"Here am I floating round my tin can, far above the Moon. Planet Earth is blue and there's nothing I can do". Aunque la voz de David Bowie no suena en ningún momento en 'Ad Astra: Hacia las estrellas', la solitaria fascinación por el espacio exterior de 'Space Oddity' resuena durante toda la película. A Bowie lo llamaban el hombre de las mil caras, y otro que resuena en este relato, y que el director y guionista James Gray ha confesado haber utilizado como guía para su escritura, es 'El héroe de las mil caras' de Joseph Campbell. Su teoría del monomito, el viaje psicológico del héroe, ha sido aplicada en muchísimas películas desde 'Matrix' hasta el 'El rey león', pasando por el ejemplo paradigmático, 'Apocalypse Now', con la que 'Ad Astra' guarda muchas similitudes.
'Ad Astra' empieza con el astronauta Roy McBride (Brad Pitt) sobreviviendo a un inesperado accidente en una estación espacial. Una extraña tormenta eléctrica destruye la estación y mata a varios de sus colegas, pero Roy consigue mantener la calma y aterrizar en la Tierra sin un rasguño. Su secreto es que no tiene miedo a nada. No es que sea invencible, es que Roy se ha aislado tanto en su vida personal y se ha desconectado tanto de los que le rodean que ya no tiene nada que perder. Para él, y para la agencia espacial que lo tiene contratado, es todo un éxito.
James Gray se adentra en terreno inexplorado para hacer lo que mejor sabe, como demostró en la magnífica 'Two Lovers': explorar el trauma de un hombre que no puede entablar relaciones. Roy mantiene en el recuerdo dos relaciones fallidas: una con su mujer, interpretada por una Liv Tyler que habla poco y está más como ideal que como personaje real (quizá sus escenas se han quedado en la mesa de montaje); y otra con su padre (Tommy Lee Jones), que desapareció en una expedición espacial hace muchos años. La relación más estable que tiene Roy es con la inteligencia artificial que lo somete a un examen psicológico periódico, un examen que solo se aprueba si todo va aparentemente bien. Una especie de dictadura perversa de Mr. Wonderful, según la cual los astronautas tienen permitido embarcarse en peligrosos viajes si han convencido a un robot de que se encuentran bien.
Es curioso que Brad Pitt haya llegado a las salas de cine de 2019 con dos exploraciones de la masculinidad tan interesantes, y dos interpretaciones tan buenas, como 'Érase una vez en... Hollywood' y 'Ad Astra'. Aquí él y Gray se proponen mirar a las consecuencias de un modelo de hombre cada vez más caduco, al que se le niega toda vulnerabilidad y necesidad de afecto. Un hombre tan solitario y endurecido que bien podría encontrarse solo a miles de años luz de la Tierra. Pero los sentimientos enterrados acaban saliendo a la luz, y a Roy le ocurre en pleno viaje espacial, en el que tendrá que enfrentarse a su soledad y al vacío que dejó su padre cuando desapareció 30 años atrás.
Un hombre buscándose en el espacio
Las metáforas se vuelven literales en 'Ad Astra', una película sobre matar al padre y buscarle sentido a nuestra existencia en este mundo. Hay dos líneas inseparables, el viaje espacial y el psicológico, que a veces parecen luchar entre sí e incluso anularse la una a la otra. Un par de escenas de acción, aunque siempre efectivas (muy divertida la persecución sin gravedad en la Luna), parecen estar ahí porque Gray tiene miedo de asustar o aburrir al gran público en su primera película de gran presupuesto. El mayor ejemplo de esto es la innecesaria voz en off, con la que Brad Pitt nos va explicando paso a paso ese viaje emocional, a pesar de su sencillez. El director de 'El sueño de Ellis' y 'Z, la ciudad perdida' puede resultar algo denso e inaccesible no por lo complicado de sus propuestas sino por su ritmo pausado y una frialdad que, por otra parte, le viene perfecta a esta película para no caer en cursilerías o parafernalias complicadas.
Con banda sonora de un Max Ritcher extrañamente contenido, Gray nos hace avanzar junto a un comprometido y sublime Brad Pitt (solo durante la mayor parte del metraje) hacia lo más profundo de esa negritud silenciosamente salvaje que es el espacio. Y allí encontramos preguntas: ¿Qué nos empuja a aislarnos de los demás? ¿Podemos evitar acabar convirtiéndonos en nuestros padres? ¿Qué queda de nuestra humanidad cuando estamos a miles de años luz de nuestro hogar? ¿Estamos solos en el universo? ¿Tiene sentido todo esto?
Desde el viaje a la luna de George Méliès, el cine siempre ha encontrado en el espacio un espejo en el que intentar buscar nuestro reflejo como seres humanos. Lo hicieron Stanley Kubrick con '2001: Una odisea del espacio', Andrei Tarkovsky con 'Solaris', el binomio formado por Mike Cahill y Brit Marling con 'Otra Tierra' o, casualmente, el hijo de Bowie, Duncan Jones, con 'Moon'. Más recientemente dos autores de los que aún llegan al gran público, Alfonso Cuarón y Christopher Nolan, se lanzaron a las estrellas para llegar a una conclusión: busquemos donde busquemos, no encontraremos nada más importante que el amor que ya tenemos aquí mismo, en la Tierra. En la estela de 'Gravity' e 'Interstellar', James Gray explora la misma idea con este pausado drama espacial.
Nota: 7
Lo mejor: La reflexión sobre la masculinidad tóxica
Lo peor: El abuso de la voz en off sobreexplicativa