Quizá muchos hayan experimentado en carne propia la incertidumbre que se siente al instalarse en un entorno completamente nuevo. O tal vez conozcan, por amigos o familiares, la turbación y añoranza desencadenados por el hecho de marcharse a otro país con la intención de prosperar a nivel económico, laboral o simplemente por gusto. En cualquiera de los casos, parece que hay una máxima que siempre se repite: damos por hecho que algún día volveremos a nuestro punto de partida y que todo seguirá en su sitio.
Sobre este tema habla la última película del cineasta irlandés John Crowley. La cinta, que supone una adaptación de la novela del mismo nombre escrita por Colm Tóibín, nos cuenta la historia de Eilis (Saoirse Ronan), una joven procedente de Irlanda que abandona su asfixiante y rutinaria vida para emigrar al Nueva York de los años 50 con el objetivo de ganarse un futuro mejor. No obstante, Eilis se encontrará por el camino con serias dificultades hasta poder alcanzar aquello que desea con todas su fuerzas: conseguir un espacio propio en un Estados Unidos que le es totalmente ajeno.
"La nostalgia es como una enfermedad, te hace sentir fatal pero luego se la contagias a otro" le dice el Padre Flood (Jim Broadbent) a una mojigata, torpe e inexperta Eilis al principio de la cinta. Frase reveladora que funcionará como motor principal del relato y a partir de la cual el director de 'Circuito cerrado' y 'Boy A' construirá una austera y contenida reflexión sobre la inmigración, los recuerdos y el hogar familiar. Porque... ¿qué ocurre si volvemos a nuestra tierra natal y ya no somos los mismos?
Sobre terreno seguro
'Brooklyn' presenta grandes virtudes pero está claro que el guión del film no es una de ellas. Si algo caracteriza a la cinta es su falta de innovación en el plano argumental. Con una premisa y un desarrollo machacados y previsibles, el último trabajo de Crowley presenta una estructura demasiado correcta incapaz de arriesgar u ofrecer novedades en lo que a films sobre despedidas y partidas dolorosas se refiere. En este sentido, seguro que muchos espectadores tendrán la sensación de haber visto dramas de época bastante similares y con toda probabilidad, mejor contados. Porque algunos lugares comunes (joven bondadosa en busca del sueño americano que termina siendo moldeada ), una historia de amor dominada por el sentimentalismo, un forzado trío romántico y algún que otro elemento de guión cogido con pinzas que busca la lagrima fácil no es que remen precisamente a favor de la película.
No obstante, esto no significa que 'Brooklyn' no consiga alcanzar grandes momentos de belleza o gracia. Con una puesta en escena estudiada a fondo, asistimos a un minucioso y exquisito retrato de la época en el que la composición de cada plano se convierte en una auténtica maravilla. Fotografía, vestuario, iluminación y dirección artística tiñen a la cinta de un aura y morriña que apoya sin lugar a dudas aquello que se está contando. Momentos de desesperación y tristeza que quedan reforzados gracias a secuencias líricas a cámara lenta con una música capaz de despertar cierto tipo de empatía en el espectador.
Gracias, Saoirse
Sin embargo, 'Brooklyn' encuentra atractivo y capacidad emotiva gracias a aquellos momentos en los que Crowley abandona la cámara en el rostro de la actriz Saoirse Ronan. Ella es la principal responsable de que la película cobre vida haciendo cómplice al espectador de los miedos e inseguridades experimentadas por la protagonista. Con una merecida nominación al Óscar por este trabajo, Saoirse nos regala una interpretación rica en matices capaz de reunir desde la ingenuidad y naturalidad de aquella Carey Mulligan de 'Una educación' hasta el coraje y la decisión ofrecida por personajes como la Sira Quiroga de Adriana Ugarte en 'El tiempo entre costuras'. Y todo ello a base de silencios, pequeños gestos y un par de frases. Porque Saoirse necesita más bien poco para ganarse la proximidad y cariño de aquellos que la observan.
Grandes cenas
Por otro lado, también cabe señalar que los grandes momentos cómicos de la cinta son ofrecidos por una Julie Walters en absoluto estado de gracia. Dueña de una casa de huéspedes, la señora Keogh y las compañeras de techo de la tímida Eilis crean una especie de universo muy en la línea de aquellas histéricas hermanas Bennet que buscaban desesperadamente marido en 'Orgullo y prejuicio'. Unas conversaciones, entre plato y postre, que se tornan totalmente inolvidables. Y es que pocos olvidaremos las serias y concienzudas clases femeninas para aprender a comer pasta en los años 50.
Nota: 7
Lo mejor: Saoirse y las reuniones de las inquilinas
Lo peor: su falta de valentía argumental