El próximo viernes los cinéfilos españoles tienen su particular cita anual con Woody Allen. El más célebre de los cineastas neoyorquinos, aparcó su periplo europeo para rodar en San Francisco 'Blue Jasmine', un melodrama de una gravedad inédita en el cineasta desde 'El sueño de Casandra' (2007) o sobre todo 'Match Point' (2005), con la que comparte su mirada a la codicia, el choque de clases y los peligros morales (y emocionales) que conlleva la ambición. Si en aquella ocasión el referente literario era Dostoievski, aquí resuenan con fuerza los ecos de Tennessee Williams y 'Un tranvía llamado deseo'.
Una excelente Cate Blanchett da vida a Jasmine, ama de casa de la alta sociedad, casada felizmente con un magnate millonario hasta que una mala jugada lo lleva al suicidio, dejando a Jasmine sin marido y, aún peor, sin blanca. Acostumbrada a vivir rodeada de todo tipo de lujos, no le resultará fácil acomodarse a la convivencia con su hermanastra Ginger (estupenda esa inocente y frágil Sally Hawkins) en su humilde apartamento californiano. Y es que, pasar del glamour de las fiestas de gala junto a su idealizado Hal (Alec Baldwin como magnate inmobiliario de oscuros negocios), a compartir salón con el pintoresco novio de Ginger, arrastra a Jasmine a una crisis existencial y emocional aderezada con grandes dosis de nicotina y antidepresivos.
Del desprecio a la empatía
El insoportable carácter de su protagonista, una mujer vulgar en su autoindulgencia, va adquiriendo pliegues a medida que la narración nos guía por pasado y presente, para llevar al espectador del mero desprecio (desde la primera y memorable escena en el aeropuerto), a la piedad con el personaje y su trágica fragilidad a medida que el destino va jugándole malas pasadas que quizá incluso merezca. Pero esta parcial empatía, es mérito en buena parte de la matizada y complejísima labor interpretativa de una Cate Blanchett impresionante. Por su parte, juega Allen con el personaje de su hermana como contrapunto obvio, una mujer modesta a la que los cantos de sirena de Jasmine, insistiendo en que se conforma con muy poco en su vida, llevarán a buscar una aventura fuera de su actual relación.
Se muestra así el nuevo film de Woody Allen como una pertinente crítica, por medio de su personaje central, a una sociedad actual enferma de frivolidad y materialista hasta el punto de perder el norte al verse desposeída de sus privilegios, alcanzados muy a menudo con artimañas de dudosa moralidad. Es también una cruel insinuación de que la receta para saltar la barrera de clases se compone de mucha ambición y pocos escrúpulos. Y que una vez dado el salto, uno se aferrará de manera obsesiva a su estatus para conservarlo, borrando cualquier recuerdo de que una vez estuvo abajo, desesperado ante la idea de volver a tocar el suelo cuando se ha vivido en las nubes.
'Blue Jasmine' -que arranca y cierra con una versión de la balada 'Blue Moon' como si su protagonista estuviese atrapada en un bucle sin fin en su vano intento de reinventarse sin cambiar de actitud- es un recorrido por las miserias humanas y la frustración. O por lo miserable de sus frustraciones. O sobre lo frustrante que es ser miserable. En cualquier caso, esta madeja de insatisfacciones (más materiales que afectivas) va llenando la pantalla para componer un poderoso drama, no exento de ciertas dosis de humor cáustico, que acaba recordándonos aquello de que los ricos también lloran... sobre todo cuando dejan de serlo.