Maria Callas, Montserrat Caballé, Renata Tebaldi... multitud de cantantes de ópera son las que han endulzado los oídos de muchos oyentes durante siglos. Quién nos diría que veríamos a Julianne Moore caracterizada como una de estas grandes divas musicales. La versatilidad de la estadounidense es espectacular, lo mismo hace de afectada de Alzheimer ('Siempre Alice'), que de madre loca ('Carrie') o de presidenta de un mundo ficticio ('Los juegos del hambre'). En esta ocasión la intérprete se hace una vez más con la gran pantalla y a la vez demuestra ser la reina de los karaokes. Su playback es tan bueno que podría engañar hasta al más ávido conocedor de estas melodías.
'Bel Canto: La última función' es la nueva película dirigida por Paul Weitz ('Mozart in the Jungle', 'Grandma'). El filme se basa en la obra homónima de la escritora norteamericana Ann Patchett. La historia se centra a finales de los años noventa en Latinoamérica, durante la actuación de una famosa cantante de ópera ante un grupo de diplomáticos de varias nacionalidades. Esta acabará en tragedia cuando todos sean secuestrados por un grupo de guerrilleros latinoamericanos. que exigen la liberación de presos políticos y la cabeza del presidente de su nación. Pronto todo se complicará más, en una cinta donde el síndrome de Estocolmo se encuentra muy presente. La película también juega con el señalamiento de quiénes son los verdaderos buenos y los verdaderos malos, en un intento por redimir viejas heridas del pasado.
Moore no está sóla ante el peligro sino que le acompaña un elenco coral y diverso, entre los que destaca la presencia del actor japónes Ken Watanabe ('Origen', 'Memorias de una geisha'). El coprotagonista no consigue situarse al nivel de la fémina en este rapto y aparece y desaparece de la nada. Su móvil de hombre enamorado de una artista resulta innecesario, a pesar de que el mensaje de que los sentimientos no tienen idiomas sea más que correcto. Otras de las apariciones llamativas en la cinta son las de Sebastian Koch ('La sombra del pasado'), Ryo Kase ('Nuestra hermana pequeña'), María Mercedes Coroy ('Ixcanul'), Tenoch Huerta ('Narcos: México') o Christopher Lambert ('¡Ave, César!'), entre otros.
La universalidad de la comunicación
El amalgama de gestos, idiomas o lenguajes no verbales son extensos en nuestra sociedad, creciente y diversa. Español, inglés, francés, japonés... la película recoge y mezcla todo. Las diferentes lenguas no son un problema. Los personajes son más que un mero código por el que guiarse y siempre son capaces de transmitir información sin encontrar barreras: el ajedrez, los deportes, la televisión.... A veces las fronteras más grandes son las intrínsecas artificiales que el ser humano mismo crea, cuando todo se reduce a los aprendizajes. Películas como 'La llegada' ya dejaron clara la importancia de la semiótica y el estudio de los signos, que aunque no sean compartidos siempre se enfocan hacia una correcta comunicación.
El ser humano siempre es capaz de comunicarse por diversos canales, pero sin duda una de las herramientas que más emocionan y conectan a las personas es la música, que tiene una presencia elevada a lo largo del largometraje. Si bien en algunas ocasiones puede parecer encorsetada e introducida de manera incoherente, es uno de los grandes aciertos de la cinta. Su desarrollo acerca a todos los sujetos y traduce los momentos más álgidos de la película a una sonoridad y visualizaciones muy acordes a la idea de hermandad global. El propio título de la cinta es una declaración de intereses.
A pesar de que la idea es buena, la trama es llevada hasta el límite. La cinta se vuelve forzada y repetitiva, con escenas totalmente innecesarias. En este punto los personajes pierden fuerza y las historias de amor son introducidas sin sentido. Vale que el amor es universal, pero la importancia de los contextos y la coherencia también son fundamentales. Lo de Moore y Watanabe puede llegar hasta resultar cómico, sin hablar de las historias románticas de otros personajes. No obstante, el filme consigue mantenerse lineal y entretener, sin ser una gran obra.
Tiempos incoherentes
La acción es dinamitada demasiado pronto en el libreto, basando el filme en las relaciones interpersonales entre los secuestrados y la banda armada. El guión presenta una estructuración muy desigual, aunque seguramente buscada para dar importancia a los personajes y no a los sucesos. El problema es que los momentos de acción son demasiados fortuitos y no causan sorpresa porque se esperan pero tienen poco desarrollo, recorrido y acaban importando muy poco, cuando en algunos casos son muy importantes.
La película peca de un melodramatismo exacerbado que no termina de funcionar, aunque sea aguantable. Todo esto llevado por una falta de respiración y de escucha del tiempo y el ritmo natural de las historias. Una buena idea pero que puede verse muy desinflada por cosas como un pobre desarrollo y un abandono de la trama en pos de los personajes y en detrimento de una técnica más que correcta, pero que no llama la atención.
Nota: 6
Lo mejor: La versatilidad de Julianne Moore y su forma de hacerse siempre con la pantalla.
Lo peor: Se centra demasiado en las relaciones entre los personajes y descuida todo lo demás.