la responsabilidad que otorga su título impuesto después de que Shiva muera por la causa, prefiere ocultarse en su trono de papel. Momentos más tarde, reacciona y adquiere un comportamiento más de valiente idiota que llega tarde que de líder real. En cualquier caso, y hacemos referencia al "final" de su participación en How's gotta be, la serie debe prescindir de él. Por supuesto, si los buenos lloran, los malos también deben hacerlo. Richard y Simon son dos subalternos de Negan que encajan bastante con el perfil de jefe que no sabes muy bien por qué lo es. Serían muertes celebradas y darían argumentos al dueño del bate grial para dudar sobre su posición en el mundo.
Transformar el tedio en 'Mad Max'
Sabemos que no va a venir George Miller a solucionar el embrollo, pero no sería una mala idea convertir 'The Walking Dead' en un polvorín donde el ritmo y la moral (sin moralinas) sustituyesen al carácter estático y previsible que ha tomado la serie. Algo así como un compendio de momentos como el fusilamiento que sufrieron Ezekiel, Carol, Jerry y compañía, pero sin subrayarlo treinta veces antes de que ocurra y con una cámara dinámica. No pedimos a un esclavo sin cara colgado de unos altavoces y punteando a la guitarra, simplemente un poco menos de eso que se llama conformismo.
Reducción del tiempo por capítulo (o de capítulos por temporada)
Uno de los principales problemas que encontramos en 'The Walking Dead' es que contiene multitud de capítulos en los que, literalmente, no ocurre nada reseñable. Hay otros en los que las cosas que pasan no repercuten en los dos o tres capítulos finales, porque la trama principal se apodera de los 45 minutos de guión y no deja espacio, con cierto buen criterio, a digresiones intrascendentes. De ello se obtiene una marcada tendencia por rellenar tiempo, lo que explica ese superávit de situaciones bobas y conversaciones eternas. Si, en cambio, se redujese el tiempo por capítulo, o el número de capítulos por temporada (de las que resten), se produciría una concentración de eventos que nos adjudicaría por ósmosis una intensidad vital deslumbrante. La densidad con dinamismo es bienvenida. La densidad sin él, no debería existir.
Matar a Jesús, abandonar la palabra
No literalmente, pero sí a nivel moral. Una de las voces con más autoridad en la ficción es la de Jesús, un personaje no por casualidad mesiánico, con melena y nombre de Dios que nunca deja que la víscera se apodere del temple. En algunas ocasiones, sus recomendaciones han dado pie a situaciones con las que todos nos exasperamos. La venganza opera en el instinto, y este ha quedado anulado en 'The Walking Dead' porque sus personajes han crecido en el terreno consciente. Que él, como ya hacía Morgan, abogue por la lingüística no quita sentido, pero sí evita que se llegue a las manos, y eso, en esta serie, es un handicap gravísimo. Pasar a la acción y abandonar la palabra es algo que recomendamos encarecidamente a nuestro amigo y vecino Scott.
¡Que vuelva el silencio (con)sentido!
En las primeras temporadas, el sonido de las chicharras evocando el calor inaguantable del verano contribuía enormemente a crear una atmósfera agobiante, claustrofóbica y sumamente densa. Los silencios jugaban un papel crucial en la construcción de ese ecosistema en el que todo mal olor se acrecenta y que nos deja sin oxígeno por inflamación. 'The Walking Dead' era una ficción en la que las palabras eran justas, pero agudas. El tiempo entre una línea de diálogo y la siguiente no dormía a las ovejas, sino que transmitía esa sensación de soledad, de páramo seco y hambruna sempiterna. Esto se perdió en el ruido de la batalla contra El Gobernador, aquel archienemigo que atemorizó a propios y extraños durante dos temporadas con su particular psicología de masas.
Desde entonces, la serie de Kirkman ha confundido los silencios con tiempos muertos y ha minusvalorado la palabra hablada, sobrecargando las intra-historias con conversaciones sin gancho ni interés por inspirar al espectador. Creemos justo y necesario que los personajes dejen de mirar al vacío en silencio si no aporta nada al relato, que estos no hablen en exceso si no va a ser para llevar a cabo una reflexión que nos ilustre (como lo hicieron cuando conocimos a Hershel, Maggie y Beth) sobre las relaciones humanas en mitad del Apocalipsis zombie. El silencio es un arma de doble filo, Gregory.
¡Carroñeros y Oceanside, a las armas!
Como ha demostrado el paso del tiempo con Michonne, el marketing de 'The Walking Dead' drena en exceso el impacto que crea con ciertos personajes. Cuando entró en escena nuestra querida paladín, arrastrando con cadenas a dos caminantes sin rostro, la ilusión por ver atrocidades en una serie que se presta a ello incrementó exponencialmente. Después de varios capítulos, resultó que era una mujer dispuesta y preparada, pero con un millón de miedos y malas costumbres. La Familia la rescató, Rick se enamoró lentamente de ella y ahora es un flan que no toma decisiones excesivamente buenas. Su evolución ha existido, pero no hacia el lugar que todos creíamos en un principio.
El foco de este punto es que, tanto Carroñeros como Oceanside, cada uno a su manera, no han conseguido que nos importe demasiado qué hay detrás de ellos. El origen, las causas por las que de verdad podrían luchar, o los motivos por los que sólo luchan por su propia integridad. En ellos, grupos relativamente numerosos no definidos ni contaminados por el estancamiento de temporadas, está un porcentaje de esperanza para que todo cambie, para que esta guerra en la que estamos inmersos termine y todos podamos abandonar el barco con pie a tierra y no saltando por la borda. Más profundidad, más voluntad y, sobre todo, más sentido a sus apariciones en pantalla.
Finalizar
Pues eso. Que llegue de una vez por todas lo que, en el fondo del alma caminante, todos queremos, sería la mejor forma de suturar la herida. No queremos otro caso 'Dexter'.