La película interactiva de 'Black Mirror', titulada 'Bandersnatch', ya está disponible en Netflix. En eCartelera hemos podido ver, o más bien "jugar", a esta aventura al más puro estilo "elige tu propia historia". Y no cabe duda de que esta experiencia innovadora dará mucho que hablar. Pero, ¿qué significado tiene su título? ¿De dónde proviene la palabra Bandersnatch?
Just Jared nos saca de dudas sobre el enigmático título de la película, dirigida por David Slade y escrita por el creador de este universo, Charlie Brooker. La palabra Bandersnatch encuentra su origen en 1872, cuando Lewis Carroll la introdujo en su novela 'Alicia a través del espejo', continuación de 'Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas'.
En el poema 'Jabberwocky', que se encuentra dentro del libro, Carroll describe a una criatura de "cuello largo y mandíbula brusca". El narrador le dice a su hijo que huya de esta criatura, el "frumoso Bandersnatch", término acuñado por Carroll, mezcla entre humoso y furioso. El Bandersnatch aparece en otro poema del autor, titulado 'La caza de Snark', donde unos "improbables" aventureros emprenden un "viaje imposible" para dar con "una criatura inconcebible".
Conexión con la película
Aún se desconoce si el Bandersnatch de Lewis Carroll tiene algún tipo de conexión con 'Black Mirror: Bandersnatch'. Recordemos que el metraje total de la película, reducido al verla/jugar en modo interactivo, es de cinco horas. Lo único seguro es que el título hace referencia al nombre de un videojuego llamado Bandersnatch, basado en un libro ficticio del universo de la película.
Los 7 episodios de 'Black Mirror', de menos a más espeluznante
'Oso blanco'
En un capítulo de 'Los Simpson', Homer es condenado a muerte por el asesinato de una anciana, a la que estaba ayudando para liquidar las horas de su servicio comunitario. Ya sentado en la silla eléctrica, a punto de soltar el último aliento, se desvela que todo era un montaje de un reality show. La anciana se despoja de su disfraz y de él emerge Carmen Electra. Algo similar sucede en este episodio de la segunda temporada de 'Black Mirror', en el que una joven despierta en una casa sin saber dónde se encuentra ni qué sucede. La gente la está apuntando con su móvil y hay algunos extravagantes maniáticos que quieren acabar con su vida. Al igual que ocurría con Homer, cuando parece que le queda un instante de vida, nos encontramos en un escenario con un presentador que revela que era todo un inmoral juego. En bucle se repite esa persecución en unas instalaciones que parecen un 'Parque Jurásico' para presidiarios. La reflexión acerca de las condenas mediáticas y la nueva forma de la gente de entender la redención de otros a partir de la humillación se encuentra ahí, pero no se exhibe con el mismo poderío que poseen el resto de capítulos.
'El momento Waldo'
Con una caricatura como Donald Trump dando de qué hablar cada día no resulta demasiado descabellado pensar que la gente sería capaz de votar a un insolente personaje animado con tal de darle un toque de atención a la política tradicional. El último episodio de la segunda temporada se adelantó al huracán Trump con la creación de Waldo, que repartió a izquierda y derecha, a "nueva" y vieja política. Una vez más la sociedad se convierte en partícipe de un fenómeno estúpido al que se agarran ante la falta de referentes coherentes en la vida real. Resulta interesante la campaña de marketing en la que se acaba convirtiendo Waldo, dejando de lado a su frustrado creador, que es víctima de un desenlace que habría puesto los pelos de punta hasta a Orwell.
'El himno nacional'
El primer acorde de la serie y seguramente el más efectivo de primeras, planteando un dilema cuyas posibles soluciones eran a cada cual peor. ¿Mantendría relaciones sexuales el primer ministro de Reino Unido con un cerdo? Más allá de ese preocupantemente atractivo ultimátum al líder político, se mostró la agilidad con la que los medios de comunicación pueden influir en la gente, que en horas pasó de apoyar al afectado (al primer ministro, no al cerdo) a exigirle que llevara a cabo el acto sexual. El político en ningún momento actuó por voluntad propia, los medios de comunicación trataron el tema con un sensacionalismo que casi le cuesta la vida a una reportera corta de miras y los espectadores se mantuvieron expectantes por (y durante) el coito. Un primer episodio que fue toda una declaración de intenciones. Nunca habíamos visto algo así.
'Vuelvo enseguida'
En cuanto al inicio de la segunda temporada, fueron Hayley Atwell y Domhnall Gleeson los encargados de hacernos apartar un rato el móvil de nuestras manos. Una mujer se ve obligada a aceptar la muerte de su novio, pero una nueva tecnología que permite contactar con personas a través de la información publicada en la red altera ese natural proceso de duelo. Después, la compra de una réplica del cuerpo del fallecido, que se comportará de forma similar, lleva a la protagonista al límite de su insana dependencia emocional por él. Un relato muy interesante acerca de cómo las facilidades que nos ofrece la tecnología pueden convertirse en una envenenada trampa para que evitemos afrontar la cruda realidad.
'Blanca Navidad'
Este especial fue como una temporada concentrada en poco más de 70 minutos. Tres relatos con Jon Hamm como enlace entre ellos. El primero acerca de la escasa confianza que puede llevar a alguien a dejarse guiar en directo por alguien para conquistar a alguna chica, con un forzado Jonestown a pequeña escala como trágico final. Después, Brooker lució otro invento: extraer una réplica de la conciencia de alguien e introducirla en un huevo, desde el cual, ese duplicado tendrá que soportar irremediablemente su solitaria existencia mientras le hace la vida más fácil a la usuaria. Otra trágica pincelada acerca del precio del confort. Por último, todo quedaba sellado con la historia navideña, cuyas verdaderas protagonistas son unas lentillas que básicamente nos convierten en un smartphone, permitiendo a la gente que las lleva puestas bloquear a placer a aquellas personas con las que quieran extirpar de su vida. A eso se añadió una pareja, un embarazo, una infidelidad, un asesinato y un homicidio involuntario. El regalo de Navidad de parte de 'Black Mirror'.
'15 millones de méritos'
En este episodio se llevó al extremo la distopía. Encerrando a los personajes en unos pabellones en los que su vida iba de la habitación a una bicicleta. La segunda les permitía ganar puntos que gastarían en ver un enfermizo reality show (con la opción de participar en él por una elevada suma), en evadirse con videojuegos violentos o en consumir pornografía. Una sociedad absolutamente capitalizada en la que el sueño de libertad pasa por aquel reality, que despoja a las personas del poco rastro de humanidad que les podía quedar bajo la piel. El personaje protagonista pierde a la única persona que le hace sentir algo diferente en esa masa homogénea al caer en las fauces del esperpéntico reality. Posteriormente, el desgarrador discurso pronunciado por él no hace más que alimentar las ansias mercantilistas de los tres componentes del jurado, convirtiendo al héroe en otro producto de una industria que no nos queda tan lejos como puede parecer.
'Tu historia completa'
Un sofocante tratado sobre las relaciones humanas ahogadas por sus propios recuerdos. El episodio más brutal de 'Black Mirror' llegó de la mano de Jesse Armstrong, que introdujo un minúsculo dispositivo a sus personajes en el cuello que les permitía rebobinar y archivar sus recuerdos. Acceso ilimitado a cualquier momento, todo el tiempo vivido a plena disposición. Revivir experiencias sexuales mejores en tiempos de monotonía. Revisar conversaciones palabra por palabra. Un invento que consume al protagonista interpretado por Toby Kebbell, cegado por la sospecha de que su mujer le ha sido infiel. Un simple instante de coqueteo y alteración, reproducido y analizado constantemente en el televisor de su casa le adentra en una espiral obsesiva que acaba quebrando la aparentemente feliz vida que llevaba hasta el momento. Este episodio exhibe dos de las inquietantes verdades que nos recuerda la serie: la facilidad con la que la sociedad se somete a la tecnología sin miramientos y la trivialización de las relaciones humanas naturales.