Antes de nada, habría que dejar claro que (una vez más) la traducción al español de un título no es del todo fiel a lo que representa. En esta ocasión, y pese a que estemos ante la tercera película sobre la muñeca maldita que conocimos en 'Expediente Warren', Annabelle no vuelve a casa, sino que llega, ya que se trata del capítulo que cronológicamente sitúa la acción después de que los Warren confinen a la susodicha en una urna de cristal dentro de su particular museo de objetos malditos (recordemos que la primera 'Annabelle' situaba su acción en 1967, mientras que 'Annabelle: Creation' nos llevaba hasta 1955). Dicho esto y resuelta la confusión lingüística, cabe decir que esta llegada ha resultado ser mucho más satisfactoria de lo que podíamos esperar.
En estos tiempos en los que supuestos defensores del terror empezaron a hablar de aquella pantomima del "horror elevado", la cual denostaba cierto tufo a clasismo y que venía a decir que el único cine de terror "bueno" tenía que ser el que venía con mensaje social de fondo o que transgredía de alguna forma los códigos para seguir en constante renovación (Kate Gardner escribió algo genial sobre tan terrible etiqueta), recibir 'Annabelle vuelve a casa' con recelo para querer despotricar sobre ella hubiese sido lo que todo el mundo esperaba.
Dejando a un lado las ideas preconcebidas, aquellos que no se sonrojan al confesar que el terror se puede disfrutar ya sea como la serie B más chusca o de otra forma que dé pie a pensar, serán quienes comprendan que esta nueva entrega puede jugar en la liga de lo mejor (y más disfrutable) del cine de terror del año, aunque lo haga convirtiendo su recorrido en toda una casa de los horrores de feria a la que hemos venido a pasarlo mal con toda su consecuencia de set pieces concebidas para el espanto.
Con un prólogo que ya pasa a ser el mejor de toda la franquicia, el cual nos pone en preaviso de que lo que nos vamos a encontrar va a ser un genuino uso de la atmósfera, la cual rememora a aquellos títulos de género de la Hammer (el coche frente al cementerio, la niebla, los espectros), y en el que Vera Farmiga y Patrick Wilson se convierten en nuestros guías hacia la atracción estrella de este tren de la bruja: su habitación repleta de objetos malditos.
Ahí, será donde nuestra querida Annabelle se convierta en la estrella de la función, en la desencadenante de un monster mash que, como bien hizo la Universal al juntar al Hombre Lobo, Drácula, la criatura de Frankenstein y el Hombre Invisible en aquellos gloriosos título donde los monstruos se reunían para celebrar el mal, servirá como concatenación de pequeños momentos de horror desatados en la casa de los Warren, donde su hija Judy (Mckenna Grace), Mary Ellen (Madison Iseman), su babysitter, y Daniela (Katie Sarife), la entrometida amiga de esta con tendencia a curiosear en lo ajeno, vivirán una noche infernal en la que no solo se abre la posibilidad de explotar nuevas ideas para seguir ampliando el warrenverso, sino que consigue cierto grado de satisfacción al no abusar del jumpscare facilón a golpe de sonido.
Gary Dauberman, autor del guion junto a James Wan y responsable de los libretos de las dos anteriores (también de 'La Monja' y las dos entregas de 'It (Eso)'), debuta con nota como buen aprendiz de quien podríamos denominar su maestro, logrando que en cada secuencia de horror se pueda vislumbrar una total complicidad con el espectador, a quien decide no tomar por estúpido y le acabe entregando lo que ha venido a ver: una serie de secuencias en las que los objetos malditos se convierten en esas otras estrellas a las que Annabelle abrirá el camino y que podrían llegar incluso a ensombrecerle (la televisión, el traje de novia o el Ferryman, por ejemplo).
Un must para los amantes del terror sobrenatural que sorprenderá incluso a aquellos que dicen solo disfrutar con "otro tipo de terror más inteligente".
Nota: 7
Lo mejor: Su prólogo y cómo es plenamente consciente de la forma en la que debe explotar su propia mitología.
Lo peor: Da la sensación de que sola, Annabelle ya no da mucho más de sí, teniendo que haber apostado por una historia que necesitaba el apoyo de otros elementos argumentales además de su imponente presencia (su impasible estética sigue siendo su gran baza).