Para su ópera prima, el colombiano Theo Montoya ha querido derrumbar la concepción de géneros, así como la manera de ejecutar un largometraje. Por ello, opta por intentar romper esa fina línea que separa a la ficción de la no ficción con 'Anhell69', que llega a salas comerciales tras su paso por la sección Tierres en trance de la 60ª edición Festival de Gijón, así como también lograr una Mención Especial en la sección Competencia latinoamericana de la 37ª edición del Festival de Mar de Plata.
Montoya tiene como hilo conductor un coche funerario que atraviesa las calles de Medellín el cuerpo de un joven veinteañero, que se presume sea un álter ego del propio cineasta, quien ejerce de narrador de su propio largometraje. En 'Anhell69' hay un fuerte espíritu anárquico, en el que no queda del todo claro hasta qué punto es algo deseado o es producto de un cúmulo de ideas que terminan provocando que la cinta sea un popurrí de varios temas.
Atrae el que quiera romper las líneas de la ficción y el documental, pero este tipo de ejercicios son ya un habitual en la manera de ejecutar la no ficción y que han dejado largometrajes que son auténticas obras maestras, como 'My Mexican Bretzel' o 'Fire of Love', incluso 'Emilia', en la que había fragmentos de la obra de Noelia Adánez y Anna R. Costa con declaraciones en las que se analizaba el legado de Pardo Bazán. Con lo cual, 'Anhell69' tampoco descubre nada desde esa perspectiva.
Una tormenta de ideas que no termina de despejarse
Sí que le puede atribuir el mérito de ser un reflejo de la escena underground gay y trans de Medellín, recordando cómo la realidad LGBT tiene varios frentes, al ser odiados y despreciados por el crecimiento del movimiento evangélico en el país, por el narcotráfico y por la clase política. Eso se ve en las declaraciones de los actores y no actores que hablan a cámara, en su nula perspectiva de futuro y en cómo enfocarse sólo en presente deriva en una serie de situaciones en las que el grupo de amigos del protagonista termina en una espiral de autodestrucción en la que las drogas, el contagio de ITS y las muertes de sobredosis abundan.
Ahora bien, Montoya no ahonda en ninguna de las problemáticas que plantea, a pesar de anunciar que nació sólo dos años después de la muerte de Pablo Escobar. Tampoco explota del todo cómo la desaparición de sus referentes masculinos (en lo que se supone desapariciones provocadas por la guerrilla o el narcotráfico) provoca que se viva bajo matriarcado al que no se le rinde demasiado tributo. Son ideas que van saliendo, pero que no termina de despegar.
Sí es que es verdad que 'Anhell69', cuyo título hace referencia al perfil de Instagram de uno de los amigos fallecidos del protagonista, y su doble sentido de cielo e infierno tiene planteamientos interesantes y cierto sentido de homenaje al cine de terror de serie B. Su carácter anárquico, que Montoya cubre con la cobertura de la denominación 'cine trans', provoca que se interpreta más como el cajón de sastre de un cineasta cuyos pensamientos han sido plasmados tal cual en la gran pantalla. El resultado muestra a un director que, sin duda, tiene deseos de reinventar completamente el lenguaje cinematográfico.