Después de décadas vistiendo sus abusos a menores de prosa literaria, ahora mismo, en 2024 y a sus 87 años, el escritor Gabriel Matzneff es un hombre libre que probablemente solo pague por sus crímenes con el ostracismo de las mismas élites culturales y políticas que una vez fueron cómplices de su depravación. Pero 'El consentimiento' no es la historia del pederasta Matzneff, suficiente ha utilizado él sus relaciones con niños y niñas de 8, 10 y 12 años en panfletos como 'Les Moins de Seize Ans' ('Los menores de dieciséis años') o 'Les Passions Schismatiques'; es la historia de Vanessa Springora, una de sus víctimas, que en 2020 publicó una novela homónima para relatar las consecuencias de estos abusos sexuales y psicológicos que todo el mundo conocía, pero nadie se atrevía a juzgar.
Su testimonio de estas relaciones "consentidas" provocaron un escándalo social, cultural y mediático en Francia, se reabrió el debate sobre la pedofilia y la pedocriminalidad e incluso influyó en un cambio de ley. Esa es la dura verdad que Vanessa Filho ha llevado al cine en una película incómoda, abrumadora y asfixiante en la que el amor se confunde con dependencia y deseo con el miedo.
Protagonizada por Kim Higelin como Springora, Jean-Paul Rouve como Matzneff y Laetitia Casta como la madre de Vanessa, 'El consentimiento' narra la relación de abusos entre una niña de 13 años y el escritor de 50, un hombre inteligente y manipulador, un hombre de poder del Saint-Germain-des-Prés de París, celebrado dentro del mundo cultural y político de la década de los 80. Vanessa se convertirá en su musa y amante, cada vez más atrapada en una red de destrucción tejida por un depredador mucho más grande que ella.
La película arranca con Vanessa intentando escapar de las palabras de Matzneff, unas palabras que ningún adulto debería dedicar a una niña, idénticas a las que atormentaron a Francesca Gee. El abuso al que la veremos doblegarse e intentar romper durante sus dos horas de metraje no es solo sexual, nunca lo es, el sexo no es más que un arma contra ella y un entretenimiento para él, el abuso reside en el poder. Matzneff la someterá a humillaciones verbales como vía de manipulación para subyugar su capacidad de decisión, que se crea libre de amarle y no presa de la dependencia.
Todo ante la permisividad de una madre que primero ruge y después calla. Una madre que sabía que debía protegerla, pero acabó considerándola responsable de sus propias acciones. El retrato de esa mujer y todo el círculo que rodeaba a Matzneff es desgarrador, pero también el de su público, editoriales o programas de televisión donde acudía de invitado y se le llamaba "educador sexual" por su apetito de jóvenes sin experiencia en los que dejar su huella. Filho no entra en la cuestión de si se puede separar obra y autor, pero el público debería hacerlo al apagarse las luces.
Pedofilia y pederastia no son equivalentes. Mientras la primera alude a la atracción erótica de un adulto hacia un menor, la segunda se refiere a los abusos sexuales que se cometen contra ellos. Los hombres como Matzneff no buscan solo satisfacer un deseo físico, no son *solo* pedófilos, sus ansias son de dominación completa, de ser venerados, de trascender donde otros solo están de paso por este mundo. Eso no lo encuentran en sus iguales y lo tienen que buscar, como hizo él, en niñas que se colgaba como medallas y en infancias de pobreza que compraba en Manila para quebrar a su antojo.
No es sexo, es violación
Las escenas sexuales son difíciles de ver. Los cuerpos desnudos están, las caricias, los preámbulos, pero no hay nada erótico en ellas. Son dolorosas, perturbadoras, lentas y detalladas sin ser explícitas. Porque no es sexo, es violación y Filho usa el lenguaje cinematográfico evocador que conocemos y reconocemos para acentuar que no todas las violaciones son a la fuerza, con gritos y violencia física, que solo sí es sí, pero que sí, cuando no existe una relación de igualdad, debería ser no.
Kim Higelin tiene 24 años, pero no lo parece. Su interpretación de una Vanessa Springora de 13 está impregnada de vulnerabilidad, confusión, soledad y miedo. La víctima perfecta. Rouve es aterrador, tiene la presencia física de un monstruo tan solo con estar parado en la puerta de un colegio tras sus gafas de sol y sabe cómo despedazar con el diálogo y la mirada.
'El consentimiento' funciona mejor como relato que como obra cinematográfica. Lo que tiene que contar es tan fuerte y tan importante que no puede sacudirse esa capa de suciedad y sofocación hasta el final de la película, cuando Vanessa empieza a salir de su infierno para lamerse las heridas. El ambiente está demasiado viciado para poder respirar. Es una película escabrosa que remueve, que molesta y que exhibe el egoísmo, la ambición y la miseria humana, la crueldad consentida a menores y mujeres en la sombra patriarcal.