El chileno Matías Bize ha logrado formar un carácter propio con una soltura que lo diferencia mucho de los descensos a los infiernos de la psique de Pablo Larraín o del estudio de lo femenino de Sebastián Lelio. Ejemplo de ello es la hipnótica 'El castigo', con la que obtuvo la Biznaga de Plata a la mejor dirección en la 26ª edición del Festival, un auténtico tour de force con el que regresa a sus orígenes.
'El castigo' comienza en un in medias res. Sin ofrecer explicaciones, se entra de lleno en una historia cuyo origen había comenzado minutos antes. Puede verse a un matrimonio de mediana edad con gesto frenético, ella conduce un coche en una carretera en medio del bosque y está dando marcha atrás forzadamente mientras él pide que se vuelva a un sitio donde la pareja estuvo anteriormente. El motivo se revela cuando se regresa, pues ambos han dejado a su único hijo en un área entre el asfalto y la naturaleza, tras una discusión, a modo de castigo. El problema es que el niño no está donde, se supone, sus padres lo apartaron.
Comienza así un relato narrado en tiempo real, a lo que se añade que está rodado en plano secuencia, lo que le añade una sensación claustrofóbica que provoca entre fascinación y angustia. En esa búsqueda, inicialmente, están solo los dos padres, cuya reacción de preocupación va en constante aumento y que, tras el choque inicial (el darse cuenta del error de dejar al pequeño en el bosque a modo de castigo), se van desgranando los motivos de la discusión, que desembocan en una reflexión sobre ser padre o madre, las relaciones sentimentales y conyugales y la conciliación laboral.
La entrada en escena de policías forestales que inician la búsqueda del niño provoca la irrupción de un tercer personaje, la agente de policía que se queda custodiando a los progenitores para evitar que cometan una locura que dificulte la localización del menor. Esto provoca que ambos padres se vean obligados a una espera que hace despertar a sus demonios, desatando una caja de Pandora que bien recuerda (en tono dramático y alejado de la ironía) a la que destapaba Ruben Östlund en 'Fuerza mayor', cuando una familia entera descubría que el padre y marido (con perfil de protector y cabeza de familia) salía huyendo, dejándolos solos, en un hipotético alud.
Sublime tour de force
En este caso, se desvelan ciertos odios y pasiones que desembocan en un revelador monólogo sobre la maternidad, en el que el guion de Coral Cruz muestra el lado menos complaciente de ser madre y lo que eso conlleva, inclusive en un ámbito aparentemente progresista. Esa crítica va más allá, rompiendo el mito del instinto maternal, pero también el tóxico, el de Medea, y reflejando el pleno sentimiento humano de cómo las mujeres ceden en algo tan íntimo como el ser madres por amor o por deseo de su pareja.
En este espléndido plano secuencia en tiempo real, Bize retoma un estilo que recuerda al de sus primeros trabajos, especialmente a 'Sábado', su ópera prima. Para ello cuenta con un reparto soberbio. Antonia Zegers y Néstor Cantillana forman una pareja adormecida en una profunda crisis y que la desaparición de su hijo provoca que el frágil hilo que los unía se rompa, dejando así frente al espejo una relación que, en realidad, ya estaba muerta.
Junto con un dúo interpretativo espléndido, está Catalina Saavedra como la agente que vigilar a la pareja. Impertérrita, su presencia representando la ley supone una especie de árbitro emocional que sabe calibrar la cinta, evitando así secuencias de histeria o excesivamente estridentes, reflejando así que ambos padres deben dejar de lado la sensación de culpa y tomar la de la responsabilidad.
'El castigo' sabe crear tensión y mirada cinematográfica con recursos escasos, gracias un guion que controla muy bien los tiempos y un equipo interpretativo soberbio. Bize vuelve a demostrar tener esa mirada propia sobre la expresión de las pulsiones o cómo un hecho inesperado desata toda una serie de emociones y sentimientos que estaban ocultos. Uno de los títulos más fascinantes que pasó por la 26ª edición del Festival de Málaga.