Tras rodar la deliciosa 'Midnight in Paris', Woody Allen continúa una sorprendente gira por Europa que ya ha pasado por Londres o Barcelona. Con la excepción de la capital británica, que ha albergado por ejemplo una de las obras mayores de Allen como es 'Match Point', el cineasta de Nueva York ha ofrecido indisimuladamente en sus cintas europeas la visión de un turista. Para muchos es un tema relacionado con la financiación, pero Allen justifica esa perspectiva como la única que puede ofrecer de manera honesta de lugares en los que no ha vivido.
En la muy agradable 'A Roma con amor', cofinanciada por la española Mediapro, no ofrece quizá un retrato tan "de postal" de la capital italiana como hacía en su film parisino o en 'Vicky Cristina Barcelona', pero sí que adopta varios estereotipos y lugares comunes sobre los hábitos y costumbres de los italianos para dar rienda suelta a su peculiar sentido del humor. Rodada en inglés e italiano, el film consta de cuatro historias cómicas sobre la fama, el éxito y las relaciones afectivas, que comparten como escenario la ciudad de El Coliseo.
Que sea precisamente la canción 'Volare (Nel blu dipinto di blu)' de Domenico Modugno la que suena en los títulos de crédito que abren el film, anuncia que Woody no va a renunciar a abrazar el tópico del país de acogida, como ya hiciera con resultados no del todo desdeñables en 'Vicky Cristina Barcelona'. Y así, Allen construye aquí una comedia costumbrista que tiene como referente los clásicos de la comedia italiana, especialmente en el episodio que atañe a la pareja de provincianos recién casados que visita la capital con motivo de su luna de miel, con la que construye un enredo muy eficaz en el que se cuela, de nuevo con gracia y desparpajo, nuestra Penélope Cruz.
La actriz da vida, en perfecto italiano, a una prostituta que irrumpe por error en la vida de un recién casado en lo que es el inicio de una serie de divertidos equívocos. Y vuelve a estar graciosa y muy atractiva, aunque quizá corra el peligro de encasillarse en un tipo concreto de papel que repite con éxito, pero en el que no debería perpetuarse. Tampoco desentonan los actores que interpretan al joven matrimonio, los muy correctos Alessandro Tiberi y Alessandra Mastronardi.
Sin embargo, es el episodio que atañe a Jesse Eisenberg y Ellen Page el que más flojea. Alec Baldwin es un arquitecto de fama que se encuentra en Roma con un alter ego de su juventud como estudiante en la ciudad (Eisenberg) y ejerce de consejero/pigmalión espectral para el protagonista en su tormentosa y apasionada relación con la mejor amiga de su novia. Todo suena a déjà vu de otras películas del director. Y aunque Eisenberg es perfecto para ejercer del pasmado de turno, Page no parece la mejor elección para interpretar a una de esas femmes fatales pseudo-intelectuales que pueblan los rincones más misóginos de la filmografía de Allen. Eso sí, la historia sirve para colarnos sin el menor disimulo los rincones con más encanto de la villa romana.
Pero las mejores noticias vienen de las historias que protagonizan respectivamente Roberto Benigni y el propio Allen. La primera es una clara, sencilla, divertida y contundente crítica a los medios de comunicación y un análisis de los estragos que causa la moderna moda de lanzar de la noche a la mañana a una efímera fama a personajes anónimos sin la menor relevancia pública.
Entre el costumbrismo y el surrealismo
Benigni interpreta a un italiano con una vida anodina, que sin motivo aparente comienza a ser perseguido por periodistas y fotógrafos que parecen fascinados por cada paso que da. El surrealismo woodyalleniano en la línea de las micro-historias de 'Desmontando a Harry' o de sus series de relatos cortos que recopilan libros como 'Cuentos sin plumas' (editado por Tusquets y muy recomendable) se mezcla con el costumbrismo italiano con resultados hilarantes, aunque quizá la resolución de este capítulo no esté del todo lograda.
Y también en esa línea de humor surrealista se ubica la más divertida de las cuatro historias, aquella que cuenta cómo el propio Allen, un productor musical retirado, se empeña en lanzar al estrellato a su consuegro (el tenor Fabio Armiliato) tras escucharle cantar ópera en la ducha. La deriva cómica de este episodio deja momentos de carcajada pura y el mejor recuerdo de una función irregular pero muy entretenida.
En definitiva, 'A Roma con amor' es una película que, si bien no pasará a la historia como un título clave en la filmografía del cineasta neoyorquino, tiene la suficiente chispa e ingenio para sacarle al espectador una gran sonrisa, lo cual no es poco en los tiempos que corren. Al final el Allen que cae en los tópicos, nos empuja también a los cronistas al tópico, pues no queda otra opción que repetir que un Allen menor, es superior al 90% de las comedias que llegan a la cartelera.