Andrew Haigh ya había ofrecido con 'Weekend', su anterior largometraje, una mirada profunda, sincera y certera a ese espacio invisible y lleno de vida que se forma entre dos personas. En aquella, dos hombres se conocían y estaban a punto de tener una historia de amor durante un fin de semana. Pero sus personajes hablaban largo y tendido sobre todas las razones que tenían para evitarlo.
'45 años' cuenta una historia diferente pero de alguna manera con el mismo resultado. En este caso, Kate Mercer (Charlotte Rampling) y su marido Geoff (Tom Courtenay) están a punto de celebrar su aniversario número 45. Pero una carta de Alemania con información sobre el cuerpo de un antiguo amor de Geoff les hará replantearse su matrimonio y su vida juntos durante una semana crucial.
Haigh gana en distancias cortas (de espacio y tiempo), y demuestra que lo suyo son las relaciones, sin importar la orientación sexual de los implicados, desmarcándose de la temática LGTB por primera vez en su carrera como director. Alcanza aquí grados de sutileza e intensidad que su serie 'Looking' (HBO) no llega ni a oler, perdiéndose en los caminos del melodrama más básico.
'45 años' podría ser su mejor película, aunque desde luego es menos inmediata que 'Weekend'. El viaje de Kate es más complejo y desgarrador que el de los jóvenes de sus anteriores obras, y Rampling ayuda dando una de las mejores interpretaciones de su carrera (y con su carisma y mirada honda habituales). También es la obra de Haigh más pesimista, aunque sus sombras son tan reales y cercanas a nuestro día a día que corremos el peligro de no verlas.
Un matrimonio ejemplar
No hay clichés en '45 años': Haigh se limita a lanzar una bomba de relojería en un hogar ejemplar, abrir grietas entre un matrimonio que siempre se ha caracterizado por su estabilidad y cohesión. Kate y Geoff se conocen tan bien el uno al otro que puede que se hayan olvidado de conocerse a sí mismos.
Aquellas grietas son el conflicto de una película que se mueve lenta y segura por la exploración de sus consecuencias. La rutina de los Mercer parece inquebrantable: un perro acompaña todas las mañanas a Kate en su paseo diario por paisajes estáticos, un puñado de amigos les ayudan a preparar una celebración que se antoja necesaria y agradable. Pero el fantasma del primer amor, las oportunidades perdidas, los otros universos, les harán obsesionarse con lo que podría haber sido.
Todo el peso de la película recae sobre la pareja protagonista, y ambos están a la altura. Courtenay está perfecto como ese tipo de hombre absorto, introvertido, y su Geoff obsesionado repentinamente con el pasado es emotivo e intrigante a partes iguales. Pero la reina del baile es Rampling, el espectador puede llegar a atisbar todo lo que piensa su Kate, y sin embargo nunca deja de ser un enigma. Como esa persona con la que llevas viviendo varias décadas.
Aquello que estaba congelado
'45 años' es de las películas que crecen cuando se encienden las luces de la sala. Su escena final, además, es uno de esos momentos inolvidables de cine que solo con tres o cuatro planos (y una gran actriz) son capaces de removerte por dentro.
En lo que Haigh acierta es en no caer en el "buenrollismo" que suele acompañar a los relatos de parejas maduras (o directamente ancianas), ese mensaje de amor infinito hecho para calmar al público. El director británico se atreve a mostrar todas las aristas de una relación y una convivencia realistas, sin caer en el fatalismo de Michael Haneke en Amor. Los roces, los silencios, las miradas, las bromas, la confianza, el sexo (Haigh se atreve a mostrar el placer de las carnes flácidas, algo que aún parece un tabú para la gran mayoría de directores). Las dudas. Porque eso muestra '45 años': ese momento en el que te planteas que quizá las decisiones más importantes de tu juventud te hayan destrozado la vida y ni siquiera te hayas enterado.
Lo que Geoff no entiende es que sus dos mujeres estaban congeladas. Y Andrew Haigh nos da la oportunidad de ser testigos del deshielo.