Dirigida por David Slade y protagonizada por Josh Hartnett, Ben Foster, Melissa Jones y Joel Tobeck entre otros, '30 días de oscuridad' se estrenará en nuestras salas el próximo 8 de febrero.
Basada en la novela gráfica publicada en 2003 por Steve Niles y Ben Templesmith, la película cuenta la historia de un matrimonio de sheriffs de un recóndito pueblo en la zona más septentrional de Alaska llamado Barrow, en el que durante 30 días al año, el sol desaparece para dar paso a un reinado de oscuridad; dicho fenómeno atraerá la atención de un nutrido grupo de vampiros, los últmios de sus especie, dispuestos a aprovechar los 30 días de noche para saciar su sed de sangre con los habitantes de la aldea.
Ya sé que no descubriré la pólvora si afirmo que el mundo de los cómics es uno de los caldos de cultivo preferidos del mercado cinematográfico actual, pero '30 días de oscuridad' ('30 days of night') es un buen ejemplo de que no sólo de superhéroes viven las productoras.
Algo falla
Ya el propio Cliff Barker afirmaba en la introducción a la novela gráfica que '30 days of night' contenía todos los ingredientes de una buena película de terror de los viejos tiempos, y cualquiera que haya tenido la oportunidad de leer el trabajo original de Niles y Templesmith deberá admitirme que, a excepción de inevitables licencias, la película de David Slade es bastante fiel a su edición impresa.
Entonces, ¿qué falla en '30 días de oscuridad'?
Ciertamente, debo admitir que la primera hora de metraje resulta, si no interesante, por lo menos bastante entretenida, con sustos típicos y personajes tópicos, pero bastante bien complementados al fin y al cabo. El problema -por otro lado, completamente previsible- radica en convertir una historia de poco más de setenta páginas, splash-pages incluídas, en una película de más de hora y media, más aún si decides eliminar del guión a ciertos personajes procedentes de Nueva Orleans que pueden darte un margen a la hora de dosificar la acción. Así pues, nos encontramos con el mismo problema de siempre, que no es otro que la obligación de inflar el metraje a base de efectos especiales y, sobretodo, unos personajes que desde un principio ya has presentado como clichés del género.
¿Resultado? Una película de vampiros más, entretenida aunque olvidable a excepción de un Ben Foster cuya corta aparición es suficiente como para dejar al descubierto las carencias del resto del reparto, en una película más cercana a la estética darker de Underworld o a los chupasangres carpenterianos, que a la versión bohemia de Coppola o Neil Jordan.