Dentro de la ciencia ficción es habitual encontrar esa estructura narrativa que consta de una figura paterna y un ser aparentemente indefenso al que debe cuidar y guiar. Sin ir más lejos, dos de las series del momento -con Pedro Pascall como ídolo insustituible- versan sobre esto: 'The Last of Us' y 'The Mandalorian'; en largometrajes, podríamos encontrar un semejante en la distópica 'La carretera', con Viggo Mortensen cuidando de un jovencísimo Kodi Smit-McPhee.
'65' viene a engrosar esa lista, con Adam Driver encarnando a un piloto espacial llamado Mills que debe cuidar de la pequeña Koa (Ariana Greenblatt), única superviviente de un catastrófico accidente que ha dejado a ambos varados en el planeta Tierra con una nave espacial hecha añicos. No es una Tierra cualquiera, pues se trata de nuestro querido planeta azul pero hace 65 millones de años (de ahí el título), por lo que enormes dinosaurios pueblan la tierra y ponen en apuros a nuestro dúo protagonista.
Lo cierto es que, si de criaturas peligrosas se trata, los directores de '65', Scott Beck y Bryan Woods, tienen tablas para rato, pues ambos escribieron el guion de 'Un lugar tranquilo', el fenómeno terrorífico de John Krasinski. Ambos directores, que ya declararon que la idea se ha forjado durante años en contraposición a los dinosaurios que protagonizan la saga de 'Parque Jurásico', recibieron el apoyo del gran Sam Raimi, que se encuentra en la producción.
La sencillez de la propuesta permite a '65' desplegar un abanico brillante de escenas de acción sin contemplaciones, solo por el puro disfrute. Le juega una mala pasada, claro, ya que su superficialidad le impide hacer mella de alguna manera en el espectador, que sale de la sala recordando cada vez menos acerca de la película. Pero tampoco lo necesita. Se erige como una propuesta de supervivencia anclada en la ciencia ficción y alejada de cualquier tipo de franquicia o saga.
Simple pero orgulloso
Vivimos tiempos en los que el encumbramiento de la intelectualidad de las películas ha terminado por cansar -no digamos ya las chorrocientas secuelas de los universos cinematográficos- y dejar paso a propuestas mucho más sencillas. En el terror, teníamos ese subgénero apodado 'elevated horror' que ha provocado la corriente contraria: películas autoconscientes que se ríen de la norma y proponen algo novedoso y fresco.
En la ciencia ficción sucede algo parecido. Lejos de las sesudas obras de Christopher Nolan o la majestuosidad sobrecargada de Denis Villeneuve se alza '65', orgullosa de su simpleza hasta el punto de no necesitar más que 90 minutos y dos férreas interpretaciones. No me malinterpreten, los reptiles prehistóricos tratando de cazar a la pareja (con un descomunal hocico bajo la lluvia que recuerda a 'Alien 3') son el punto fuerte de la película, pero ver cómo el filme deja espacio para la complicidad y el entendimiento entre ambos es maravilloso.
Podría haberse complicado la vida sin necesidad. Mills tiene ciertas filias con su hija (interpretada por Chloe Coleman) que podrían haber desembocado en una pseudo 'Interstellar' con sus quebraderos de cabeza espaciotemporales. En su lugar, tan solo hora y media de supervivencia, disparos a dinosaurios gigantes y química entre Driver y GreenBlatt, con sus acertados toques de comedia que rebajan la tensión del asunto. Todo aderezado con un ritmo endiablado, a contrarreloj, con el objetivo de abandonar el planeta antes de la archiconocida lluvia de meteoritos que acabó con las famosas criaturas.
Por ello, '65' se confirma como un entretenidísimo pasatiempo, algo cutre y autocomplaciente en su contenido, pero totalmente descarnada y realista en sus formas. Cumple de sobra su promesa de imaginar a un hombre cuidando de una niña pequeña, tratando de escapar de un planeta infestado de dinosaurios, de repelerlos a golpe de gatillo y bombas futuristas, y de dejarse envolver por una relación fría y cómplice, destinada a entenderse aun sin hablar el mismo idioma.