A24 se ha convertido en la productora del momento. Guste o no, eso es así. En poco más de diez años, la compañía fundada en 2012 por Daniel Katz, David Fenkel y John Hodges ha logrado en dos ocasiones, gracias a 'Moonlight' y 'Todo a la vez en todas partes', alzarse con el Oscar a mejor película. Eso sumado a otros proyectos que han gozado con el beneplácito del público, títulos como 'La bruja', 'Midsommar' o 'La ballena' tuvieron buen rendimiento en taquilla, el estudio ha terminado por labrarse un estatus que firmarían muchas de las majors de Hollywood.
Pues en estas, tras el éxito crítico de sus contendientes en la carrera de premios, 'La zona de interés' (excepcional) y 'Vidas pasadas' (no tanto), y una semana después de 'Sangre en los labios', muy recomendable segundo largometraje de Rose Glass, llega el proyecto de mayor presupuesto de uno de los popes de la modernidad cinematográfica.
Donde el año pasado Ari Aster recibió 35 millones de dólares para erigir un canto tan desmesurado y radical como finalmente sin sentido llamado 'Beau tiene miedo', Alex Garland ha contado con 15 kilos más para hacer una película ambientada en un conflicto entre Estados Unidos y las fuerzas separatistas de California y Texas. La criatura responde al nombre de 'Civil War' y ha sido el primer largometraje del estudio en liderar la taquilla norteamericana en su fin de semana de estreno. Desde aquí, nos alegramos por el cineasta y escritor británico. Pero no, su nuevo trabajo anda lejos del nivel exhibido por 'Ex Machina' y, opinión polémica, gusta menos que 'Men'.
Lo que se cuenta son las peripecias de un grupo de fotógrafos y periodistas, encarnados por Kirsten Dunst ('¡Olvídate de mí!'), Wagner Moura ('Narcos'), Cailee Spaeny ('Priscilla') y Stephen Henderson ('Dune'), rumbo a Washington para entrevistar a un presidente de Gobierno (Nick Offerman) acorralado por las fuerzas separatistas. Y desde el primer disparo, armamentístico o fotográfico, hay una palabra que define la nueva propuesta de quien fuera el responsable de los libretos de '28 días después', 'Sunshine' o 'Dredd': provocación.
Destrucción y esteticismo
La premisa, unir bajo una misma coalición a estados que supuestamente se encuentran en las antípodas ideológicamente hablando como Texas y California, ya tiene su aquel. Algo que ganará aún más relevancia si atendemos al clima de polarización social que vive la tierra del Tío Sam y que el próximo 5 de noviembre hay un nuevo llamamiento a las urnas. Pero esto ya lo sabíamos antes de que solo la luz de la gran pantalla luciera en la oscuridad. La sorpresa viene cuando Garland, que realiza un nuevo ejercicio muy cuidado a nivel visual, decide hacer belleza desde la barbarie.
En gran parte de los planos campestres de 'Civil War', la luminosidad imprimida por la fotografía de Rob Hardy y el sonido de los pájaros cantores anda constantemente presente. Luego están imágenes concretas como el sol golpeando a unos francotiradores a la espera de iniciar la matanza o el intento de lirismo, bien hermoso, por medio de unas partículas de fuego o decisiones que pasan por conjuntar una imagen atroz, principalmente tiroteos y asesinatos, con música, villancicos incluidos, que induce las sensaciones opuestas. Y el riesgo, por lo menos en estas líneas, se compra.
También seduce el manejo de la tensión, sobre todo en la secuencia en la que hace acto de presencia Jesse Plemons ('El poder del perro') y que cuenta con cierta esencia tarantiniana en cuanto a los diálogos y la presión que se respira por la inminente llegada del finiquito, así como el uso del sonido, capaz de sumergir al espectador en ese infierno que se ha convertido el American way of life, destacado el paseo por la urbe capitalina.
Instantes en los que Garland, valiéndose del punto de vista, consigue dar una vuelta de tuerca a las action movies al seguir a periodistas, fotógrafos e invasores rumbo al edificio presidencial. Un giro a esas cintas que desprenden tufillo patriótico made in USA, 'Objetivo: La Casa Blanca' y 'Asalto al poder' a la cabeza, que se siente refrescante por la decisión de situar la cámara al lado de la insurrección, a pesar de que las imágenes resultantes no anden sobradas de significado.
Vacío revolucionario
Y es aquí donde comienzan las rebajas, cuando se detecta que más allá de la premisa inicial no hay rastro de la lectura social que resonaba en 'Ex Machina' y 'Men'. Donde antes residían ideas en torno al empoderamiento y la perpetuación de la violencia machista, ahora no hay más que los mismos fuegos artificiales disfrazados de subversión que poblaban una obra tan ruidosa y hueca como 'Atenea', de Romain Gavras.
Las fallas continúan desde el momento en que el espectador percibe que la reflexión periodística brilla por su ausencia, más allá del debate moral, tan trillado en las facultades de comunicación y presente mayoritariamente al inicio del filme, entre ética y profesionalidad. Y todo termina por supurar en el desarrollo de personajes. Unos, principalmente el de Moura, se quedan en la superficie, volviéndose imposible acceder a su interior y saber mucho más que el grado o no de impasibilidad que experimentan ante la muerte de seres queridos. Otros, como el de Spaeny, caen demasiado pronto en lo evidente y la involución.