El director Joe Wright sorprendió hace unos años a lo cinéfilos con un fantástico díptico de cine de época formado por las magníficas 'Orgullo y prejuicio' y sobre todo la extraordinaria 'Expiación'. Aprovechando en la primera de ellas un material clásico de Jane Austin, decenas de veces adaptado, lograba enganchar al público con las emociones de sus personajes, dotando sus pasiones de un barniz de actualidad sorprendente y acertado. Lejos del cartón piedra y el amaneramiento de cierto cine (y literatura) del género, Wright lograba una notable revisión con ojos modernos (en lo visual y en el discurso) sin perder el aroma clásico.
Con 'Expiación' lograba un hito si cabe superior, con un ejercicio de dirección impecable, especialmente en el primer tramo del relato, conseguía una sorprendente mezcla de melodrama clásico de época y ejercicio metalingüístico, a partir de una premiada novela de Ian McEwan que no parecía a priori fácil de adaptar. En ambas, conseguía extraer Wright además, lo mejor de una actriz limitada, pero en modo alguno desdeñable como Keira Knightley, con la que vuelve a encontrarse en 'Anna Karenina' para completar una trilogía sobre apasionados relatos de época desde un prisma de modernidad y voluntad de convertir lo acartonado en actual.
No es sin embargo 'Anna Karenina' un material fácil para adaptar. El larguísimo novelón de Tolstoi, versa sobre tantos temas, personajes y emociones, que muchos directores se han estrellado a lo largo de la historia del cine en su intento de querer adaptarlo con éxito. Y es que la carga reflexiva, pasional, histórica, política o moral de la obra magna de la literatura rusa, quizá jamás pueda ser condensada en 120 minutos de cine (quizá una miniserie sería el formato más adecuado en realidad).
Lo visual sobre lo emocional
Quizá consciente de ello, Wright se entrega más que nunca al esteticismo, logrando un aspecto visual primoroso para su película (vestuario, decorados, fotografía), pero quedándose en un terreno superficial, sin que las emociones que declaman los personajes se sientan reales, o traspasen la pantalla. Todo está diseñado en el film como una mera impostación, de hecho, la historia es narrada como si se tratara de una representación teatral. Parece que el director (y su guionista Tom Stoppard) sabedores de que las emociones de la novela, son 'de otra época', sugieriese que su historia es de tal afectación que es mejor marcar distancias para observar friamente como un demiurgo, el destino fatal de sus personajes.
Es una opción válida, pero el resultado es demasiado frío. A pesar de un buen arranque y un trabajo actoral aceptable (Knightley está correcta, pero Jude Law está sorprendentemente creíble como el poderoso Aleksei Karenin), la película se empeña con su atípica construcción narrativa, en impedir al espectador que se empape de las emociones que aguarda el relato. Y así se disfruta moderadamente y se sigue con interés, pero sin llegar a ser posible introducirse de lleno en el relato en ningún momento.
Dado que el film opta por envasar al vacío los sentimientos y subrayar el artificio más que intentar trascenderlo con una visión más actual (algo probablemente imposible), queda entregarse a su empaque visual sobresaliente en el que Wright se apoya para volver a mostrar un indudable dominio de la técnica (la escena del baile es impresionante). Se disfrutan también entre la irregularidad del conjunto, ciertas situaciones y diálogos de fuerza (sobre todo los encuentros entre Anna y su afectado e infeliz esposo) y de una maravillosa partitura de Dario Marianelli, nominado al Oscar por su excelente banda sonora, que es indudablemente lo mejor de una aceptable pero fallida película.