'Anatema', que llega a los cines el 8 de noviembre, podría ser la conclusión a una trilogía imaginaria de terror católico encabezada por la 'La primera profecía' e 'Immaculate'. Principalmente porque lleva de nuevo a los cines, en el último tramo de 2024, una historia de conspiraciones eclesiásticas protagonizada por una monja. Sin embargo, la ópera prima de Jimina Sabadú carece de la contundencia y expresividad de las anteriormente mencionadas, resultando en una película inconsistente a causa de un guion poco lúcido y un tratamiento pobre de la puesta en escena.
Esta historia de Elio Quiroga y Sabadú sigue a Juana Rabadán (Leonor Watling), una monja con cualidades especiales que es enviada a Madrid para explorar las catacumbas de una iglesia con la que tiene una conexión desde la infancia. En esta aventura, Juana se enfrentará a los horrores sobrenaturales que atormentan a los que osan entrar en la zona y, a su vez, luchará contra su pasado para poner fin a su infierno personal.
El encanto de 'Anatema', en el que los sucesos sobrenaturales están directamente relacionados con los lastres sentimentales de sus personajes, se pierde a los pocos minutos de metraje. Las primeras escenas, que introducen a la protagonista en su infancia, delatan una dirección poco pulida que trata de salvarse a toda costa a través del montaje. De hecho, este problema abunda en todo el filme, afectando gravemente a su ritmo y naturalidad. Esencialmente, las escenas se construyen a partir de primeros planos que encorsetan el potencial imaginario de la narrativa del filme (sobre todo si la intención era hacer terror gótico) y que se encajan torpemente, en ocasiones por las interpretaciones poco acertadas de algunos actores, y en otras por la mala planificación de la puesta en escena.
En realidad, la explosión introductora de 'Anatema' saca a relucir su mayor virtud: la elaboración artística de lo macabro. Por ejemplo, la presencia de la sangre y el body horror, las claras referencias a clásicos de terror como 'El exorcista' o 'Nosferatu', o el diseño de las gárgolas que recuerdan directamente a los demonios encuadrados por Carl Theodor Dreyer en 'Häxan' ('La brujería a través de los tiempos') alivian las imperfecciones. No obstante, este conglomerado de elementos surge con una articulación desdibujada, aunque efectiva por su condición caótica. Aun así, este as bajo la manga se presenta demasiado pronto, desproveyendo de todo misterio al resto de la trama.
La intención y el accidente
Como en muchas otras producciones de Pokeepsie Films (compañía de Álex de la Iglesia), en 'Anatema' surgen temas que apelan a lo social, evocando al pasado franquista, la Iglesia o lo castizo. En cambio, es imposible encontrar un punto de unión coherente entre dichos temas y las motivaciones de Juana o los sucesos paranormales, a excepción de la confabulación eclesiástica, cuya relación es tan obvia como insustancial.
Por lo tanto, buscar el mensaje en 'Anatema' parece un trabajo inútil. Sobre todo por sus devenires argumentales, que indican que las intenciones eran entretener, aunque se logra a medias debido a un desentendimiento total entre la narrativa y la construcción de la imagen (de nuevo, su texto se estructura primordialmente en primeros planos), y, por supuesto, atemorizar, objetivo que tampoco se alcanza pese a la sucesión de sustos y trucajes obsoletos rescatados de filmes como 'La Monja'.
En consecuencia, los intereses de la cinta se transforman en accidentes cómicos que se afrontan, inevitablemente, con incomodidad y desinterés. Son tantos los errores que, en efecto, resulta irremediable contemplar 'Anatema', a pesar del buen trabajo de Leonor Watling, el provechoso desviamiento hacia el género de aventuras y el absurdismo, y una imaginación sofisticada, como una película fallida.