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PRECRÍTICA

'Che, el argentino', el mito a través del hombre

Benicio Del Toro borda su interpretación del Che en la primera mitad de la arriesgada propuesta de Steven Soderbergh.

Por Óscar Martínez 4 de Septiembre 2008 | 11:25

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Tras haber pasado -en su versión íntegra- por el Festival de Cannes, el próximo fin de semana llega a nuestras pantallas 'Che, el argentino', primera parte de 'The argentine', cuya segunda mitad se estrenará -a saber cuándo- bajo el título de 'Guerrilla'.

Dirigida por Steven Soderbergh y protagonizada por Benicio del Toro, Franka Potente, Benjamin Bratt, Jordi Mollà, Óscar Isaac, Yul Vazquez, Catalina Sandino Moreno, Edgar Ramirez, Demián Bichir y Elvira Mínguez, 'Che, el argentino' es una biopic del famoso guerrillero y revolucionario Ernesto 'Che' Guevara, basado tanto en su propio diario como en los libros de Jon Lee Anderson, periodista estadounidense especializado en la vida del revolucionario argentino.

En esta primera mitad, la película narra los acontecimientos transcurridos entre 1955 y 1959, desde la forja de la revolución cubana de la mano del Che y Fidel Castro con la creación del Movimiento 26 de Julio, hasta la huida de Batista con la toma de la Ciudad de Santa Clara.

Sobriedad al poder

Sorprendentemente sobria, incluso aséptica en algunos de sus pasajes, se nos antoja esta biopic a manos del cineasta Steven Soderbergh, en una película de ritmo pausado aunque constante, sin altibajos argumentales ni perfiles maniqueos. Bien es cierto que esta primera mitad de la película se centra en un período de idealización de Ernesto Guevara, antes de que los fusilamientos masivos del futuro gobierno mancillaran el ideal revolucionario, actos de los que el propio Che se defendió en la asamblea de las Naciones Unidas de 1964 y que también quedan reflejados en la película.

De este modo, podríamos decir que 'Che, el argentino' es un contínuo flashback, en el que a partir de los días previos a la aparición del Che en dicha asamblea se narran los acontecimientos ocurridos entre 1955 y 1959, filmados, curiosamente, a la inversa de lo que viene siendo habitual, con granuladas imágenes en blanco y negro entremezcladas con imágenes de archivo para el supuesto tiempo presente, y con cámara al hombro para un grueso de metraje a modo de retrospectiva, filmado con una innovadora cámara -llamada RED- que ha permitido a Soderbergh filmar a modo de documental con una calidad de imagen óptima y una extraordinaria viveza de colores. Dicha variedad de formatos concede a a la película de Soderbergh un mayor dinamismo del realmente existente, en un metraje exento de épica y grandilocuencia en ninguna de sus posibles variantes, hasta llegar al punto de contener una banda sonora casi nominal, por cierto, a cargo de Alberto Iglesias.

Apartados técnicos aparte, cabe decir que 'Che, el argentino' es una más que digna biopic -lejos del criticable trabajo realizado por Oliver Stone en 'Comandante'-, carente tanto de sensacionalismos e idealizaciones como de artificios o ensañamientos, gracias en buena medida a una sobriedad y veracidad reflejadas principalmente en las interpretaciones de un omnipresente y fascinante Benicio Del Toro y de un no menos convincente Demián Bichir como Fidel Castro, cuyas contrastadas personalidades quedan claramente remarcadas desde su primer encuentro en México en 1955, enfatizando así desde un primer momento la lógica de (re)acciones venideras.

La extensa duración de la película, además, permite a Soderbergh centrarse en la cotidianidad del Movimiento 26 de Julio, en la precariedad de sus medios y la falta de organización original y en las ocasionales desbandadas de sus tropas, así como en la evolución de un Che primero médico, luego comandante, y finalmente icono de la revolución cubana, si bien el personaje interpretado por Benicio Del Toro parece rehuir de dicha condición, siendo el propio Fidel Castro el más consciente de la fuerza que el Che induce a sus hombres.

De este modo, a 'Che, el argentino', tan sólo cabría echarle en cara cierta frialdad como consecuencia de la obsesión de su director por resultar imposiblemente imparcial y objetivo, cosa harto compleja cuando el film se centra exclusivamente en uno de los bandos contingentes, repercutiendo en un distanciamiento en el espectador.

En resumen, merece la pena pagar una entrada para verla.