Por trayectoria y talento, siempre es un placer ver a Morgan Freeman o a Diane Keaton en pantalla, artistas del séptimo arte a los que además ver juntos en una misma producción puede ser todo un acontecimiento de naturalidad interpretativa y conexión. En 'Ático sin ascensor', estas dos cualidades se cumplen, pero en una película en la que, al poco de comenzar, uno se da cuenta que no hay mucho que contar.
En la cinta conocemos a Ruth y Alex Carver, un matrimonio que ha conseguido superar la ola de divorcios que ha llegado con la modernidad. Enamorados como si fuera el primer día y con muchos recuerdos en camino, la pareja decide mudarse del apartamento de Nueva York en el que han vivido durante muchísimos años.
Aunque en un primer momento les parece la opción más acertada y piensan que es lo mejor para ellos, cuando empiezan a planteárselo seriamente, se verán abrumados por los problemas relacionados con enraizamientos personales y la nostalgia de lo vivido.
La química entre sus actores se percibe desde el primer minuto en el que aparecen juntos en pantalla, y esto es uno de los puntos más fuertes del filme, ya que se consigue una halo de naturalidad y de 'estar en casa' que hace que lo visto en pantalla adquiera un punto de cotidianidad que le viene muy bien al metraje.
El filme se presenta con un argumento verdaderamente simple, aunque eso no quita que no haya un poco más de fondo con una subtrama sobre un supuesto terrorista fugado (y la paranoia que ello genera), además de otra línea argumental que tiene por protagonista al sistema sanitario, canino, eso sí, pero que puede compararse al sistema sanitario estadounidense.
Aún con estos elementos que intentan dar más vida a su trama principal, lo verdaderamente cierto de este filme es que lo narrado no deja de ser la búsqueda de un piso por parte de una pareja. Vale que la pareja sea mayor y que sus protagonistas logran simpatizar, pero no deja de ser una simple búsqueda de piso, ni más ni menos, lo cual provoca que antes de llegar a la mitad del filme nos demos cuenta de que la fórmula ya está gastada y no hay mucho por donde agarrar para mantenernos atentos a la pantalla.
Se busca piso
Según se acerca el clímax de la cinta, el ritmo da un repunte y logra sacarnos algo de la monotonía, que es más notoria cuando nos damos cuenta de que podía ir a más. Si bien, cuenta con algunos momentos simpáticos donde el personaje de Morgan Freeman es el que más logra sacarnos del tedio y ofrecer una mirada algo más audaz de lo que ocurre en pantalla.
En definitiva, se trata de una película amable, sin pretensiones y por momentos entretenida, pero que adolece de ofrecer un argumento demasiado mundano y vacío como para llegar a ser relevante, y en cuyo final se llega a un punto que no difiere mucho del principio, como si todo el viaje de la película no hubiera afectado a sus protagonistas. Una lástima, más contando con un reparto protagonista que casi logra justificar el filme.