Cuando se anunció el comienzo de la producción de '1898. Los últimos de Filipinas', una de las primeras palabras que revolotearon por la mente de muchos, seguramente fue pereza. Un director novel, aunque curtido en la pequeña pantalla, liderando un film de altísimo presupuesto sobre uno de los acontecimientos más importantes de nuestra historia, suena atractivo, sí, pero el miedo a que pasara sin pena ni gloria por aquel desastre de finales del siglo XIX, y se quedase en la superficie, era latente. De ahí la pereza. Sin embargo, Salvador Calvo ha saltado sin paracaídas en su ópera prima y, para sorpresa de algunos ha caído de pie (y casi sin heridas).
Corría el año 1898 cuando el imperio español perdió, entre otras, la colonia de Filipinas, pues fueron vendidas a Estados Unidos por "una miseria" de dinero. Y con ellas, la suerte de un destacamento enviado a la aldea de Baler, que mantuvo izada la bandera española durante 337 días. Sitiados en una iglesia luchando por el honor de la misma patria que los había abandonado. Jóvenes inexpertos de origen humilde bajo las órdenes de un tal Martín Cerezo, encarnado en el film por Luis Tosar, que ocupó el cargo de líder tras la muerte del capitán Enrique de las Morenas (Eduard Fernández). Algunos quieren medallas, otros volver a casa... Si no tienes familia ni casa, prefieres las medallas y el honor. A costa de todo, y lo que es peor, a costa de todos. Eso fue lo que ocurrió y la razón del sinsentido de mantener firme la bandera hasta el 2 de junio de 1899, el día que los supervivientes del destacamento pasaron a conocerse como "los últimos de Filipinas".
Salvador Calvo, con la ayuda de una voz en off y un equipo técnico cuyo trabajo ha resultado impecable, nos abre en canal tanto los espectaculares paisajes que envuelven la cinta, como el interior de los personajes. Alex Catalán, director de fotografía de otros films como 'La isla mínima', vuelve a demostrar que, además de ser el maestro de los planos aéreos de nuestro cine, sabe que los pequeños detalles también son importantes. Nada más comenzar, podemos sentir cómo nos quema el fuego de una cerilla que enciende una antorcha.
Estaría de menos si este año no viéramos su nombre dos veces en la lista de nominados a los Premios Goya, (su paso por 'El hombre de las mil caras' es uno de los atractivos de la cinta de Alberto Rodríguez). Pero, en lo que incumbe a la ejecución de esta factura impecable de la que hablamos, tenemos más responsables. El equipo de arte, comandado por Carlos Bodelón, merece de igual manera ser reconocido. La reconstrucción de la iglesia, así como de las trincheras de los filipinos y demás decorados, nos sitúa de lleno en aquel ambiente claustrofóbico que tuvieron que vivir los militares, y el que pudieron sentir los actores al meterse en su piel. Mención especial a los equipos de vestuario, maquillaje y cómo no, sonido. Otro de los grandes puntos que juegan a favor de esta aventura antibelicista.
Porque si algo nos explica Calvo a través del guión de Alejandro Hernández, no es lo bonito que es batallar, pues, en ningún podría serlo, y entonces ¿para que ensalzarlo? Realmente no se trata de una película antibelicista, pero sí de un sentido mucho más humanista que el que nos fue presentado por Antonio Román, que ya nos había contado en 1945 las glorias de nuestro imperio. En esta revisión de la historia se grita "a la mierda España", y no pasa nada. Se muestran las penas que vivieron "nuestros" militares, las muertes innecesarias, las enfermedades que se los llevaron por delante, y se le otorga dignidad (necesaria), al "bando opuesto", frente a la locura de aquellos empeñados en proseguir la guerra. Vamos, que no es un remake ni mucho menos. Cuenta la historia desde un punto de vista "más neutro", y sin ningún tipo de pudor, lo cual debería ocurrir siempre que revisemos nuestro pasado. Esperamos que '1898. Los últimos de Filipinas', sirva como punto de partida.
Sin embargo, fuera la vergüenza y el amor por la patria, el imperio, y la búsqueda de la aprobación de unos dirigentes a los que no les importó mucho tenerlos combatiendo por nada, (tal y como podría ocurrir hoy mismo, la historia se repite si no aprendemos de ella), llama la atención que la única figura femenina de la cinta, se trate de una filipina prostituta. Las habría, sí, pero para que este personaje fuese capaz de llamar la atención de Martín Cerezo, quizá no fuera necesaria esta condición, que a veces nos saca un poco de contexto y por qué no decirlo, de quicio. A pesar de ello, Alexandra Masangkay, quien se estrena prácticamente en esta cinta, realiza una gran interpretación, y seguramente, obtenga más de un reconocimiento. O debiera hacerlo.
Dos generaciones que son una
El resto del reparto principal, está formado completamente por actores masculinos pertenecientes a dos generaciones distintas. Los veteranos: Luis Tosar, Eduard Fernández, Javier Gutiérrez, Carlos Hipólito y Karra Elejalde, y los más jóvenes, aunque no por ello con menos talento y capacidad de esfuerzo: Álvaro Cervantes, Ricardo Gómez, Patrick Criado, Emilio Palacios y, el pasado ganador del Goya a Mejor actor revelación Miguel Herrán, que tras 'A cambio de nada', llegó para quedarse. Ambas generaciones se conjugan en una sola donde todos ofrecen lo mejor de cada uno. Tanto es así, que las ganas de meterse en la gran pantalla y decirle cuatro cosas a alguno, son inevitables. Hay momentos en los que se pierde el actor, y solo vemos al militar.
Echamos de menos tener más tiempo en pantalla a Patrick Criado, quien destaca en cada aparición. Una pena que su personaje no tenga más protagonismo en la cinta, pues sin duda, si todos están afinados, Criado está afinadísimo en sus intervenciones. Luis Tosar y Javier Gutiérrez, nos recuerdan su capacidad camaleónica. Carlos Hipólito y Karra Elejalde cómo desde la calma, y paso a paso, se acaba siendo imprescindible (e impecable en ejecución). Eduard Fernández, nos da aquello a lo que nos tiene acostumbrados, y quizá por ello, sea el que pase más desapercibido. Lo mismo ocurre con Herrán y Palacios, cuyos roles quedan relegados a un plano más secundario, aunque ambos hacen una gran labor. Ricardo Gómez, para muchos el eterno Carlitos, se quita la etiqueta con nota. Un buen actor es aquel que lleva casi 16 años haciendo el mismo personaje, y sabe dejarlo atrás en uno de sus primeros trabajos alejado de él. Confirmado, le queda mucho por delante, y a nosotros por disfrutar de ello.
Pero, dentro de todo este cúmulo de grandes interpretaciones, si hay alguien que destaca, es Álvaro Cervantes. El verdadero protagonista, el que sirve de punto de unión entre todos los personajes, las subtramas y la trama principal. Llevamos años viéndolo crecer en la pequeña y en la gran pantalla, pero con Carlos, hace un ejercicio de sensibilidad (además de un esfuerzo por sacar adelante el acento extremeño, entre otras cosas), que no habíamos presenciado hasta ahora, y que pocos son capaces de transmitir. Sería delito no reconocer que estamos delante de uno de los mejores actores (y no de su generación).
Nota: 8
Lo mejor: Álvaro Cervantes, así como la falta de pudor a presentar el sinsentido de la guerra.
Lo peor: Que la música sobrecarga alguna escena, y que la primera palabra que se le pase al público por la mente sea pereza, cuando la cinta da todo, menos eso.