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CRÍTICA

'A estación violenta': Del sentimiento trágico de la existencia

La jovencísima cineasta gallega Anxos Fazáns adapta la novela homónima del periodista Manuel Jabois, que retrata el desencanto de un grupo de amigos.

Por Antonio Miguel Arenas Gamarra 15 de Junio 2018 | 15:23

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Anxos Fazáns adapta la novela homónima escrita por el periodista Manuel Jabois con el reto de trasladar el desencanto de una generación que realmente no es la suya. La jovencísima directora gallega, surgida de la ESCAC, cuenta con apenas 26 años frente a la avanzada treintena de sus protagonistas. Pero cualquiera lo diría, se estrena en el largometraje con una convicción y sensibilidad impropias de una debutante, 'A estación violenta' esquiva los lugares comunes de su relato para transmitir la intimidad y desesperación vital de sus personajes.

A estación violenta

Buena parte del mérito probablemente resida en el guion, coescrito entre otros por Daniel Froiz y Ángel Santos, responsables de 'Las altas presiones', con la que mantiene fuertes puntos en común a nivel estético y argumental. Al igual que aquella, está producida por Matriuska y rodada en 16mm, lo que determina la puesta en escena, la duración del plano y confiere a sus imágenes una nebulosa atemporal que añade otra dimensión al sentimiento de vacío por el que transitan sus protagonistas. Tres amigos, interpretados por Alberto Rolán, Nerea Barros y Xosé Barato, que se reencuentran en el peor momento de sus vidas, marcados por la soledad, la depresión y unas adicciones con las que olvidan su falta de expectativas, pero que les consumen lentamente.

En ese lugar tan al límite se sitúa la historia, pero en vez de ahondar en el sentimiento trágico o en los giros melodramáticos del argumento, la película sabe detenerse en la belleza de los pequeños gestos que ayudan a sobrellevar una tragedia inminente. Una caricia, un baile, un beso en la mejilla, una canción. Momentos furtivos que la directora registra dilatando cada secuencia con suma delicadeza y que el reparto hace suyos. En ese sentido, cabe especialmente destacar la febril presencia de una magnética Nerea Barros, cuya proximidad de la muerte convierte cada escena en un arrebato, en un manifiesto de su paso por esta vida y por la película misma.

A estación violenta

'A estación violenta' arranca con un flashback, rodado en una única toma y a cámara lenta, que nos invita a contemplar una idílica escena del grupo de amigos nadando desnudos en la playa. El peso de ese momento pleno de felicidad es recordado en ocasiones, parece arrastrar a sus personajes y condena a la propia película, que los describe incapaces de continuar adelante, de encontrar algo a la altura de ese momento, lo que su narrativa elíptica y tan sabiamente depurada subraya sutilmente. Porque aunque la palabra emerja a través de los relatos que escribe su protagonista o las letras de las canciones, la película renuncia a la voz en off y sabe desprenderse de la estructura literaria para fluir como un concierto, permeable a la realidad y la improvisación, encadenando imágenes que en su equilibrio estético y formal aspiran a transmitir un terrible estado de ánimo.

Nota: 7

Lo mejor: Su depuración narrativa, la sensibilidad de Fazáns tras las cámaras y cada aparición de Nerea Barros.

Lo peor: Que su fatalismo corra el riesgo de sonar a impostado o lugar común.