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CRÍTICA

'Los Miserables', melodías que hacen grandioso lo más oscuro

La injusticia y la melancolía de la historia adaptada por Tom Hooper se convierten en momentos cargados de intensidad con la concatenación de sentimientos cantados a viva voz por un impresionante reparto.

Por Jesús Agudo Más 24 de Diciembre 2012 | 09:40
El redactor más veterano de esta web. Palomitero y fan de que las series estrenen un capítulo por semana.

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Cada año llegan a Broadway decenas de nuevos espectáculos musicales, con el firme deseo de dejar huella en el espectador. Pero pocos pueden alardear de llevar años y años llenando los teatros, conmoviendo a millones de personas, convirtiendo temas suyos en parte de la historia de la música. Pocos llegan a ese nivel de éxito, pero uno de los más grandes es, sin duda, 'Los Miserables'.

Los Miserables

Llevar el peso de trasladar (de nuevo) la obra de Victor Hugo a la gran pantalla y no morir en el intento no está en las posibilidades de todos, sobre todo cuando la anterior ocasión tampoco llegó a la grandiosidad del espectáculo visto sobre las tablas, algo casi imposible. Pero Tom Hooper, con unos cuantos Oscar muy recientes en su estantería, no quería quedarse en la mera adaptación, quería trasladarlo al Olimpo del musical cinematográfico.

La historia de Jean Valjean, el preso número 24.601, tiene la suficiente carga dramática para ser difícil de estropear. Valjean es un hombre condenado a veinte años de prisión por robar una barra de pan, y que al romper la condicional estará condenado a huir para siempre. En su camino se cruzará Fantine, una mujer que le pide que cuide de su hija, ya que ella no tiene el dinero para mantenerla. Los dos se trasladarán a París, donde la revolución comienza a escucharse en las calles, y donde la sombra del inspector Javert seguirá persiguiendo al protagonista.

Tom Hooper vuelve a alardear de una sobriedad digna de un montaje teatral para escenificar la Francia del siglo XIX. No se aleja así del origen de su película, y aunque a veces estos escenarios parezcan de cartón piedra y excesivamente claustrofóbicos, la fotografía se encargará de cubrir a los personajes con ese toque decadente, necesario en un drama con pocos momentos para la alegría.

Los Miserables
El director ha decidido contar con actores muy conocidos para la causa, casi todos con trabajo en musicales o teatro. Y lejos de achantarse por la responsabilidad de protagonizar un musical como 'Los Miserables', todos ellos ofrecen intrepretaciones desgarradoras. El duelo Hugh Jackman-Russell Crowe nos deja un gran sabor de boca, interpretativamente hablando, siendo sus voces correctas, pero sin alardes. Junto con Anne Hathaway, son el alma de la película, dejando a los aprobadísimos actores jóvenes (Amanda Seyfried, Samantha Barks y Eddie Redmayne) en segunda fila. Aunque parte de la culpa sea una historia de amor que desentona con el deprimente contexto en el que aparece.

Pero el caso de Hathaway merece un hueco especial. Si bien su personaje no es de los que más aparecen en el metraje, su presencia quedará grabada en la retina del espectador desde su primera aparición. Y la responsabilidad de cantar "I Dreamed a Dream" mientras la cámara la enfoca en primer plano es saldada con una escena que se queda corta con cualquier adjetivo que se nos ocurra. Lágrimas y pelos de punta es lo mínimo que es capaz de conseguir la actriz en esta película.

Las voces de la injusticia

El musical gana gran parte de su intensidad al hecho de que las canciones estén grabadas en directo en pleno rodaje. No escucharemos grandes alardes vocales, pero cada uno de los miembros del reparto superarán, generalmente, las expectativas que tengamos de su lado cantor. Incluyendo las apariciones del pequeño Gavroche o los momentos "humorísticos" de Sacha Baron Cohen y Helena Bonham Carter, cada tema aumenta la intensidad, el dramatismo y la emoción en el público, es casi imposible no rendirse ante semejante carga de sentimientos.

Una advertencia para los reticentes a ver un musical: 'Los Miserables' es la definición propia del género. Es decir, son dos horas y media de canciones casi sin descanso. Algo que no le podía venir mejor a esta historia (pero sólo si estamos mentalizados), que no nos da tregua en ningún momento, encadenando las melodías con una historia tremendamente cruda, todo un ejercicio de ataque emocional que, quizás, para alguno es demasiado. Pero tanto la obra como el espectáculo de Broadway son así, su intención es derrumbar con música todas las barreras para tocarnos la fibra.

En definitiva, Tom Hooper ha plasmado con gran acierto, no sólo el espíritu que se respira en el teatro, sino que lo ha elevado por encima de gran parte de las adaptaciones cinematográficas de un musical, consiguiendo interpretaciones llenas de talento y melancolía, bañadas por la oscuridad de un escenario de pobreza e injusticias y la luz de melodías cargadas de intensidad. De un género con muchas decepciones volvemos a encontrar una función que levantaría al público de sus asientos.