Todo cineasta puede vivir encerrado en la norma general o tratar de esbozar las nuevas convenciones antes que nadie. A lo largo de los últimos años, Ang Lee ha demostrado una especial inquietud por las aportaciones que pueden ofrecer las innovaciones tecnológicas, sin olvidarse del imprescindible contenido narrativo. Con 'La vida de Pi' se dejó querer de nuevo por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas al tratar de combinar una tecnología tan desaprovechada como el 3D con una historia de introspectiva épica. Cuatro años después ha vuelto a desempolvar las tres dimensiones, a las que ha añadido otros dos rompedores ingredientes en 'Billy Lynn'.
Estamos hablando de la resolución 4K y el frame rate de 120 fotogramas por segundo -cinco veces mayor que el estándar cinematográfico de 24 fotogramas-. Por lo tanto, nos referimos a un film extremadamente ambicioso a nivel técnico, que ha llevado a Lee a adentrarse en territorio desconocido. ¿El problema? Que el número de cines que pueden proyectar la película, respetando la concepción original del director taiwanés, se pueden contar con los dedos de las manos. Lo cual ha impedido que podamos apreciar la propuesta como es debido, así que en esta reseña no podremos juzgar el efecto de los aspectos mencionados previamente. Aun así, podemos hablar de una película visualmente audaz, pero algo más tímida en cuanto a su construcción dramática.
A sus 19 años, Billy Lynn es el héroe viral del momento y un desorientado veterano de la guerra de Irak. Tras intentar salvar a su mentor de las balas del enemigo, el joven regresa a Estados Unidos temporalmente para hacer una gira por el país que exalte las hazañas del ejército. El evento final de ese tour es el número musical del especial partido de fútbol americano celebrado en Acción de Gracias, en el que desfilará y participará junto al resto de su patrulla. Ese es el cuerpo de la película, vertebrado a partir de dos espacios diferenciados: el campo de batalla y el corazón de Texas. La contraposición de ambos es un verdadero choque frontal entre dos trenes bala, ya que ninguno de los dos espacios se etiqueta como bueno o malo, sino que los dos le reservan hostilidad a Billy por partes iguales. Lógicamente, su paso por el conflicto bélico le hiere psicológicamente de una manera irremediable y permanente, por lo que esa etapa en Oriente Medio no se mantiene solo patente cuando se muestra en pantalla el árido ambiente, sino que se aprecia en la mirada del debutante actor Joe Alwyn en todo momento.
Las escasas secuencias de tensión y explosión bélica están rodadas con un pulso desgarrador, sobre todo cuando se exponen acciones rutinarias del ejército para "mantener el orden". Con un par de planos, Ang Lee es capaz de enfrentar dos culturas cada vez más distantes y de mostrar las consecuencias que ese enfrentamiento tendrá en generaciones futuras. El militar imberbe con trastorno por estrés postraumático y el niño iraquí en el que se despierta el sentimiento de insurgencia al ver a su padre contra la pared. En cuanto al bloque que transcurre en el presente, cabe destacar la crítica planteada por los guionistas tanto a la ceguera de los periodistas como a la hipocresía de políticos y empresarios, que no hace más que alimentar la guerra en vez de saciarla. En el centro de todo ello siempre se encuentra Billy, que soporta todo tipo de preguntas con el espiritual mantra que le enseñó el personaje interpretado por Vin Diesel.
Más profundidad y menos fotogramas
El apogeo visual de la película es ese espectáculo musical de las Destiny's Child, acontecido realmente en 2004, durante el cual los militares pululan alrededor de las cantantes con una rigidez que refleja bastante fielmente qué les espera cuando regresen a su hogar. A pesar de esa minuciosa elaboración estética que caracteriza a Lee, a la película le cuesta demasiado arrancar. Un débil comienzo lastra a las primeras secuencias del film, que más adelante va creciendo, con ciertos baches por el camino, como la esbozada pero poco desarrollada relación con su hermana, interpretada por Kristen Stewart.
La estrategia de Lee es evidente: conseguir una identificación total entre protagonista y espectador. Para ello se sirve de multitud de planos subjetivos y de una presencia casi absoluta de Billy ante la cámara. Así nos convertimos en testigos presenciales. Pero cuando realmente nos involucramos como cómplices es cuando el brillante montaje de sonido entra en escena, con transiciones que asemejan los efectos sonoros del estadio con los estallidos de la guerra y con un delicado cuidado de cada detalle. De esa manera se potencia la imagen de espectáculo que se vende en Estados Unidos tanto del deporte como de la guerra, estrechando la brecha que podría existir entre ámbitos tan distantes.
'Billy Lynn' entrará en los libros de historia del cine por sus innovaciones técnicas, pero no por romper moldes en materia narrativa. De todas formas, es un encomiable esfuerzo antipropagandístico por reflexionar acerca del halo que se crea alrededor de un héroe, del cual solo nos interesa la fachada y no su conflicto interno, que pondría de manifiesto las contradicciones del sistema que llevó a ese joven a quebrantarse. No estamos ante un inmaculado santurrón como el protagonista de 'Hasta el último hombre', Billy Lynn es el héroe al que no queremos conocer por dentro, pero al que convendría comprender para avanzar.
Nota: 7
Lo mejor: El complejo retrato que se elabora de un atormentado héroe.
Lo peor: Un arranque pobre que no triunfa a la hora de presentar a los personajes protagonistas.