Ante una película de David Lynch uno solo puede quedar perplejo y/o fascinado. Las imágenes surrealistas y los relatos enrevesados son marcas de la casa, utilizadas con audacia por parte del cineasta estadounidense, que tiene el don de dejar inerme al público con sus propuestas. Pero antes de dedicarse a romper los moldes de las convenciones, Lynch también tuvo que encontrar el rumbo que quería darle a su vida.
El documental 'David Lynch: The Art Life' se traslada a aquella época en la que el joven David luchaba consigo mismo para dejar salir al artista que portaba en su interior, cuando encontró y desarrolló la voz y el estilo que han dejado huella a lo largo de las últimas décadas. La película cuenta con su homenajeado para hacer las labores de narrador y anfitrión, lo cual dota del enigmático espíritu de Lynch a la producción. Aunque conviene recordar que las inquietudes del director de 'Mulholland Drive' van más allá del cine. Diseño de interiores, pintura, música... son algunas de las materias en las que se mueve el ecléctico creador, que en 'The Art Life' desvela sobre todo cómo surgió su pasión por la pintura, anterior a su incursión en el cine.
La peculiar voz de Lynch nos guía a través del relato, que recompone tempranas anécdotas y encuentros a partir de fotografías. La gran cantidad de material gráfico expuesto tiene un gran valor emocional, desde infantiles miradas hasta oscuras imágenes en blanco y negro que plasman el estilo del director. Escuchar de primera mano la historia de esa introducción en el mundo del arte es el elemento que otorga interés al documental, que de por sí no aspira a ser un entretenimiento convencional. Da más la sensación de ser un retrato en escorzo de un artista tan difícil de definir como de encasillar, aunque la densidad y la redundancia de la narración provoquen ocasionalmente que el ritmo decaiga.
Otro elemento llamativo es que Lynch nos abre las puertas de su casa y de su intimidad más profunda, permitiendo que su hija pequeña aparezca en pantalla trasteando con los cuadros de su padre. En ese selecto ambiente, los responsables del documental (Olivia Neergaard-Holm, Jon Nguyen, Rick Barnes) buscan cada detalle que pueda desenmarañar el rompecabezas que encierra a Lynch. Pasamos una gran cantidad de tiempo con las obras del artista, con las ya finalizadas y con las que se encuentran en plena concepción. A pesar de esa omnipresencia lynchiana, la película huye de la hagiografía, aunque exhale una obvia admiración por el transversal director. De todas formas, el resultado final no termina de convencer como pieza independiente, aunque ahonde en una faceta no tan conocida de Lynch, ya que se ensimisma demasiado en el exclusivo entorno al que accede y en la enigmática aura del protagonista.
Artes en contacto
Que la mayor parte del metraje esté dedicado a las habilidades como pintor de Lynch no significa que su aportación al cine no tenga cabida, aunque muy reducida. El documental nos presenta cómo el joven -y ya padre- artista consiguió una beca para desarrollar sus inquietudes cinematográficas. El resultado de esa bonificación fue 'Cabeza borradora', la aplaudida ópera prima del cineasta, que tanto bebía de las experiencias de Lynch como padre primerizo en una ciudad que le quitaba las ganas de vivir. En el documental se muestran algunos detalles de la producción de aquel film, aunque siendo fieles a sus propias fronteras, Barnes, Nguyen y Neergaard-Holm, no se adentran en el vasto territorio de la filmografía de Lynch, que daría para una miniserie.
'David Lynch: The Art Life' no es un gran triunfo como película documental, ya que tiene un ritmo irregular y formalmente no ofrece nada nuevo, pero es un verdadero placer estar un rato a solas con David Lynch y escucharle hablar. No hacen falta más excusas para ver la película.
Nota: 6
Lo mejor: La oportunidad de conocer en profundidad la faceta de pintor de Lynch.
Lo peor: El documental orbita alrededor del cineasta, así que te tendrá que interesar su obra para que te llene.