La idea que dio origen a la primera 'The Purge' es tan buena que ninguna de las películas de la saga ha estado a su altura. Una noche al año en la que Estados Unidos legaliza el crimen y sus calles se convierten en tierra de nadie. Una mezcla entre el western y el slasher con comentario social (Michael Myers somos todos) que nunca ha ido más allá de su premisa. Ni en 'The Purge: La noche de las bestias', una vuelta de tuerca al género "home invasion", ni en sus secuelas, 'Anarchy' y 'Election', que han virado más a la película de acción con Frank Grillo como el héroe principal. Todas ellas son más o menos entretenidas y pasables si no esperas un ápice de sutileza o complejidad. 'La primera purga: La noche de las bestias' tampoco las tiene, pero por su intención de ser un reflejo deformado del momento que vive Estados Unidos se convierte en la entrega más interesante de todas.
En este caso James DeMonaco vuelve a firmar el guion tras escribir y dirigir las tres anteriores (¿es 'The Purge' una saga de autor?), pero se baja de la silla del director, que esta vez ocupa Gerard McMurray ('Código de silencio'). DeMonaco está ocupado desarrollando una serie de televisión, que confirma que 'The Purge' es la saga actual más rentable de Blumhouse. Tiene sentido, de todos modos, que el afroamericano McMurray sea el encargado de llevar a la pantalla esta precuela sobre la primera noche que Estados Unidos dejó a sus ciudadanos matarse entre ellos: los protagonistas de esta entrega son negros y latinos pobres que viven en las casas sociales de Staten Island, Nueva York.
La misma pregunta que surgía con 'Wonder Woman' y 'Black Panther': ¿es necesario que un director negro se ponga al frente de una historia de negros, o una mujer se ponga al frente de una de mujeres? No lo es, pero es probable que sí resulte en un reflejo más lúcido, nítido y fiel de ese colectivo. Desde luego, 'La primera purga' tiene todas las papeletas para convertirse en un fenómeno en Estados Unidos que, como hicieron el superhéroe negro de Marvel y 'Déjame salir', llenará las salas con un target de público de clase baja y de color. Pero es que es normal: muy pocas películas mainstream tienen tanta presencia de afroamericanos y latinos entre sus personajes principales, y jóvenes para más inri.
La saga 'The Purge' se esforzaba por representar una diversidad de razas y clases sociales en 'Anarchy' y sobre todo 'Election', una película que ya se propuso subirse al carro de la actualidad en el año de las elecciones presidenciales que acabó con Donald Trump en el cargo. En aquella, Frank Grillo tenía que proteger a una candidata a la presidencia demócrata que quería suprimir la Purga mientras un crisol de personajes de distintas razas intentaban sobrevivir a la noche. Lo que siempre tienen en común los protagonistas, y mayores víctimas de la Purga, es que son pobres: los ricos tienen más formas de protegerse, y la Purga es una forma del gobierno de librarse de ciudadanos "molestos". Lo de que esto es un slasher social no es una broma.
¿Cómo utiliza 'La primera purga' todos estos ingredientes para ser más relevante que sus predecesoras? De las formas más obvias y simplificadas posibles, pero le honra tener una intención más allá del espectáculo gore de acción. Más cuando la saga no se ha caracterizado nunca por su imaginación o excelencia en el campo de las escenas violentas.
Los protagonistas son dos huérfanos afroamericanos de clase baja, encabezando un reparto de caras semi-desconocidas, vistas en series de televisión mayormente, que cumplen dos objetivos: que el presupuesto de la película no se vaya en sus actores y que el público pueda verse identificado en unos personajes que son más arquetipo que otra cosa. La veinteañera Nya (Lex Scott Davis), una activista pacífica que quiere concienciar a la gente para que no participe en la Purga mientras intenta evitar que su hermano Isaiah (Joivan Wade) se meta en el mundo de las drogas. Los rodean sus vecinos y amigos, como Dolores (Mugga), la típica señora negra con mucha actitud que servirá de alivio cómico incluso en los momentos más tensos, y Luisa (Luna Lauren Velez, que daba vida a la teniente Maria LaGuerta en 'Dexter') y su hija Selina.
Los supervivientes son mujeres y niños no caucásicos que se enfrentan al poder y, también en un guiño a noticias muy recientes, a grupos de supremacistas blancos que aprovechan la Purga para salir a las calles con atuendos del Ku Klux Klan y arrasar con comunidades de color. Banderas confederadas, simbología racista y un villano que parece salido directamente de la Alemania nazi se convierten en un reflejo muy explícito del movimiento alt-right que ha cobrado mucho protagonismo en los medios durante el último año.
No hay rastro de Trump, sin embargo. En una decisión muy inteligente de James DeMonaco, el partido que instaura la Purga no es republicano ni demócrata, sino los llamados Nuevos Padres Fundadores. Los productores saben que parte del público potencial vive en la paradoja de haber votado al presidente republicano y formar parte de las clases bajas, o que estas clases están hastiadas de que el Hollywood "liberal" les intente adoctrinar en sus posiciones políticas. Pero hay pecados capitales, como la polémica de las cintas donde Trump confesaba impune haber agarrado los genitales de una mujer. En el momento más honesto y divertido de una saga que debería abrazar su faceta de serie B, unos asaltantes agarran los genitales de la protagonista, que se libera y sale corriendo mientras grita "Pussy-grabber motherfucker!" ("hijoputa agarracoños"). Casi se oye desde aquí a las mujeres en los cines de Estados Unidos levantándose y ovacionando.
Marisa Tomei, la "estrella" de la entrega, interpreta a la psicóloga que idea la Purga, interesada por explorar la rabia latente que sienten los estadounidenses. Ella y el encargado del gobierno de llevar a cabo el experimento (Patch Darragh) son protagonistas de algunas de las escenas más toscas del guion de DeMonaco, y tienen que recitar los diálogos más evidentes ("hay que abandonar los principios morales", "esta es la flor que simboliza la Purga"). Pero son necesarios para mostrar el lado del poder. La doctora Updale no tiene malas intenciones, pero cede su plan al Gobierno para una primera Purga experimental que no sale como esperaban. Sin desvelar sorpresas, este giro es interesante por dos motivos: le da un nuevo significado a las máscaras que han lucido los asesinos durante toda la saga, y además lleva a un nuevo extremo la lectura social que ya estaba en las anteriores películas. Más en sintonía con la polarizada sociedad estadounidense de 2018, 'La primera purga' abandona el precepto "todos podemos ser el monstruo" para decirnos que el monstruo es el otro. Los racistas, los políticos y sus mercenarios.
Mientras que el guion de DeMonaco inunda la película de frases que funcionan como consignas políticas ("Pray not purge", "Now we fight", o el empleado del gobierno que habla de la herencia recibida para justificar la Purga), Gerard McMurray se encarga de dirigir algunas de las escenas de acción más vistosas de la saga en su tramo final. Un plano secuencia en unas escaleras o una sangrienta batalla en medio de una bomba de humo elevan el listón de lo que habíamos visto hasta ahora en 'The Purge'. También ayuda la idea de las lentillas luminosas que el gobierno pone a los participantes de la Purga, un recurso visual muy inspirado que bebe de la imaginería de los zombis e infectados para convertir a personas normales en depredadores (no en vano el protagonista decide quitárselas cuando descubre que no tiene lo que hay que tener para ser un asesino desalmado).
Entendámonos, 'La primera purga' no es lo que solemos llamar una "buena película". Sus diálogos simplones, interpretaciones limitadas y una puesta en escena por lo general bastante plana la sitúan como mucho en el espectro del entretenimiento decente. Son sus intenciones de denuncia social mediante el espectáculo y la banalización, con sus muy obvias y obtusas formas, lo que la convierten, si no en la película que Estados Unidos necesita, sí la que Estados Unidos merece.
Larga vida al rey local de la droga
Queda para el final comentar al otro personaje protagonista, interpretado por Y'lan Noel ('Insecure'). Dmitri es el jefe de una banda que se dedica al narcotráfico en Staten Island. Es autoritario pero con buen corazón, tiene un pasado con Nya y cuando el gobierno anuncia que la Purga va a ocurrir, decide que él y los suyos se quedarán en la isla para proteger a sus familias y amigos, su mercancía y todo su dinero. En principio no es una actitud heroica, sino un plan pragmático: no pueden mover toda la droga y el dinero sin ser pillados por las autoridades. Pero la construcción de personaje de Dmitri es la del típico bandido con principios. Se ha hecho rico gracias al negocio de la droga, pero no quiere hacer daño a nadie necesariamente. Es la combatiente Nya la encargada de dejarle claro que su imperio está construido sobre las víctimas de la droga, pero sus argumentos no afectan mucho a Dmitri.
Sin embargo, Dmitri acaba convirtiéndose en su segunda mitad en el héroe de acción que sucede a Frank Grillo. Lo hace por oposición a los villanos de la función: contra los racistas, contra los políticos y contra los asesinos extranjeros (literalmente, de Rusia, por si alguien no pillaba la referencia a los líos internacionales de Trump), Dmitri se erige como el héroe que Staten Island necesita: tiene los recursos, los músculos y el corazón para salvar a los vecinos del enemigo de fuera. Por el camino, se olvida de proteger la mercancía y el dinero, convirtiéndose en un santo que se sacrifica por el barrio. Y lo grita, textualmente: "Fuck out of my neighborhood". Como decía antes, no es sutil, pero el mensaje de identidad local, casi tribal, tan potente como peligroso en según qué casos, llega alto y claro.
Nota: 7
Lo mejor: "Pussy-grabber motherfucker!"
Lo peor: Lo risible de los diálogos del personaje de Marisa Tomei