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CRÍTICA

'La teoría del todo': La física del amor

Eddie Redmayne y Felicity Jones encabezan el reparto de esta aclamada adaptación de las memorias de la exmujer del físico Stephen Hawking. Ya en cines.

Por Adrián Lavado Moreno 16 de Enero 2015 | 11:00

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'La teoría del todo' llega a las salas españolas precedida de una enorme expectación por su omnipresente presencia en las sucesivas entregas de premios. La adaptación de la novela biográfica de Jane Hawking, primera esposa del mundialmente conocido físico Stephen Hawking, a priori, tiene todos los elementos para conquistar el conocido gusto de los miembros de la Academia de Hollywood: una historia basada en hechos reales, un ejemplo de superación, personajes reconocibles por el público, una estética clásica y dos entregadas interpretaciones de su pareja protagonista. Pero ¿nos encontramos ante el enésimo biopic sin alma que solamente cumple un rígido patrón?

'La teoría del todo'

La película, dirigida por el debutante James Marsh, pese a lo que se podría pensar en un primer momento, es una emotiva historia de amor entre dos personas que tienen que hacer frente a un sinfín de obstáculos. A diferencia de otros biopics que intentan abarcarlo todo e ir sumando datos para conseguir no dejarse nada en el tintero, 'La teoría del todo' sabe centrar el foco en una bonita historia de carácter romántico entre dos personas a las que les trunca la vida una terrible enfermedad.

El trabajo teórico de Hawking es presentado de una forma sencilla y bien explicada, pero sin rodeos. Otros aspectos importantes sobre sus continuas reflexiones, como el Tiempo o Dios, están introducidos de forma sutil en la historia principal, un periplo de superación de una pareja con sus luces y sus sombras. A diferencia de otros biopics de diseño, 'La teoría del todo' no se siente nunca como una hagiografía, mostrando a la pareja de manera poco condescendiente, pero sí dejando constancia del enorme cariño que siente Marsh por sus personajes.

La enfermedad de Hawking, la muy comentada últimamente esclerosis lateral amiotrófica (ELA), es el detonante del drama de una pareja que vive con el dolor de saber que uno de ellos va ir deteriorándose hasta la muerte. No hay dramatismos, sino dos carácteres fuertes y complejos que intentan buscar soluciones a los problemas. Esta sólida personalidad de los personajes, dibujada a través de pequeñas pinceladas, se engrandece gracias a la capacidad del guion de equilibrar la presencia en pantalla de Jane, preocupándose por sus motivaciones, miedos y frustraciones.

Lejos de quedar en la superficie, la evolución de los personajes es completa, evitando siempre que se quede todo en la mera anécdota. Las escenas íntimas entre los dos personajes son lo mejor de una narrativa que encuentra la forma de trascender las vivencias personales, para contar una historia universal sobre el amor. Los justos toques de humor y la plena comprensión que sentimos hacia las dos variables del todo, ayudan a que no tengan que recrearse en el dolor para lograr la empatía del espectador. La película también ahonda en la necesidad que tenemos todos de tener un soporte de ayuda en los momentos complicados, personificado aquí en el personaje de Jonathan (Charlie Cox).

En el apartado técnico todo está predispuesto para lograr una factura elegante y clásica, pero salpicada de cierta modernidad. El buen hacer del equipo se deja ver en la composición de algunos de los planos, que pese a su función estética, muchas veces apelan a una dimensión simbólica. Destaca también la fotografía, obra de Benoît Delhomme, que habla de los estados anímicos a través de una sucesión de colores saturados y artificiales, junto a una exquisita banda sonora de corte clásico firmada por Johann Johansson, que hace méritos para ser memorable; y lo consigue.

'La teoría del todo'

Dos magníficas interpretaciones

El escepticismo que podría suscitar que Eddie Redmayne, un actor secundario que hasta el momento solo había explotado su faceta de galán en películas como 'Los miserables' o 'Mi semana con Marilyn', se encargara de la difícil tarea de introducirse en la piel de Hawking, se diluye en los primeros compases del metraje. El actor británico se entrega en una interpretación prodigiosa, donde todo parece estar medido hasta el último detalle. Nos encontramos ante un trabajo completamente físico, donde desde el movimiento de las manos hasta los andares forman parte de un descontrolado comedimiento. A su lado no desmerece una entregada Felicity Jones, que lucha por robarle planos a su partenaire, haciendo siempre gala de una contenida comunicación no verbal.