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CRÍTICA

'Bardo, falsa crónica de unas cuántas verdades': El requiem mágico de Iñárritu

El director mexicano estrena en cines y en Netflix su película más complicada hasta la fecha, más ambiciosa que 'El Renacido' y mucho más surrealista que la oscarizada 'Birdman'.

Por Rafa Jiménez Más 4 de Noviembre 2022 | 09:35
Redactor de cine y series, especializado en los estrenos actuales y Marvel. Muchas críticas y entrevistas

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'Bardo, falsa crónica de unas cuántas verdades': El requiem mágico de Iñárritu

Está de moda hablar de uno mismo entre los consagrados directores de cine. Kenneth Branagh, Alfonso Cuarón y Paolo Sorrentino han rodado sus infancias y adolescencias en los últimos años con 'Belfast', 'Roma' y 'Fue la mano de Dios. Estas dos últimas películas tienen algo más en común con el peculiar estreno de esta semana de 'Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades'. Al igual que 'El irlandés' de Martin Scorsese, retratan a grandes directores de cine a los que parece que tan solo Netflix les da carta blanca autobiográfica para desplegar todos sus recursos cinematográficos... en la pequeña pantalla, con una pequeña licencia de estreno limitado en salas. Este es el caso de la nueva obra magna de Iñárritu, disponible en la plataforma roja el próximo 16 de diciembre y en algunos pocos cines desde el 4 de noviembre. Aviso spoiler de esta crítica: la segunda opción es la ideal y casi necesaria.

Al entrar en esta corriente de autoficción, la pregunta ante un nuevo ejemplo ya no es si realmente habla sobre uno mismo, sino cómo lo hace. Todos los anteriores directores han estado más apegados al biopic personal y al historicismo general. Pero Iñárritu no quiere contar qué ha pasado en su vida, sino cómo lo ha vivido. Es decir, su atrevida gesta en 'Bardo' es poner en imágenes sus pensamientos y emociones. El vehículo concreto para esta representación abstracta es la historia de un famoso periodista documental mexicano que regresa a su país con su familia tras varios años de trabajo en Estados Unidos y se confronta con su pasado, presente y futuro, y el de su país, sea cual sea ahora este. El grueso de las casi tres horas de película lo rellenan esas reflexiones visuales, pero un gran logro del guión es que esta historia familiar funciona y emociona a un nivel puramente narrativo de Comienzo-Nudo-Desenlace. Ni siquiera los espectadores más racionales podrán excusarse en la conocida frase "es que no pasa nada".

Esta historia y el toque épico con la que retrata los temas globales mencionados facilitan muchísimo que cualquier espectador medio de cualquier país pueda entender a los personajes y empatizar con sus conflictos. Para esto, sí que tiene sentido el estreno en Netflix. Al final, Iñárritu se pregunta y nos pregunta cómo construimos nuestra identidad y de dónde te sientes. Esto hace que cualquier persona como él que haya abandonado su lugar de nacimiento entienda esta doble identidad que a veces se traduce en ninguna. 'Bardo' no es un ejercicio cinematográfico abstracto, sino un viaje exterior e interior por el racismo y el capitalismo del pasado y del presente, en México y en todo el mundo. Cada uno de estos temas se traducen en diálogos naturales y en situaciones concretas muy bien enlazadas y no utilizadas como mera excusa discursiva.

Para no quedarse como un mero estudio autoral, junto a esos temas globales también se representan las vulnerabilidades y contradicciones del protagonista, o lo que es lo mismo: del director y guionista del film. Sorprende cómo, a pesar de incluso personificarse a sí mismo en un inquietantemente parecido actor protagonista, Iñárritu consigue despojar de sobredosis de ego su película. Él es la excusa para que todo el mundo se sienta identificado. No hay nostalgia, hay revisión crítica. En lugar de ponerse a sí mismo el espejo, lo enfoca hacia los espectadores de todo el mundo. Mérito también para Daniel Giménez Cacho y el maravilloso trabajo de maquillaje y peluquería en su mímesis sin caer en la caricatura. Su interpretación era muy difícil al tener que ser introspectiva pero dinamizar las acciones sin pasarse de extrovertido, además de naturalizar el paso de la comedia más divertida al drama más existencialista. Si este resultado tan impecable fuera de algún actor americano, ya estaría en las quinielas de los próximos Oscars.

Alejandro Gómez Iñárritu en 'Bardo'

El otro gran logro de la película es el que realmente la hace trascender: nunca sabes cuál puede ser el siguiente plano, pero en esa adictiva incertidumbre en la que no se notan las 3 horas, siempre tienes la certeza de que será una imagen novedosa, bella y profunda. Todas ellas vienen como ya es habitual en el realizador mexicano con el gran angular por bandera, esta vez con un bellísimo rodaje en 65mm del nominado al Oscar Darius Khondji ('Amor') y un igualmente premiable diseño de producción de Eugenio Caballero ('El laberinto del Fauno'). Así construye en la magistral dirección un realismo mágico donde cumple las normas (qué gozosa composición y simetría), pero también las rompe (la cuarta pared, los diálogos de pensamiento sin boca)... Ahí está lo adictivo del metraje: intentar darle sentido al conjunto y buscar esos destellos mágicos en una aparente rutina como quien busca los fantasmas escondidos en cada plano de 'La maldición de Hill House'. Qué bonito es el realismo mágico de 'Bardo' y cómo se naturalizan esas alteraciones de la vida con la preciosa banda sonora de su conocido Bryce Dessner ('El renacido (The Revenant)').

Con razón ha confesado el director de 'Biutiful' que este ha sido su rodaje más retador, incluso superando los crudos planos secuencia de su aventura con Leonardo DiCaprio. 'Bardo' es un ejercicio necesariamente cinematográfico, tan épico que se siente como si no pudiera haberse contado de otra manera. Incluso durante su visionado, se puede comprobar que esto es para lo que está o debería estar el cine: para contar historias con un lenguaje propio elevado a la máxima potencia. Por esto trasciende, por esto emociona. Con cineastas como Iñárritu, el cine sigue más vivo que nunca y puede seguir sorprendiendo. Con esta película, el cine puede ser psicología, una auto-terapia y un réquiem de su propia vida, una deconstrucción y a la vez una llamada de atención. Todo ello con una concreción tan detallista que se podría poner de ejemplo en cualquier clase de Comunicación Audiovisual o viralizarse en un profundo hilo de Twitter con sus bellas imágenes.

La única pega, al final

Para aterrizar el resultado final, recuperando aquellas comparaciones, Iñárritu no cae en la pesadez de Terrence Malick, y no es ni tan sutil como Cuarón ni tan explícito como Branagh. Estaría más cerca de Paolo Sorrentino y 'La gran belleza' por su carácter cómico-festivo. Recurriendo a su propia filmografía, 'Bardo' es una mezcla de la delicadeza visual de 'El Renacido' y el surrealismo de 'Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia)'. Eso sí, el final se parece más a 'Cuento de Navidad'. Tristemente, no se atreve a dejar en el aire ese surrealismo como resultado de un proceso introspectivo de una persona que reflexiona sobre su identidad ante la idea de recibir un premio en el extranjero por haber huido de su país. Para un mayor entendimiento, lo quiere aterrizar en un giro narrativo que sorprendentemente es lo que más chirría en una película donde hasta la gente vuela. Esta es la mayor paradoja del film: querer explicar una película que va sobre lo inexplicable. La otra es protestar por el dominio capitalista de grandes compañías buenistas como Amazon utilizando el altavoz de una plataforma como Netflix; en definitiva, ser una película tan esplendorosamente cinematográfica que va a estrenarse directamente en streaming el 16 de diciembre. Eso sí, afortunadamente, antes estará en algunos pocos cines españoles a partir del 4 de noviembre.

Nota: 9

Lo mejor: La originalidad de absolutamente cada secuencia.

Lo peor: El giro sobreexplicativo del final.