Que un director como Jota Linares pueda estrenar su primera película en 2018 es señal de que la industria del cine español está cogiendo ritmo. A sus 36 años, el gaditano lleva una década acumulando éxitos en el ámbito del cortometraje ('Rubita', 'Ratas') y el teatro ('¿A quién te llevarías a una isla desierta?', una obra generacional que ha estado muchos años sobre las tablas madrileñas y será la segunda película de Linares, que ha rodado con Netflix), y también se ha curtido rodando publicidad. Ahora, gracias al apoyo de Beatriz Bodegas (la productora detrás de otro debut muy celebrado, 'Tarde para la ira' de Raúl Arévalo), ha podido vestir de largo su cine con 'Animales sin collar'. Y lo hace asentando varias señas de identidad y estilo que habíamos visto en sus trabajos previos.
'Animales sin collar' es un thriller y un drama; una tragedia sobre el pasado que siempre vuelve, una reflexión sobre la nueva política y un canto liberador dedicado a las mujeres. En concreto, es la historia de Nora, una joven que vive a la sombra de su pareja, Abel, un político de carrera ascendente que está a punto de convertirse en Presidente de la Junta de Andalucía.
Interpretada por una Natalia de Molina que sigue como un cohete (este año ha trabajado también con Carlos Vermut e Isabel Coixet), Nora es la heroína de esta 'Casa de muñecas' de Ibsen actualizada y re-localizada: la historia podría pasar en cualquier parte del país, pero esta es una película muy andaluza. Lo es por esa luz que inunda todos los paisajes como el viento mesetario soplaba en la manchega 'Volver' de Almodóvar. Y lo es también por esa sombra en la que se sumen las casas a la hora de la siesta, cuando el ventilador se vuelve imprescindible para combatir el calor. Ya es otoño y octubre está a punto de irse, pero Jota Linares consigue transportarnos al verano andaluz.
Esas luces y sombras subrayan el interesante trabajo de iluminación que lleva a cabo Linares para hablar de lo que más le importa: los personajes. Ya lo hacía en obras como 'Rubita', donde jugaba a los contrastes entre sus dos enfrentadas protagonistas. Sin apartarse del realismo o el naturalismo, Linares tiene mucho que decir en lo visual.
También en la dirección de arte y en el uso del vestuario. Junto a Pilar Quintana en lo primero y Alberto Valcárcel en lo segundo, el director filma una Andalucía de pueblo y de interior, donde la ropa está vestida para sudarse pero con estilo, como en ese juego de planos detalle en el que Nora suda y se refresca con un cubito de hielo que acabará en la boca de Abel. En el departamento de vestuario, es ya conocido que el personaje interpretado por Daniel Grao estuvo inspirado en el Ralph Fiennes de 'El paciente inglés', pero no menos interesante es el floreado armario que luce Nora, y ese vestido final que ayuda a la película a subrayar su mensaje central e incluso el mismo título.
Otro talento que el gaditano había demostrado en sus trabajos anteriores es su buena dirección de actores. Con él han brillado Maggie Civantos (antes de ser la estrella televisiva que es ahora), Marta Hazas o Macarena Gómez (que estaba divertidísima en 'Ratas' con un papel que más tarde matizaría y explotaría en 'Musarañas'). Aquí Natalia de Molina y Natalia Mateo componen dos personajes complejos, ambiguos y difíciles de etiquetar, siempre desde la naturalidad y la verosimilitud. Una pena que a veces reciten líneas de diálogo demasiado escritas y artificiales o monólogos que se desvían de esa naturalidad reinante.
Por su parte, los personajes masculinos también escapan de los blancos y negros: un irreconocible Daniel Grao y un entregado Ignacio Mateos parecen estar interpretando al bueno y el malo de la película respectivamente, hasta que las líneas se difuminan en su tercer acto. Es entonces cuando 'Animales sin collar' llega a contar lo que pretendía desde el principio: la historia de unos personajes guiados por el odio y la vergüenza y cómo una heroína acaba encontrando la dignidad.
La nueva política
El gran arma de doble filo de 'Animales sin collar' es un guion lleno de intenciones que picotea por aquí y por allá pero no ata todos los cabos como debería. El viaje de Nora, que se acaba revelando como el esqueleto de la historia, está lleno de curvas y rodeos y acaba en un final apoteósico no del todo justificado. El giro final parece querer entablar una conversación con las mujeres del cine español que se tenían que enfrentar a sus propias ataduras ('Calle Mayor', 'Cielo negro', 'La tía Tula'); pero en su propia historia, el conflicto de Nora no es paulatino ni está explicado. Parece que despierta de una mala pesadilla de repente, como si la película hubiera decidido arbitraria y unilateralmente dónde y cómo debe acabar.
Lo curioso es que el guion ha tenido tiempo para construir esos giros finales, pero no lo hace. Una tensión que abusa de los secretos del pasado, que se intuyen pero no se explican, lastra la acción en vez de impulsarla. Quizás más interesante es cómo la película retrata, de fondo, una nueva política sin idealizarla ni demonizarla. Muy divertido el trabajo de ese asesor que supervisa la carrera política de Abel (Mario Tardón en una versión andaluza del Eli Gold de 'The Good Wife'), moldeando el discurso de este "Pablo Iglesias" y sugiriéndole que borre algunos tuits del pasado.
Curiosamente Jota Linares y Rodrigo Sorogoyen han coincidido en el tiempo con una reflexión muy personal sobre la corrupción en la política española, aunque aquí de forma más tangencial. Esperemos que a Linares le salga mejor el tiro con este thriller de personajes, porque la mala taquilla de 'El reino' ha demostrado que el público español no quiere ni oír hablar de ciertos temas dentro de las salas.
Nota: 7
Lo mejor: La construcción visual de esa Andalucía calurosa
Lo peor: Que la película no se gane realmente ese final maravilloso