El 2017 fue el gran año del cine LGBT en diversos festivales. Si se empezaba con las magníficas 'Una mujer fantástica', 'Call Me by Your Name' y 'La herida (The Wound)', que deslumbraron en el 67º Festival de Berlín, en Cannes fue '120 pulsaciones por minuto' la que logró el aplauso del jurado y los asistentes de la 70ª edición, en la que ganó el Gran Premio del Jurado y el FIPRESCI. Llega ahora, por fin, a salas comerciales la celebrada película de Robin Campillo.
Inicio de los años 90, el virus del sida se ha convertido en una horrible epidemia que asola a la comunidad LGBT, que ve con impotencia la muerte de millones de personas. Ante la pasividad del gobierno, del ministerio de Sanidad, el desconocimiento sobre la medicación y el estigma social al que se enfrenta el colectivo entero, nace así ACT UP París, un grupo de acción directa proveniente de Estados Unidos cuyo objetivo fue llamar la atención sobre la pandemia, así como promover mayor investigación sobre el virus y alertar sobre posibles contagios y crear campañas de prevención. A la asamblea asociativa llega Nathan, un nuevo miembro que, siendo seronegativo, decidirá unirse para hacer campaña y luchar por los derechos no sólo de los seropositivos, sino del propio colectivo LGBT. Así conocerá a Sean Dalmazo, uno de los activistas más entregados, con el que vivirá una apasionada historia de amor.
Homenaje a la memoria de la lucha del colectivo
Tras 'La resurrección de los muertos' y 'Chicos del Este', Robin Campillo trae la que, hasta el momento, su película más importante. '120 pulsaciones por minuto' logra traer a una nueva generación de espectadores lo que hace 20 años sufría no sólo un estimagtizado colectivo LGBT, sino todas las víctimas del virus del sida. Sin duda, loable, ya que es una manera de rendir tributo a todo el trabajo que asociaciones y comunidades han hecho para promover mayor investigación contra el virus y para lograr que deje de ser sinónimo de muerte.
He ahí el principal valor del largometraje, en el que Robin Campillo, guionista habitual de Laurent Cantet y artífice del libreto de la magnífica 'La clase', logra crear una película casi documental. Durante la primera mitad, el filme logra llevar al espectador a esos años 90, a esa juventud que muere cuando recién empezaba a vivir. Las asambleas, las discusiones, los conflictos entre los propios miembros de ACT UP París, el enfrentamiento contra las fuerzas del orden, el compromiso activista. En esa primera parte, Campillo narra la historia reciente, recuerda a las víctimas y, sobre todo, a la esperanza y energía que, pese a todo, vivía entre los jóvenes activistas.
El compromiso social con la lucha contra el sida y a favor de los derechos LGBT son su principal baza, ya que cuando el filme entra en las relaciones personales de los miembros del colectivo, Campillo parece haber olvidado que, en los años 80 y 90, ya hubo tragedias desgarradores similares como 'Compañeros inseparables', 'Miradas en la despedida', 'It's My Party' o la celebrada 'Philadelphia'. Ese es su traspié, en el que se evidencia que el cineasta habla a la generación que no vivió los estragos del sida. De ahí, que la relación amorosa entre Sean y Nathan no ofrezca nada diferente a lo ya visto en ese sentido, logrando apagar en su última parte ese mensaje de esperanza y energía y llevándolo a un dudoso ejemplo de endogamia entre el colectivo.
Un mensaje de advertencia para las nuevas generaciones
Pese a ello, lo cierto es que se está ante una película notable en la que su principal fuerza radica en la pasión de los miembros del colectivo, en la lucha por los derechos. En ese sentido, quien todo el peso es su protagonista, Nahuel Pérez Biscayart, que da vida a Sean, el joven activista que llevará su entrega por el activismo más allá de su trágico destino. El papel del actor argentino radicado en Francia es el más notable de su carrera, también aplauso por Adèle Haenel, Arnaud Valois y Antoine Reinartz, que destacan como principales portavoces de una película con mucho sentido coral.
'120 pulsaciones por minutos', que también logró una Mención Especial del jurado de la 22ª edición de Lesgaicinemad, es una película hecha para el recuerdo y el homenaje a un legado que debe quedar muy vivo en una generación que, afortunadamente, no vivió los estragos del sida y su peor cara pero que, justamente por ello, no debe bajar la guardia, máxime en una época en la que las ETS entre la población joven vuelven a propagarse con facilidad. En su labor activista, el largometraje acierta de lleno, en su faceta personal, cumple medianamente, logrando una propuesta que debe verse como un interesante documento de la historia más reciente del colectivo LGBT.
Nota: 7
Lo mejor: Su espíritu activista y su llamamiento a no olvidar a aquellos que lucharon (y murieron) por los derechos de las víctimas del sida y del colectivo LGBT.
Lo peor: Su trama amorosa no ofrece nada nuevo a lo que ya se vio, precisamente, en el cine de los 90.