En 2017, el documentalista Enric Ribes realizó un cortometraje titulado 'Cantando en las azoteas' con el que exploraba brevemente la historia de la última drag queen del barrio chino de Barcelona, Gilda Love, quien con 90 años mostraba que seguía en activo. Homenaje que el realizador hacía a una figura que continúa siendo historia viva de esa Barcelona más underground y canalla, digna de una obra de Fassbinder, ahora Ribes opta por aprovechar esa premisa, de la que surgió una fuerte amistad, para narrar un largometraje que retrata de forma más profunda el día a día de este transformista que da visibilidad a la tercera edad LGBT.
Ribes pone en primera línea la vida actual de Gilda Love, quien actualmente tiene 97 años, a la cual retrata como un artista que, sin duda, parece haber nacido para morir sobre el escenario, como en la canción de Dalida. En su presente, el documentalista recuerda que se está ante una de las drags más emblemáticas de la escena underground de la Barcelona de los 60, 70 y 80, que llegó a trabajar y vivir en París, al actuar en el icónico e histórico cabaret Madame Arthur de la capital gala, uno de los lugares más importantes del espectáculo de variedades y el transformismo, además de trabajar como sirviente en la casa de Jean Cocteau.
Sin duda, toda una vida dedicada al arte y también a la visibilidad del colectivo homosexual, pues Gilda Love llegó a Barcelona en 1967, procedente de su San Fernando de Cádiz natal, donde nació en 1924, en plena III República, lo que significa que es un testigo directo de la Guerra Civil española, la posterior posguerra, el auge económico de los 60, el tardofranquismo, la llegada de la democracia, el intento del golpe de Estado, la Movida de los 80 y, por supuesto, el cómo fue construyéndose el movimiento por los derechos de homosexuales y transexuales en la sociedad española.
Aunque de allí hubiera salido también un documental magistral, Ribes opta por hablar del presente, de cómo el legado del ayer se ha convertido en una sombra para recordar los buenos momentos y, sobre todo, para mostrar cómo Gilda, cuyo nombre en sus documentos oficiales es Eduardo, tuvo que pagar un alto precio por vivir en plena libertad, pues dedicarse profesionalmente al transformismo no asegura (al menos a finales del siglo XX) una jubilación digna. Sin embargo, Ribes, quien firma el guion con Xènia Puiggrós, muestra la fuerza interior de una persona que siempre se puso el mundo por montera y que siempre ha mirado con la cabeza bien alta.
Tributo a esos ancianos que lucharon por los derechos LGBT cuando estos no existían
Ribes juega con el documental y la ficción, al introducir un elemento que altera su día a día, pero permite ver el lado más humano y entrañable de Gilda, pues debe hacerse cargo de una niña, Chloe, a la que cuidará una semana hasta que madre, quien está ausente por trabajo, la recoja. Más allá de ver la interacción entre tres generaciones, pues la pequeña podría ser la biznieta de Gilda, el filme permite ver cómo Gilda, a pesar de vivir al día, tiene una red vecinal semejante a una familia, lo que recuerda que aquellos que vieron cómo sus familiares les dieron de lado por su orientación o identidad sexual, fueron capaces de fundar sus propias familias, más fuertes si cabe, pues fueron los que les eligieron.
Gilda pone rostros a la realidad de la tercera edad LGBT, aquella que es encerrada en residencias para ancianos y donde ver cómo debe volver a los armarios de los que salieron decenios atrás (y por los que pagaron un alto precio su libertad). El filme pone en cuestión la importancia de mirar a los mayores homosexuales, bisexuales y transexuales y cómo sus realidades, sus vidas, no pueden volver a tiempos de oscuridad. Aunque, ante todo, es un homenaje a Gilda, al último bastión de una Barcelona que ya no exista, arrasada por la gentrificación y la turistificación salvaje, a sus vestidos, a sus coplas, a su pasado, a su presente, a sus ídolos de Hollywood, los cuales rodean toda su casa, en especial Rita Hayworth, a la que le tomó prestado el nombre artístico de su Gilda, mujer poderosa del séptimo arte.
'Cantando en las azoteas', cuyo título es un homenaje al poeta Federico García Lorca, al tomar prestadas las últimas estrofas del poema 'Canción del mariquita', es un largometraje fascinante, con cierta atmósfera melancólica por los recuerdos del ayer, pero luminosa, con un protagonista excepcional cuyo legado ya ha quedado inmortalizado para la posteridad.
Nota: 8
Lo mejor: Poder conocer a Gina Love, un icono que no debe perderse en la memoria.
Lo peor: Que en plena semana del Orgullo LGBT su difusión sea tan discreta.