Allá por 1968, el dramaturgo Mart Crowley causó un auténtico escándalo al estrenar la obra 'Los chicos de la banda', al ser una de las primeras en tener una historia con hombres gais como protagonistas. Un reflejo nada complaciente de la realidad urbana homosexual de finales de los 60 y que era una evolución de lo que, en su momento, habían escrito James Baldwin y John Rechy en sus novelas 'La habitación de Giovanni' y 'La ciudad de la noche'. Polémica en su momento, fue producida un año antes de los Disturbios de Stonewall y, entre la crítica, hay voces que relacionan la obra con el impulso de las primeras protestas del colectivo LGBT.
Para celebrar el 50 aniversario de la obra, uno de los grandes referentes de la cultura LGBT contemporánea, Joe Mantello dirigió una nueva versión en Broadway, que tuvo la novedad de que sus nueve protagonistas eran actores abiertamente gais. Laureada y multipremiada esta versión, alzándose con el Tony, Ryan Murphy decidió producir una nueva adaptación cinematográfica, con los mismos intérpretes, el mismo realizador y el mismo guionista, pues Mart Crowley, fallecido el 7 de marzo de 2020, firmó su propia adaptación junto con Ned Martel.
El resultado es magnífico, pues la película es un fiel reflejo del espíritu original de la pieza teatral, así como también un retrato certero de la vida gay de finales de los 60, muy incómodo, quizás, para las generaciones actuales pero, a la par, necesario para mostrar la evolución en cuestión de derechos LGBT desde 1968 hasta la actualidad. Por ello, el filme mantiene, prácticamente, intactos los diálogos y el carácter de los nueve personajes, siendo cada uno de ellos una imagen diferente de la realidad homosexual del momento.
Con lo cual, 'Los chicos de la banda' es un historia de dolor, de rechazo hacia uno mismo y de cómo el peso de la propia sociedad influye en cada uno de estos asistentes a una fiesta que termina estando muy cerca de los reproches de reuniones como '¿Quién teme a Virginia Woolf?'. Y en esa discusión de rencores y heridas sin cerrar del pasado, el papel de Jim Parsons, Michael, es fundamental, pues crea un nexo entre aquellos personajes que se han aceptado mejor así mismos, como aquellos que viven tal autodesprecio, que son incapaces de reconocerse frente a sus semejantes. Porque todos tienen un punto en común: buscar amar y ser amados y es ese rechazo que viven lo que impide que puedan sentir ese amor.
Un título imprescindible. Nueve actores en estado de gracia
Pero no solo es la historia de una realidad inhóspita, también es un reflejo de lo complicado que era amar a alguien del mismo sexo, pues no había referencias conyugales, tampoco relacionales, estando todas las relaciones marcadas por la marginalidad y por la mirada inclemente de una sociedad que veía a los homosexuales como pervertidos. Esa opresión, presente incluso en aquellos abiertamente gais, está latente en cada escena de la cinta, que aprovecha su origen teatral para transmitir esa sensación, de cómo un lujoso ático neoyorkino, que podría ser un refugio liberador, termina siendo una jaula de oro.
Aunque el punto más fuerte de esta versión son sus nueve actores protagonistas. Parsons ejerce de perfecto director de orquesta, pero es Zachary Quinto quien mejor le da las réplicas -y eso que su papel llega casi a mitad de metraje-, junto a ellos están unos correctos Charlie Carver, Matt Bomer y Andrew Rannells, estos dos últimos se convierten en estupendas contrapartes de sus respectivas parejas, Parsons y Tuc Watkins, este último símbolo esperanzador del filme. Mención también para Robin de Jesús y Michael Benjamin Washington, pues representan dos rostros que, incluso dentro del propio colectivo, son minorías marginadas, uno por la pluma y otro por la etnia. Tampoco falta el aplauso para Brian Hutchison, el papel menos agradecido de los nueve, pues es la represión hecha persona.
Puede que Ryan Murphy haya producida esta adaptación, pero ha tenido la sagacidad de respetar el espíritu original de una obra que es, sobre todo, un testimonio histórico que necesitaba ser escuchado por una generación que no debe olvidarse de su legado más reciente y, sobre todo, cómo los años de lucha del colectivo han hecho que los derechos LGBT hayan convertido a 'Los chicos de la banda' en un precedente al que se le debe mirar con los ojos propios que da el sentido de la memoria histórica. Gracias a esa labor que tiene el propio filme, como también a la entrega y dedicación tanto de sus actores como del director, los guionistas y el productor, ya se ha convertido en un título imprescindible del cine LGBT reciente.
Nota: 8
Lo mejor: Sus nueve actores, el cuidado diseño de producción y la solemnidad que tiene al ser una adaptación de una obra imprescindible de la cultura LGBT contemporánea.
Lo peor: No saber contextualizar la cinta (en 1968 no había derechos LGBT), también se echa en falta un estreno en cines.