Han pasado más de veinte años desde que el equipo conformado por Stephen Frears, Michelle Pfeiffer y Christopher Hampton se alzara con tres de las siete estauillas a las que optaba con 'Las amistades peligrosas'; dos décadas después, director, actriz y guionista regresan a nuestras pantallas con un nuevo título de época, sustituyendo en esta ocasión la obra de Choderlos de Laclos por la de Gabrielle Sidonie Colette, con un resultado bastante inferior del de su primera colaboración.
Así y todo, 'Chéry' resulta ser un producto relativamente entretenido, preciosista en su ambientación y vestuario, y cuya principal fuerza radica tanto en la la excelente fotografía del oscarizado Darius Khondji como de la banda sonora de Alexandre Desplat. Algunos podrían pensar que el nuevo film de Stephen Frears tropieza en la misma piedra que tantos y tantos dramas de época, es decir, centrarse en el envoltorio del producto, si bien el mal de 'Chéry' recala más bien en el frío academicismo de su dirección.
Y es que 'Chéry', como una receta echada al traste, tiene todos los ingredientes necesarios para funcionar, pero algo falla en la cocción: a pesar de tener un diseño de producción excelente, una historia repleta de matices, y unos actores constatados (a las ya veteranas Michelle Pfeiffer y Kathy Bates habría que añadirle Rupert Friend, joven actor que ya parece especializado en el cine de época), el nuevo film de Frears no termina de cuajar, sobretodo en una segunda mitad en la que el drama se apodera de la acción.
En su primera mitad, por contra, cuando la película transcurre por derroteros aparentemente mucho más frívolos y mordientes (más próximos al espíritu cáusticamente crítico de, por ejemplo, Oscar Wilde), el film funciona a la perfección tanto en la recreación de una clase alta en horas bajas como en el marcado retrato psicológico de sus personajes, resultando dinámico y veraz, al mismo tiempo que asienta los pilares de su verdadero trasfondo, esto es, la injusta crueldad tanto del amor como del paso del tiempo.
De este modo, la relación de aprendizaje y, poco después, dependencia de sus dos protagonistas, funciona a la perfección durante la primera hora de metraje, perdiendo intenidad de manera irremediable hasta el final de un film que, por contra, juega a la perfección tanto con la ambivalencia de los sentimientos de sus personajes como con el paralelismo entre los sucesos individuales y la época en la que se enmarcan.