De tanto en tanto, en el cine llegan propuestas que recuerdan que el mundo es muy grande y que los derechos sociales, que en unas regiones están más que asumidos, son luchas que aún siguen librándose en otros lugares. Prueba de ello es el tercer largometraje del cineasta Levan Akin, 'Solo nos queda bailar'. Candidata por Suecia para la categoría de mejor película internacional en la 92ª edición de los Premios Oscar, con este filme el realizador muestra su lado más comprometido y activista, adentrándose en sus propias raíces, al ser sueco de nacimiento pero de padres georgianos.
Para entender 'Solo nos queda bailar' hay que comprender cuál es la realidad que narra. La situación de la gente LGBT en la antigua república soviética es muy delicada, al vivir enfrentándose a la hostilidad y el odio de una sociedad tremendamente homófoba y tránsfoba. De hecho, tal y como declaró el actor protagonista del filme, Levan Gelbakhiani, el rodaje tuvo que hacerse con fuertes medidas de seguridad, al recibir tanto actores como equipo técnico varias amenazas de muerte de grupos extremistas religiosos ultraortodoxos. Es más, la première de la cinta se vio empañada por una protesta de un grupo de extrema derecha, que intentó boicotear la exhibición del filme.
Un canto por los derechos LGBT en Georgia
Teniendo en cuenta estos datos, la propuesta de Akin se antojaba necesaria, cabiendo recordar que en Georgia no puede celebrarse el Día Internacional del Orgullo LGBT. El cineasta conoce este transfondo y sabe plasmarlo en la gran pantalla, con una propuesta en la que se percibe ese odio y hostilidad hacia lo diferente, al ser el país exsoviético una sociedad marcadamente patriarcal. De hecho, el coreógrafo de la cinta pidió no aparecer en los créditos por miedo a represalias en su trabajo y su vida personal.
Con esa situación, Akin firma una película magnética, en la que puede verse una historia del despertar sexual. En ese sentido, el filme no difiere mucho de otras propuestas notables como 'Beautiful Thing' (1996), 'Get Real' (1998), 'A primera vista' (2014) o 'Call Me by Your Name' (2017). Sin embargo, es ese trasfondo el que hace que su trama sea más solemne y profunda que la de la familia burguesa de la cinta de Luca Guadagnino, acercándose más a la mirada de André Téchiné, evocando a 'Los juncos salvajes' (1994). Sobre todo, porque, además, muestra cómo esa sociedad patriarcal oprime cualquier rasgo masculino que se salga de la norma, provocando un fuerte peso en los jóvenes, que se hace el doble pesado para el protagonista, al ser gay.
Eso es lo que hace que 'Solo nos queda bailar' sea una propuesta con fuerte carácter activista, al reivindicar no solo respeto por la gente LGBT, sino también por aquello que no corresponde a lo convencional, a lo diferente. Lo hace a través de la danza, siendo un acto activista, al ser el baile georgiano la máxima expresión de la virilidad en esta sociedad.
Levan Gelbakhiani, el alma de la película
El resultado es estupendo, aunque buena parte del mérito sea de una sólida dirección y un notable guion, es la interpretación del debutante Levan Gelbakhiani lo que hace que la película sea tan magnética. El actor se entrega en cuerpo y alma a su papel, Merab, mostrando la opresión, el dolor que causa el rechazo, el primer amor que acaba convertido en el primer desamor, el ansia de libertad y la búsqueda de una huida. Gelbakhiani lo transmite en cada uno de sus movimientos, siendo en sus momentos de danza en los que se siente todo lo que vive su personaje.
Gelbakhiani es el alma de la película, aunque está muy bien acompañado por Bachi Valishvili y Ana Javakishvili. El primero interpreta a Irakli, el amor de Merab, mostrando la otra cara de la danza. Si para Merab es liberación, para Valishvili es lo opuesto, retratando cómo la opresión puede ser tan fuerte y cómo las tradiciones acaban imponiéndose frente a la propia identidad. Javakishvili es la mejor amiga, personaje de apoyo que también simboliza la esperanza en las nuevas generaciones.
'Solo nos queda bailar' es un magnífico ejercicio cinematográfico que combina arte con activismo social. Un filme que muestra que queda mucho por hacer en lo referente a derechos sociales y que esas realidades no están tan alejadas, sucediendo en la propia Europa. Una película que transmite pasión, entrega y emociones, que danzan al ritmo de la música. Una experiencia llena de vitalidad.
Nota: 8
Lo mejor: Levan Gelbakhiani y su entrega por el papel. Permite conocer al público la dramática situación de la falta de derechos de la gente LGBT en Georgia
Lo peor: Saber que el filme se ha enfrentado a boicots y amenazas de muerte.