Tras narrar las vicisitudes de una adolescentes en los años 80 en 'Papa Was Not a Rolling Stone', la cineasta francesa Sylvie Ohayon se atreve a abarcar el cine social con 'Alta costura', un largometraje que combina la mirada reivindicativa con la moda y cómo su poder de crear belleza a través de un oficio es lo que permite despertar pasiones y virtudes incluso a aquellos que pensaban que no las tenían. Una propuesta que muestra la habilidad de la realizadora para enfrentarse a proyectos que buscan el equilibrio entre lo autoral y lo comercial.
La historia de 'Alta costura' se ha podido ver en largometrajes relacionados con otras facetas. Ejemplo de ello es la reciente 'Tenor', en la que Michèle Laroque encarnaba a una profesora de canto de la Ópera Garnier de París y convertía a un aspirante a rapero en un tenor con una habilidad vocal innata. Sin embargo, en lo relacionado con el mundo de la moda, los títulos se han enfocado principalmente en diseñadores y modelos, olvidando muchas veces que se trata de un trabajo mucho más complejo y artesanal, donde las costureras juegan un papel fundamental, especialmente en lo relacionado a la alta costura.
Es ahí donde Ohayon pone el foco. La directora, quien firma el guion junto con Sylvie Verheyde, narra cómo el talento, la vocación y el oficio puede estar en cualquier estamento. Por ello, convierte la historia de mentor-pupilo en un relato en el que la maestra no resulta ser tan sabia como se espera de propuestas así y la pupila no guarda una virtud extraordinaria, sino que se trata de un diamante en bruto que puede echarse a perder si no se pule adecuadamente.
De esa manera, Ohayon huye del clásico relato de 'Cenicienta' para crear una propuesta de fuerte mirada social, en la que impera la crítica a un sistema que no impulsa el desarrollo real entre los jóvenes ni la integración social, es llamativo cómo hijos o nietos de inmigrantes no se consideren franceses a pesar de haber nacido y haberse criado en tierras galas y ven París como una realidad alejada de la banlieue. Cierto es que la realizadora no ahonda en la crítica de la misma manera en que lo hicieron Thomas Kruithof en 'Promesas en París', Fanny Liatard y Jérémy Trouilh en 'Gagarine' o Houda Benyamina en 'Divinas'. Sin embargo, eso no impide estar ante un retrato comprometido, en el que tiene como protagonista a una joven cuyo trasfondo es mucho más complejo y muestra cómo el desarraigo no está solo relacionado con la inmigración.
Nathalie Baye y Lyna Khoudri ofrecen unas interpretaciones sublimes
De ahí, que sea importante mostrar cómo el virtuosismo es algo que se cultiva y entrena todos los días, tal y como lo refleja el filme, con una protagonista que va abriéndose al descubrimiento de su oficio, de ver cómo el trabajo puede ser una pasión. Lo hace con un escenario ideal, los talleres de costura de la tienda Dior del número 30 de la avenida Montaigne, un lugar de ensueño que muestra sus entresijos, lo que se cuece entre bambalinas, en cómo se crean esos vestidos que convierten a la que los lleva en una estrella.
Su apartado técnico es magnífico, pues el diseño de producción cuida la parte del taller, de las telas, de los maniquíes, de la confección de prendas con sumo cuidado, transmitiendo esa sensación de estar ante la creación de arte en el público. A ello se suma la emoción del descubrimiento, como le sucede a la protagonista. Algo que, por cierto, no hubiera sido posible si no tuviera una mentora que termina ejerciendo también como maestra de vida. Para que el relato llegue a buen puerto, era fundamental contar con dos actrices que supiesen llevar a otro nivel ese relato de mentora-pupila, cosa que consiguen Nathalie Baye y Lyna Khoudri.
La primera es toda una veterana y vuelve a derrochar experiencia con un papel que aparenta ser ligero pero que va desnudando sus diferentes capas emocionales hasta mostrar que el oficio es importante, pero que este no debe abarcar todos los aspectos de la vida. Tiene como partenaire a una de las grandes promesas del cine francés. Ganadora del premio a la mejor actriz en la sección Horizontes por 'Una cena en Argelia', Khoudri demostró tener una fuerza interpretativa descomunal en 'Papicha, sueños de libertad' y, en cierta forma, en 'Alta costura' cumple el sueño roto de su personaje en el mencionado filme de Mounia Meddour. Ambas forman un tándem ideal que muestra cómo el talento entre generaciones crea círculos virtuosos.
Como propuesta feel-good, 'Alta costura' ofrece un drama social que llega gracias a sus protagonistas, así como también por transmitir una pasión por la moda con la que conquista al público, gracias a que Ohayon muestra una delicadeza por los detalles que hacen que el filme muestre los aspectos positivos de ese equilibrio entre lo autoral y lo comercial, que es también uno de los pilares de la industria cinematográfica francesa, la que más exporta títulos a nivel europeo. Una cuidada y elegante propuesta que vuelve a mostrar la importancia de disfrutar de estos relatos en la gran pantalla.
Nota: 7
Lo mejor: Poder ver las manos que confeccionan el arte de la moda. Las interpretaciones de Nathalie Baye y Lyna Khoudri.
Lo peor: Se hubiera agradecido que los personajes de Baye y Khoudri fuesen menos antipáticos, cuesta empatizar con ambos. Por otro lado, no hubiera estado mal ver más moda y más tiempo en los talleres y el diseño.