Del artista y ensayista cinematográfico Kogonada, más conocido por sus extraordinarios montajes de vídeo sobre el cine de Wes Anderson o Yasujiro Ozu, entre muchos otros, solo cabía esperar una ópera prima tan elegante y exquisita como 'Columbus', cuidada hasta el más mínimo detalle de cada plano. No en vano, además de escribirla y dirigirla, se ha encargado del montaje, desde el que juega con las convenciones narrativas y explora de forma fascinante las relaciones entre sonido e imagen.
Tampoco es casualidad que para titular y localizar su debut, Kogonada haya elegido la pequeña ciudad norteamericana de Columbus, situada en el estado de Indiana, que concentra por número de habitantes el mayor patrimonio arquitectónico de los Estados Unidos durante el siglo XX. Aunque pese a su relevancia conviene aclarar que no se trata estrictamente de una película sobre arquitectura, sino de una amistad contada a través de la arquitectura modernista y los edificios más destacados de la ciudad.
Del mismo modo que en 'La sapienza' (Eugène Green, 2014) el salvoconducto a Roma de un gris arquitecto y un talentoso joven servía para encarnar la rivalidad entre Borromini y Bornini, estableciendo una profunda reflexión sobre la necesidad de la luz en la arquitectura como metáfora vital, Kogonada utiliza la presencia de la arquitectura en la trama, en los diálogos y en cada plano como una forma soterrada de revelar y transmitir el estado emocional de sus protagonistas.
Casey (Haley Lu Richardson) es una brillante adolescente que se encuentra de prácticas en la Biblioteca Municipal tras haber terminado sus estudios obligatorios, pero que se resiste a marcharse y seguir estudiando en la Universidad para cuidar de su madre, que todavía no ha superado un problema de drogodependencia. Jin (John Cho) es el hijo de un prestigioso arquitecto coreano que, encontrándose de visita en Columbus para impartir una charla, sufre un colapso y entra en coma.
Hasta allí se tendrá que desplazar Jin, marcado por la distancia y el rencor hacia su progenitor, y será donde ambos coincidan y conecten, como dos extraños de sus propias vidas atrapados por motivos opuestos en esa ciudad. Una sensación de hastío que Kogonada captura filmando espacios vacíos de sus habitaciones y viviendas en planos fijos, muchos de ellos a la misma altura del suelo sobre la que Ozu situaba la cámara. Pero del mismo modo que su encuentro provoca un cambio en sus vidas, también conlleva una variación en la forma de la película. En su primera conversación, un paseo, encontramos un suave travelling, uno de los pocos movimientos de cámara del metraje, que desde entonces buscará el equilibrio entre ambos desde la composición simétrica o su contraste con los edificios.
No es la única decisión brillante que nos demuestra la presencia de un cineasta pensando tras las cámaras. En sus largas conversaciones ella enumera sus edificios favoritos de Columbus y decide enseñárselos, pero en un momento dado él le pide que se exprese con auténtica emoción, no con voz de guía turística. Entonces, en un gesto revelador, la cámara cambia de perspectiva para adentrarse en el edificio acristalado que estaban contemplando, desde cuyo interior no se nos permite escuchar sus palabras, que no dejan de ser sus emociones más íntimas.
Esa clase de intenciones, que explotan cinematográficamente hablando las posibilidades de la arquitectura modernista, son las que consiguen dotar a la propuesta de un áurea especial. Porque aunque inevitablemente caiga en la casuística de los breves encuentros románticos, Kogonada también sabe esquivar los clichés y evita convertir su relación en otra historia de amor, se agradece que como narrador intente ir un paso más allá de convertir al ser humano en un objeto amoroso. Todo está tratado siempre con sutileza, salvo una conclusión algo explicativa, lánguida, que comete el error de cerrar demasiado un argumento formado por fragmentos y retazos de la intimidad de dos personajes a la que nunca accedíamos del todo.
Bajo la influencia de Ozu y Wes Anderson
Irreprochable desde el punto de vista estético, cabe dudar si sus referentes corren el riesgo de ahogar la propuesta debido al peso de su influencia. La composición centrada de Wes Anderson y los planos fijos a través de estancias de las habitaciones al estilo de Ozu sobrevuelan la película cuestionando si puede aflorar una identidad propia más allá de en su acumulación de planos perfectos. Pero en todo caso, reconforta encontrar un guion repleto de diálogos inteligentes, de personajes adultos, con claroscuros y vacíos a rellenar por el espectador, de conversaciones que van más allá de cumplir su mera función para avanzar la trama. Y, sobre todo, a un cineasta exprimiendo al máximo las posibilidades del montaje y la puesta en escena.
'Columbus' puede pasar desapercibida frente al ruido de los grandes blockbusters navideños, pero sospechamos que la crítica y la cinefilia volverán a menudo a sus imágenes, que se prestan a ser estudiadas y analizadas mediante vídeo-ensayos como los del propio Kogonada. Esa podría ser su mayor virtud, haber plasmado en un largometraje su mirada analítica del lenguaje cinematográfico, que dialoga con una tradición de cineastas y se asienta en unos referentes y búsquedas estéticas que permiten ser continuados por el espectador, pero que aspiran a encerrar una emoción e identidad propias.
Nota: 7
Lo mejor: Que detrás de la cuidada puesta en escena haya un subtexto emocional que le otorgue sentido.
Lo peor: El peso de sus referentes es muy grande, su puesta en escena puede caer en cierta complacencia e indefinición autoral.