Que el primer plano de la nueva película de los Coen sea un crucifijo, huelga decirlo, no es casual. A primera vista un retrato mordaz de la industria de Hollywood de los años 50, la película aborda un tema acaso menos superficial: la fe. No obstante, no me refiero a la fe que probablemente muchos tengáis ahora en mente.
Si la historia de la literatura se ha organizada según diversas "generaciones" (generación del desencanto, generación del 27), asumo que la ya no tan imberbe historia del cine también se presta a ser clasificada según esta etiqueta. Me voy a tomar la libertad de bautizar a la generación de cineastas de Joel e Ethan Coenn como la Generación de la Resignación (era eso o Generación del Pesimismo, así que no os quejéis). A esta generación también pertenecerían otros realizadores ilustres como Quentin Tarantino, Paul Thomas Anderson o Steven Soderbergh. Recientemente la publicación estadounidense The Hollywood Reporter organizaba una especie de coloquio que reunía a algunos de los directores más relevantes del pasado año, tales como Tarantino, Alejandro G. Iñárritu o Danny Boyle (responsable de 'Steve Jobs', uno de los mayores batacazos en taquilla de 2015). Uno de los temas tratados en la tertulia era la actual indiferencia del público hacia el cine. Que el séptimo arte está perdiendo espectadores es una realidad difícil de refutar. Las causas deben ser muy diversas, aunque algunas resultan fácilmente identificables: el imparable crecimiento de otras industrias del entretenimiento como la de los videojuegos, la piratería, la pérdida de capacidad de sorpresa de la generación de internet, el abusivo precio de las entradas... Semejante panorama hace a muchos agoreros vaticinar el fin del cine. Clarividentes como aquel de '¡Ave, César!' que pronostica la muerte del cine por culpa de la televisión...
Una de las partes más interesantes del coloquio corresponde a aquella en la que los distintos directores reflexionaban sobre cómo hacen para mantener vivo el interés del público, con qué estrategias planifican el éxito comercial de sus obras. A nadie se le escapa que Iñárritu apuesta por la pirueta visual ('El renacido'), Tarantino en cambio prefiere confiar en recuperar técnicas desfasadas (rodar en 70 mm) y emular modelos de exhibición de la era dorada (en algunos cines de EE.UU 'Los odiosos ocho' se exhibió al estilo "roadshow", en formato Ultra Panavisión, con obertura, intermedio e incluso programa de la película). Y aunque puede que Christopher Nolan no sea uno de los directores más afectados por el éxodo de espectadores de las salas de cine, ¿acaso su película 'Interstellar' no puede leerse como otra interpretación del mismo problema? El personaje de Cooper, interpretado por Matthew McConaughey, antiguo ingeniero de la nasa, trata de encontrar sentido a su vida en un mundo en el que su oficio ha quedado obsoleto, del mismo modo que algunos grandes cineastas están viendo como su profesión está cada vez menos demandada. Los buenos directores siempre han tenido la destreza para reflejar en el conflicto de sus personajes sus propias preocupaciones o intereses.
En '¡Ave, César!', el protagonista principal -interpretado por un inspirado Josh Brolin- es Eddie Manix, un fixer (solucionador de problemas) en unos grandes estudios de Hollywood que está perdiendo la fe en su trabajo. El conflicto principal del personaje consiste en decidir si debería continuar partiéndose el lomo en el pozo de decadencia en que se ha convertido Hollywood, o aceptar la oferta de empleo de una gran empresa que le garantizaría un buen sueldo hasta la jubilación y una ocupación menos frívola. A partir del dilema de este personaje los geniales guionistas y directores ejecutan una crítica semblanza de Hollywood, no exenta de compasión.
Los Coen aciertan de lleno al renunciar a la crítica moralizante y abrazar la vertiente más juguetona del rapapolvo. Ellos saben que lo que critican es serio, pero demuestran tomárselo con mucha ligereza. El fin buscado no es el examen de conciencia sino la constatación jocosa de una realidad; la carcajada, no el arrepentimiento. Semejante radiografía de un microcosmos requería de un reparto coral de esos por los que los hermanos siente especial debilidad. Están todos: la estrella bobalicona (George Clooney), el director con ínfulas (Ralph Fiennes), la periodista de cotilleos (Tilda Swinton), el talento en ciernes (Alden Ehrenreich), la belleza trágica (Scarlett Johansson), el bribón profesional (Jonah Hill), y una plétora de individuos a cada cual más delirante: la editora enclaustrada, el galán homosexual, la secretaria diligente y una cuadrilla de comunistas. Ciertamente los Coen se han ceñido al estereotipo, pero el resultado no puede ser más tronchante.
Quizás debido a esa profusión de personajes ciertas tramas se sienten particularmente suprefluas, y la participación de algunos actores termina resultando meramente testimonial (Jonah Hill, Frances McDormand). El único personaje que consigue escapar del tópico es el de Josh Brolin, al que los Coen parecen haber construido con más mimo. Su presentación, en las dos primeras secuencias del film, es vigorosa y certera, exhibiendo rápidamente sus miedos, sus defectos y virtudes. Entre el elenco actoral siempre solvente, quiero destacar una memorable actuación de Alden Ehrenreich, completo desconocido que se adueña de algunas de las escenas más divertidas del film.
Los directores resignados
Que conste que '¡Ave, César!' no se cuenta entre los mejores trabajos de los Coen. Pero es que los mejores trabajos de los Coen forman parte del olimpo del séptimo arte. Si Christopher Nolan decidía combatir sus temores al paso del tiempo con la épica triunfal de 'Interstellar', los Coen eligen repantingarse a ver el fin del mundo, del mismo modo que finalmente Eddie Mannix decide hundirse con el barco. Ellos no cambiarán su estilo, no trataran de nadar contra la corriente que está extenuando el cine, se limitarán a hacer lo que mejor hacen, y de lo forma que siempre lo han hecho. Y aquí entra uno de los aspectos quizá más criticables de su nuevo trabajo: la dirección. '¡Ave, César!', a nivel de realización, da la impresión de ser una de las obras más rutinarias de los hermanos, una posición cómoda adquirida, por otro lado, tras años de refinamiento de su estilo.
Con 'Barton Fink' los Coen ya realizaron su personal aproximación al mundo de Hollywood, pero el tono de esta nueva incursión en el tema revela un amor incondicional inexistente en aquella. La nueva película de Joel y Ethan Coen es una historia sobre la fe, pero no sobre la fe religiosa, sino sobre la fe en un oficio, la fe en la industria del cine. Y nosotros solo podemos deleitarnos con su sincera carta de amor a la fabrica de sueños mas grande del mundo.
Nota: 7/10
Lo mejor: El cariñoso homenaje al cine.
Lo peor: Da la impresión de que los Coen trabajan en modo automático.