Extracto del libro 'Generación Titanic. El libro del cine de los 90', escrito por Juan Sanguino.
Un asteroide del tamaño de Texas se dirige a la Tierra. La NASA tiene dieciocho días para entrenar a un equipo de perforadores de petróleo para que, a bordo de los transbordadores Libertad e Independencia, aterricen sobre el asteoride, taladren un túnel de 240 metros y suelten una bomba nuclear que parta en dos a ese hijo de puta. En un momento del rodaje, Ben Affleck le preguntó a Michael Bay "¿Y no sería más fácil enseñar a unos astronautas a perforar?". La respuesta del director fue "cierra la puta boca, Ben".
"¿Quién ha dejado entrar a una mujer en el rodaje? Ah, perdona Liv. Tráeme una cerveza anda".
'Armageddon' no deja espacio para la lógica, la sutileza o la asimilación de información. Hasta el título da la sensación de volverte más viril cuando lo enuncias en voz alta. ARMAGEDDON. La película arranca con un narrador que podría ser Dios, pero es aún mejor: Charlton Heston. Esta narración aporta solemnidad, clasicismo y la certeza de que estamos ante una película que considera que Dios tiene la voz del portavoz de la Asociación Nacional del Rifle. El prólogo muestra el impacto del asteroide que exterminó a los dinosaurios. Así es, nueve segundos de metraje y 'Armageddon' ya nos está dando destrucción masiva. Hasta el rótulo con el título de la película explota en mil pedazos. Hemos venido a jugar.
Sesenta y cinco millones de años después, Harry Stamper (Bruce Willis) pasa sus horas libres tirándoles pelotas de golf a los perdedores de Greenpeace que se manifiestan contra su plataforma petrolífera. Stamper capitaneará una misión para salvar a la humanidad de "un impacto que incinerará a la mitad de la población, y la otra media morirá congelada por el invierno nuclear. Nada sobrevivirá, ni siquiera las bacterias". Básicamente, "las peores partes de la Biblia". La película se asegura de que cada uno de los "elegidos para la escoria" tenga una cualidad muy definida. Nunca dos, no vaya a parecer esto cine europeo. Gracias a esta simplificación, podremos comentar la película después mientras cenamos en el McDonald's sin necesidad de recordar los nombres de sus protagonistas: Bruce Willis, el loco, el cowboy, el negro, el gordo, el del hijo, el ruso, el guapo y la chica.
'Armageddon' es, ante todo, una reivindicación de la clase obrera trabajadora. En concreto de los perforadores de petróleo, porque representan al macho definitivo: ese que, literalmente, se folla al planeta Tierra. Los malos son gente con estudios (que se refieren a los héroes como "criminales" o "retrasados", despertando así los abucheos del público), mientras que los buenos tienen todos antecedentes penales y suspenden el examen psicológico. Los cacharros de la NASA no dejan de fallar y estropearse, pero el músculo nunca decepciona. Al menos el músculo americano. Estados Unidos es un país que se llama a sí mismo con el nombre de un continente, América, y nunca queda del todo claro si es por arrogancia o por ignorancia. Da igual. Lo importante es el mantra que Stamper les inculca: o sigues, o revientas.
"Es un trabajo bien pagado, se viaja mucho y me dejan utilizar explosivos". Rocachondo ("le llamamos así porque es... un salido", aclara Liv Tyler, en las únicas dos semanas en las que tuvo sentido que su nombre apareciese delante del de Ben Affleck en los créditos), interpretado por Steve Buscemi, resume la filosofía de los héroes de 'Armageddon'. La película no espera que sus actores interpreten en el sentido estricto de la palabra, solo les exige que molen. Y molan mucho. Cuando les reclutan, cada uno está en una punta de AMÉRICA haciendo sus cositas de estereotipos: el cowboy (Owen Wilson) cabalgando por el campo; el negro (Michael Clarke Duncan) es "el único negro de toda América a lomos de una Harley"; el del hijo (Will Patton) en un casino; el gordo (Wayne Knight) haciéndose un tatuaje de "amor de madre" y Rocachondo en un burdel. Por su parte, a A. J. (Ben Affleck) le ha dado tiempo a abrir su propia estación petrolífera en 18 horas. Willis, eso sí, advierte que sus hombres no van a hacer "ni paseos espaciales ni chorradas de astronauta". ¿Tiene sentido? En absoluto. ¿Queremos verlo? Joder. Sí.
Su único equipaje son esta bandera y estos cojones.
Hay un montón de cosas en esta película que carecen de toda lógica. Para empezar, la NASA descubre un asteroide con solo dieciocho días de margen. La urgencia es real. Además, consiguen mantener la inminente colisión como información clasificada a pesar de que Manhattan ha sido arrasada (regalándonos imágenes pantagruélicas como la aguja del edificio Chrysler precipitándose contra el suelo o, lo más escalofriante, una de las Torres Gemelas en llamas); los héroes piden no pagar impuestos nunca más, algo que los espectadores de clase media aplaudirán, en vez de un sueldo millonario de por vida; y sale gente rezando en el Taj Mahal, que sería el equivalente a que los españoles fuesen a rezar al Palacio Real de Madrid. 'Armageddon' es una sucesión de ideas que parecen resultado de un "no hay huevos", pero enumerarlas no sirve para reírse de la película, sino para admirar hasta qué punto a Michael Bay se la sudan. El verano del 98 enfrentó a 'Godzilla' y a 'Armageddon'. El director de la primera, Roland Emmerich, es un alemán convencido de que el público americano es idiota. Michael Bay es un californiano que admira esa idiotez.
A los trece años, Bay pasaba sus tardes colocando petardos en trenes de juguete y filmando las explosiones con una cámara de 8mm. Es como si Syd, el vecino psicópata de Andy en 'Toy Story', creciese y se hiciese director de publicidad. Cuando empezó en el cine, siguió rodando como si las películas fueran anuncios: planos con una media de tres segundos de duración (estadística real), colores brillantes que parecían sacados de un anuncio de cerveza, y escenas de diálogos rodadas como si fueran montajes de acción, porque la cámara nunca deja de moverse. Michael Bay es ese amigo que, cuando vas a su casa, te pone el home cinema a todo volumen para que flipes aunque no se lo hayas pedido. Especialmente si no se lo has pedido. Hasta los instantes más emotivos suceden en desiertos, rodeados de maquinaria. Cuando Bruce Willis y Liv Tyler se despiden, se abrazan mientras tres helicópteros les sobrevuelan. Tal y como explicó Ben Affleck, Bay pone helicópteros de fondo sin venir a cuento, sencillamente, "porque puede". Es un artesano que convirtió la expresión "buah chaval" en un género cinematográfico.
El discurso del presidente, que se dirige al planeta "no como el líder de la nación, sino como miembro de la humanidad", mientras los héroes caminan a cámara lenta y el montaje intercala estampas de distintos lugares del mundo (principalmente, niños negros con radios) condensa al peor y al mejor Michael Bay: es un hortera que, sin embargo, consigue emocionar a las masas. Quizá Michael Bay no sea un cineasta sensible o perspicaz, pero si te quieres gastar 150 millones de dólares en una película sobre un asteroide del tamaño de Texas, ¿a quién vas a llamar? Y es que, mientras vuelves a casa, comentas lo pesado que es tu amigo con el home cinema, pero efectivamente reconoces que se escucha y se ve de la hostia.
Cuando Criterion, una colección de cine vanguardista y de autor, editó 'Armageddon' en Blu-ray, Jeanine Basinger escribió un prefacio que justificaba esta decisión. "Se trata de una obra de arte ejecutada por un artista atrevido que domina con maestría el movimiento, la luz, el color y la forma. Pero también el caos, la anarquía y las explosiones. ¿Acaso eso no es narración? La película hace de sus personajes hombres nobles, elevando sus esfuerzos hasta un evento épico. Los obreros no solo salvan a los científicos y políticos que no saben hacer nada (y que probablemente fueron a Yale o a Harvard) sino, en última instancia, también a la población total del planeta". La escena de la destrucción de París (añadida a pocas semanas del estreno, cuando los productores entendieron que ese tipo de aperitivos catastróficos digitales eran lo que el público había echado de menos en 'Deep Impact') es observada por una de las gárgolas de la catedral de Notre Dame. Ese plano es cine superlativo. Es arte. Y sugiere que Michael Bay sabe hacer arte, pero simplemente no quiere. Quizá solo incluyó esa escena para demostrarlo. No es que no se disculpe por su ritmo apabullante, es que si pudiera nos pondría tiritas de celo en los ojos para que no parpadeásemos. El propio Michael Bay reconoce que divide los elementos de sus películas entre aquellos que son sexys y aquellos que no lo son. La NASA no es sexy. La plataforma petrolífera sí. Y cuando se extendió la leyenda urbana en Hollywood de que un famoso director acostumbra a dar instrucciones a las chicas que le hacen mamadas, como si las estuviera dirigiendo, todo el mundo pensó automáticamente en Michael Bay. Es más, todo el mundo supo que se trataba de él.
Michael Bay conversa con el guionista de la película.
En vez de leerle cuentos, el abuelo de Michael Bay le daba consejos como "para hacer dinero hay que conseguir venderle el producto a la América profunda". Dicho y hecho. Lo del asteroide del tamaño de Texas no es sólo uno de los múltiples símiles de la película, es también una declaración de intenciones. Texas es grande, es estúpido y es obrero. Y además está atestado de espectadores perfectos para esta película. 'Deep Impact', la otra película con meteorito de 1998, proponía abrazarse ante el fin del mundo. Armageddon prefiere hacerle un calvo al asteroide. Michael Bay es un autor tanto por su impaciencia visual como por su capacidad para generar un discurso e incluso un dialecto a pesar de no ser guionista. Al igual que sucedía en 'La Roca' ("¿cómo en los cojones del minotauro ha conseguido salir de su celda?", preguntaba Nicolas Cage a Sean Connery), las unidades de medida de 'Armageddon' resultan grotescas. Absurdas. Y absolutamente alucinantes. El impacto del asteroide en el prólogo es descrito por Heston como "un impacto de 10.000 bombas nucleares"; las rocas que caen sobre la Tierra son comparadas con el tamaño de "pelotas de baloncesto, o Volkswagens". Para ilustrar la falta de gravedad en la superficie del meteorito, la piloto Jennifer Watts (sí, hay una mujer en la misión, interpretada por una actriz a quien Michael Bay probablemente se refiriera durante el rodaje como "tetitas") pone como ejemplo que "si te diera una patada en las pelotas, saldrías volando".
Esta intención de "hablar para el pueblo" afecta inevitablemente al sentido del humor de la película. Da la impresión de que en el guión todos los diálogos estaban escritos con mayúsculas. Desde que Bruce Willis persigue a Ben Affleck disparándole con una escopeta al ritmo de música de persecución country hasta que el anciano que descubre el asteroide pide que lo llamen Dottie, como su mujer, "porque es una cruel y detestable harpía de la que no hay escapatoria", cada broma del guión veja directa o indirectamente a una mujer. En plena destrucción de Manhattan, una turista japonesa le dice a su taxista (el actor de 'Vivir con Mr. Cooper') "¡pelo yo quielo il de complas!". El ruso aparta a empujones a la doctora tetitas mientras ella intenta arreglar los propulsores, porque él tiene la solución: golpear la máquina con una llave inglesa ("¡está hecha en Taiwan!") hasta que arranque. Rocachondo suspende su examen psicológico porque en el test de las láminas con manchas negras sólo ve "una mujer con grandes pechos" o "una mujer con pechos medianos". La función de Grace "a ella le gusta la gasolina" Stamper, quien todos los compañeros de su padre coinciden en describir como "una tía buena", queda clara durante su escena romántica con A. J. (este romance se incluyó sobre la marcha, cuando 'Titanic' empezó a batir récords). Él juguetea con galletitas de animales sobre el abdomen de ella mientras narra "la gacela deberá decidir si dirigirse a las cumbres montañosas del norte... o a las praderas del sur", y le introduce una galletita en las bragas: Liv Tyler no es en ningún momento un personaje, sino, como mucho, una superficie. De fondo, su padre real canta 'I Don't Want To Miss A Thing'. En sus dos escenas romántico-sexuales Liv Tyler aparece observada por su padre.
A pesar de resultar un poco inquietante (las parejas inmediatamente anteriores de Bruce Willis, Jane March en 'El color de la noche' y Milla Jovovich en 'El quinto elemento', tenían la misma edad que Liv Tyler), el triángulo entre Tyler, Affleck y Willis funcionó entre el público. Michael Bay mandó a Ben Affleck al dentista para que le pusiera una dentadura de estrella de cine valorada en 22.000 dólares, dejando así atrás su pasado como actor de cine independiente y dientes amarillos. Steve Buscemi sintió envidia de este derroche de producción y pidió un tratamiento de reconstrucción dental similar. El estudio se negó.
Disney presumía en la nota de prensa de que 'Armageddon' había tenido nueve guionistas, cuatro de ellos no acreditados. Esta desorbitada cantidad de escritores suele ser ocultada, porque denota que la producción ha ido como pollo sin cabeza, pero esta película se regodea en su exceso. Una innecesaria duración de 150 minutos (el bloque central en la estación rusa podría perfectamente no existir) permite incluir acción que daría para tres películas normales. 'Deep Impact' era más noventera, más drama adulto, pero 'Armageddon' era más todo lo demás: más efectos digitales, más Bruce Willis, más sexy, más asteroide, más chistes malos, más metáforas, más machirulos. Si las historias sobre un perdedor siempre conquistan al público, ¿cómo no va a hacerlo una hazaña con nueve perdedores?
'Armageddon' resulta una experiencia agotadora, sobre todo tras su aterrizaje (evidentemente, accidentado) en el asteroide. Los héroes sufren un terremoto, porque "¡sabe que hemos venido a matarla!": destrucción en la superficie de un metorito que va a destruir la Tierra, destrucción sobre la destrucción. Después tienen que desactivar una bomba, inevitablemente, decidiendo si cortan el cable azul o el cable rojo, mientras un cronómetro marca la cuenta atrás como en toda buena bomba de película (en 'Armageddon' hay un montón de cronómetros). Mientras tanto, Rocachondo ametralla el trasbordador para poder desatascar un tanque modelo Armadillo al grito de "¡verás cómo se hacen las cosas en mi país!"), una escena impuesta por Mattel para poder fabricar Armadillos con ametralladoras. El pobre lo disfruta tanto (porque en todo momento los personajes se lo pasan bomba, no hay lugar para la angustia) que acaba sufriendo un ataque de "demencia espacial" cuando se sube encima de la bomba nuclear sólo "para sentir el poder entre las piernas" y le atan para que se esté quieto. Por eso cuando el coronel Willie Sharp encañona con una pistola la sien de Bruce Willis como protocolo de emergencia, alguien exclama "¿qué está haciendo con una pistola en el espacio?". A estas alturas, qué más da. 'Armageddon' no es apta para aquellos que se marean en los viajes largos.
El divorcio entre público y crítica
Prueba de agudeza visual: ¿preestreno de 'Armageddon' o la despedida de soltero de tu primo?
Que Bruce Willis, el héroe definitivo de la clase obrera americana de los 90, acabe sacrificando su vida por Honor, por Amor, por la Humanidad (el eslógan del póster) resulta el exceso final de la película. Esta vez no salva un edificio, ni un aeropuerto, ni la ciudad de Nueva York. Bruce Willis se jubiló del cine mamporrero salvando a todo el planeta. Su despedida, "lo conseguimos, Gracie", detiene la película durante cuatro segundos, en los que sólo importa el cariño entre un padre y su hija. Michael Bay tiene corazón, pero no quiere utilizarlo. Y ese final es lo único que tiene sentido en toda la película. Que te jodan, asteroide. Te has metido con el planeta equivocado. La bruja de la exmujer de Chick por fin le cuenta a su hijo que "ese señor de la tele no es un vendendor, es tu papá", las banderas ondean a cámara lenta y el ruso presume de "haber salvado vuestros culos americanos". Una apoteósis que da ganas de gritar "¡U-ESE-A! ¡U-ESE-A!", y ¿sabéis que es lo mejor? Que puedes hacerlo sin molestar a nadie, porque los efectos de sonido seguirán retumbando por encima de tus gritos. 'Armageddon' es comida rápida en tamaño industrial, pero además incluye extra de patatas, una ración de nuggets y ese McFlurry que sabes que probablemente te siente regular pero que engulles porque total, viene incluído en el menú. Los críticos, por el contrario, sufrieron una indigestión cuyos ardores siguen amargándoles. Los espectadores olvidaron cómo se utiliza el cuchillo y el tenedor.
Hasta principios de los 90 las películas más taquilleras solían disfrutar también de la aprobación crítica. Hasta que llegó 'Independence Day'. Aquella hipérbole uberpatriótica no necesitó ser buena para convertirse en la segunda película más taquillera de la historia. Le bastó un tráiler con una destrucción de Nueva York que no habíamos visto nunca. A partir de 1996, que una película tuviera efectos digitales se convirtió en razón suficiente para pagar la entrada por verla. Por la misma razón por la que, nada más bajarte de una montaña rusa, tu primer instinto es desear subirte otra vez. El éxito de 'Independence Day' podía haberse quedado en anécdota, pero los 550 millones mundiales que recaudó 'Armageddon' (la más taquillera de 1998) confirmó el cine comercial habitaba un nuevo territorio. Los críticos la exterminaron sin piedad, escribiendo reflexiones que convertían a 'Deep Impact' en 'El séptimo sello'. "Verla es como meter la cabeza en un cubo de hojalata mientras un grupo de culturistas lo golpea con palos de golf", describió el Washington Post; "la película es un tráiler de 150 minutos, es como ver 'Deep Impact' a cámara rápida", escribió Roger Ebert, "un asalto contra los ojos, los oídos, el cerebro y el sentido común"; "está montada como una ametralladora que se ha quedado atascada en la posición de ráfaga", decía Variety; Tim Brayton comparó su rigor científico como "el del peor estudiante de la clase de física intentando librarse de una presentación oral porque tiene resaca". "Bay rueda películas como un tipo que tiene un tiburón vivo atrapado en los calzoncillos", publicó Entertainment Weekly, "y las imágenes están editadas con una intensidad nerviosa tan estrobostópica que parecen colisionar unas con otras como coches de choque", añadiendo que se trataba de "la primera película basada en un ataque de ansiedad" y que 'Armageddon' bailaba sobre la tumba del cine.
Por aquel entonces, Michael Bay todavía respondía a los críticos. "Vale, la gente, en plan los críticos especialmente, se toman las películas demasiado en serio" comentó, "quiero decir, ¿cómo vas a comparar 'Armageddon' con 'La lista de Schindler'? Tienes, en plan una ópera contra una canción de rock 'n' roll. Y coges al crítico de la sección de música clásica para que opine sobre 'Armgaeddon'. En plan, tío, ¡despierta! ¿Me entiendes lo que te quiero decir? Así que es como, quiero decir, 'Armageddon', cuando vuelvo a verla, es como una comedia. Es como una comedia de fantasía, ¿vale?". Vale.
'Independence Day' representó una separación temporal entre el público y la crítica. 'Armageddon' supuso el divorcio. Y llevan sin hablarse desde entonces. El espectador medio se fue acostumbrando a que los blockbusters no tenían que ser buenas-buenas y nació la opinión, hoy estandarizada, de "a ver, la película es lo que es, nada del otro mundo, pero los efectos y tal están bien". Imitar a 'Armageddon' es más fácil que imitar a 'Parque Jurásico. Si fracasas intentando lo primero (montaje para cocer adrenalina), al menos entretendrás al público, si fracasas intentando crear magia y un asombro casi milagroso, harás el ridículo. Los críticos todavía no han perdonado a Michael Bay. Un tipo que, en realidad, no falla en su tiro: lo que los intelectuales detestan de sus películas son elementos que él ha querido deliberadamente poner ahí. No son accidentes. Quizá lo parezcan, pero no lo son.
'Armageddon' disfruta hoy de un estatus similar al de 'Pretty Woman' (pero para un perfil de espectador casi opuesto): si la ponen en televisión, te quedas a verla. Porque si te gusta ese tipo de películas, 'Armageddon' es un atracón. Y como 'Pretty Woman', 'Armageddon' no se disculpa en ningún momento por ser la película que es. El asteroide no chocó contra la Tierra, pero 'Armageddon' sí se estrelló contra Hollywood y arrasó con toda la vida anterior. Todavía vivimos en las ruinas que dejó tras de sí su devastación, y ya las hemos asumido como aire respirable. Porque la vida siempre se abre camino. Probablemente la crítica, esa misma que sí había aplaudido 'La Roca', nunca sea capaz de perdonar a Michael Bay. Él fue, simbólicamente, el verdugo de los blockbusters que exigían cosas del espectador. Le exigían atención, inquietudes, empatía, curiosidad y capacidad intelectual para seguir el desarrollo de una historia. La hipertrofia narrativa de 'Armageddon' elevó las expectativas del público hacia los blockbusters, pero también su nivel de tolerancia ante los estímulos visuales y sonoros. En lugar de maravillar, buscaba aturdir. Y al acabar, uno no sabe si ha disfrutado la experiencia o no. Pero, por lo visto, el público optó por seguir intentándolo.