Tras un nostálgico debut basado en los recuerdos de su infancia y su propio trauma, Carla Simón vuelve a mirar a sus raíces en 'Alcarrás', mira a sus tíos, que cultivan melocotoneros en el mismo pueblo que da título a la película. Pero esta vez ese retrato familiar no la representa a ella, sino que se extiende para fotografiar y anclar en el tiempo una forma de vida en peligro de extinción. 'Alcarràs' es una historia de pérdida y cambio, de las contradicciones de avanzar, del sentimiento de pertenecer tanto a un sitio que la tierra sea una extensión de ti misma. Ganadora del Oso de Oro en la Berlinale de este año, la película nos presenta a la familia Solé cuando acaba de enterarse de que los campos que llevan cultivando varias generaciones van a convertirse en plantaciones de energía solar y no tienen ni un documento legal que les ampare.
Con la guerra civil española como pretexto, más que contexto, Simón se pregunta cuánto dura una herencia no material, cuántas generaciones deben los hijos, nietos y bisnietos sostener tradiciones y lealtades, memoria incluso, sin crear su propio futuro. Pinyol (Jacob Diarte) ha heredado de su padre los terrenos de su abuelo, al que salvó del fusilamiento el padre de Rogelio (Josep Abad), ahora patriarca de los Solé. El bajo precio de la fruta le empuja a sustituir los frutales por un negocio más rentable y llega a un acuerdo con una empresa de energía alternativa, esa que además es nuestra última esperanza contra el cambio climático, que supondrá no ya el fin de los cultivos, sino del mundo que conocemos. Una de sus decisiones más acertadas es la de convertir precisamente a los paneles solares en la parca que ha cortado el hilo de su forma de vida, porque sobre el papel las energías renovables no pueden ser malas, pero el progreso es codicioso y el futuro demasiado complejo para etiquetas tan simples. "Tomes el partido que tomes", nos decía la directora en esta entrevista, "es lícito, está bien, y eso también genera un conflicto interno".
Simón no ha usado actores, sino gente de la zona, gente que sabe recoger la fruta del árbol y subirse a un tractor. "Tú notas si un agricultor es un agricultor", asegura ella, "lo notas en la piel, en las manos". Donde no notas que no son intérpretes profesionales es en la pantalla, con una solvencia y naturalidad para seguir una trama de ficción que solo se puede entender con una dirección de actores meticulosa, pero respetuosa, que sabe escuchar, ver, aprovechar y guiar. Sin restarle mérito, eso sí, a una cámara que se funde con el terreno y se cuela en los juegos de los niños. 'Alcarràs' comienza con Iris y sus dos primos viajando en cohete al espacio desde el chasis de un viejo coche. Con ella, con la pequeña de los Solé, vamos descubriendo los terrenos, la casa y a su estirpe, sin que la película se moleste en hacer ni una presentación de personajes ni en explicar su organigrama. Iris no tiene muy claro lo que pasa ni por qué pasa, y con ella el público va viendo y descubriendo que cada miembro de la familia tiene una historia, fricciones internas que no importan, que solo reverberan; una idea de futuro y una forma de afrontar el presente. Simón consigue algo muy difícil con una docena de personajes: que el equilibrio en su coralidad no resulte impostado.
Pero aunque todos ellos sean importantes en este "dominó de emociones", es a Quimet (Jordi Pujol Dolcet) y a su dignidad herida al que todos miran en busca de respuestas y el personaje con el viaje más complejo de la película. Quimet se aferra a esos árboles, a su trabajo, como lo único que puede dar sentido a su existencia, mientras su mujer, una hermana y su cuñado ya contemplan las posibilidades de una vida menos sacrificada; su hijo Roger cultiva en secreto marihuana, su hermana pequeña se ha mudado a la ciudad y su hija mediana, Mariona (Xènia Roset), práctica una coreografía de electropop para las fiesta del pueblo.
Escenas como la de la comida familiar que acaba en fiesta en la piscina son ejemplo del estilo naturalista y contemplativo de la película, momentos y secuencias completas en las que aparentemente no pasa nada que empuje el conflicto, no hacen avanzar la trama ni sirven de revelación a sus personajes, solo nos invitan a observar desde dentro y a la vez desde fuera a este grupo de personas tan dispar que la sangre ha unido, casi como ser la nueva pareja de uno de ellos intentando resolver cómo funcionan sus dinámicas.
Aunque el cambio de lo que es y siempre ha sido, los árboles que dan fruta, a lo nuevo, los paneles solares que dan energía, es tan rápido que casi resultaría violento, el climax, si es que lo hay como tal, no llega con una pelea, ni con una decisión, ni siquiera con un adiós. 'Alcarràs' es la crónica de una muerte anunciada y el retrato de las cinco fases del duelo, pese a que quizá la última, la aceptación, tenga más bien visos de resignación.
Un imaginario compartido
En la dirección de fotografía nos encontramos con Daniela Cajias, la primera mujer en los 35 años de historia de los premios de la Academia del Cine español en ganar el Goya a mejor dirección de fotografía. Fue hace tan solo un año, en 2021, y lo logró por su trabajo en la película 'Las niñas' de Pilar Palomero, que comparte con 'Alcarràs' sus tiempos pausados, su apabullante realismo y un elenco que no se limita nunca a recitar de memoria un guion que casi ni han visto. Gracias a ella, a Cajias, durante los 120 minutos que se abre la ventana al mundo de Simón, casi se puede sentir como pica el sol por el día y como refresca la brisa de las tarde de verano.
Porque al igual que en su primera película, 'Alcarrás' es también una historia estival, época de distensión y relax para la mayoría, que sin embargo en su caso siempre expone a su personajes a un vertiginoso cambio. Y no es lo único que comparte con 'Verano 1993'. En las dos, la directora y guionista hace una inversión personal con un melancólico sello de identidad en tono y temática, con ideas compartidas sobre la familia, el duelo, el miedo al futuro y la dificultad de expresar nuestras emociones.
'Alcarràs' es un drama sobre la vida lleno de vida, que basa su fuerza en los detalles que convierten a un grupo de personas en familia, hacen de una casa un hogar y de unos árboles sustento para el cuerpo y el alma. El futuro llegará, es inevitable, como también es inevitable asustarse ante lo oscuro que está.
Nota: 8
Lo mejor: Su tono. El realismo del elenco y el objetivo de la cámara.
Lo peor: Aunque las comparaciones son odiosas, no alcanza el nivel de emoción de 'Verano 1993'.