'Anora' llega en el mejor momento posible. Ahora que los días son más cortos y el tiempo se acelera en dirección a la conclusión anual, es necesario aferrarse a algo que nos ilumine. El nombre Anora significa "luz brillante", conveniencia que se ajusta perfectamente a la nueva propuesta del maestro del "neorrealismo americano", Sean Baker, quien, una vez más, revive esa cualidad social del cine que parecía extinta, alzándose con una merecida Palma de Oro en Cannes (que es lo de menos) después de encuadrar las vidas de las olvidadas trabajadoras sexuales.
La cinta, que se estrena el 31 de octubre, se centra en Ani (Mikey Madison), una joven estríper de un conocido club de Nueva York que trabaja todas las noches sin descanso y regresa en transporte público a la modesta casa que comparte con su hermana. Un día cualquiera llega al club Vanya (Mark Eydelshteyn), un joven ruso adinerado que busca pasar un buen rato. Ani, al ser la única bailarina que sabe ruso, se encarga de atender las necesidades de Vanya. En ese momento surge una conexión que se desarrolla con fuerza tras varias sesiones de fiesta, sexo y drogas. Vanya se acostumbra a la compañía de Ani y le ofrece 15 mil dólares para que sea su novia por una semana. Por supuesto, Ani acepta.
La filmografía de Sean Baker parte de la idea de la mentira como camino hacia un éxito inalcanzable, y fluye, en sus últimos trabajos, mediante impulsos motivados por el amor ('The Florida Project'), o impulsos que usan el amor como herramienta ('Red Rocket'). En el caso de 'Anora', la percepción de la mentira y el amor es más compleja. ¿Ani e Vanya están realmente enamorados o es algo temporal que arbitra el dinero y el contrato? Ciertamente, Ani no mueve un dedo si no es por dinero, o al menos eso es lo que parece hasta que la compañía del joven ruso se vuelve más habitual.
Puede que los abrigos de nutria y las suites en Las Vegas sean alicientes para que Ani se replantee dejar atrás una vida miserable, o puede que Ani sienta una atracción verdadera hacia Vanya, pero la duda se mantiene gracias a la perspectiva impuesta por Baker, alejada del victimismo y la indulgencia (es necesario recalcar que tampoco peca de sublimación de la penuria, algo que se escucha con frecuencia). Es decir, la vida de Ani y su aventura con Vanya es la que es, humana e imperfecta, llena de dudas y temores, probablemente inevitable en un sistema donde existe la estratificación social.
Esta es la base de un primer acto electrizante y sexy donde el idilio dirigido por el engaño dota al filme de cualidades feéricas, no solo por el drástico punto de giro que transforma a Ani en la Cenicienta del nuevo siglo, sino por una estética llamativa de luces de neón y canciones, en su mayoría, representativas de la contracultura de la generación Z que emulsionan con los cortes de salto y la libertad de la cámara en mano (aunque sea una producción mucho más grande, Baker no reniega de su estilo y la influencia del Dogma 95).
La gran sorpresa
No obstante, el alma de 'Anora' se encuentra en el segundo acto, en el momento en el que el padre y la madre de Vanya descubren su relación con Ani. Vanya escapa temeroso tras el anuncio de la llegada de sus padres, desatando la verdadera narración de 'Anora': hay que encontrar a Vanya. Este giro de los acontecimientos involucra a nuevos personajes, un grupo de armenios a los que dan vida el fiel y magnífico Karren Karagulian (lleva trabajando con Baker desde su primer filme, 'Four Letter Words') y Vache Tovmasyan, y a los que acompaña Yuri Borísov, uno de los mejores actores europeos de la nueva generación, tal y como se demuestra en 'Compartimento No. 6' y 'La Fuga del Capitan Volkonogov'.
Mikey Madison realiza un trabajo desbordante e inolvidable en el papel de Ani, a la que da fuerza con una actitud inquebrantable y una autoestima envidiable. ¡Es imposible no enamorarse de Anora! Y su conjunción con Karagulian, Tovmasyan y Borisov, que nace del slpastick chapliniano (incluso, se desarrolla en su humanismo narrativo), concluye en una de las experiencias más hilarantes vividas en una sala de cine. De hecho, es en estos casos en los que sale a relucir la delicada pluma de Baker, quien recoge la verbosidad de Billy Wilder y el realismo de John Cassavetes, algo que después estructura en una narrativa cercana a 'Jo, ¡qué noche!' o 'Diamantes en bruto' en la búsqueda nocturna de Vanya.
Esta persecución a ciegas en la oscuridad de la noche en plena época navideña sentencia con claridad la intención de Baker. El frío y la melancolía de la mayor tierra baldía, Nueva York, se ven eclipsados por la química entre estos personajes tan interesantes, bondadosos y desesperados. Aunque las imágenes de 'Anora' aluden a una soledad sobrecogedora, siempre hay algún motivo para reír, bailar u ofrecer lo mejor como personas cuando alguien lo necesita. Es por esta razón que 'Anora' es tan importante, pues aunque la historia de Ani duela, siempre hay espacio para la sonrisa; aunque sus sueños se dan de bruces con la cruel realidad, encuentra una luz a la que aferrarse, un motivo por el que es imposible perder la esperanza.
Buscando el sentido
Aunque la película sea una comedia de los pies a la cabeza, no evita destruir emocionalmente al espectador. En este sentido, es inevitable ver en 'Anora' destellos de 'Las noches de Cabiria', sin embargo, emerge con sus conclusiones una razón mucho más bressoniana, dado que la búsqueda de Ani del sentido de su propia existencia queda reflejada en su cuerpo desnudo y su labor como trabajadora sexual.
La cursilería que puede alcanzar Baker en 'Anora' refleja con fidelidad la artificialidad de la labor sexual en la que el cuerpo se convierte en objeto de deseo y mercado. Aun así, este trabajo supone para Ani la única vía de empoderamiento, por mucho que dicha vía sea la misma bajo contrato o por decisión propia u amorosa, como le ocurre a Julian Kay en 'American Gigolo'. Esta dicotomía de su papel sexual, por un lado como mujer deseada, por otro como profesional, no aplasta existencialmente a Ani desde el principio como sí le ocurre a Michael en el contexto de 'Pickpocket'. Principalmente, el interés de 'Anora' cambia en su resolución, dado que ese peso existencialista surge en el mismo momento en el que se da la catarsis bressoniana, produciendo un aumento significativo en el impacto emocional.
Es tal la honestidad de la colisión, que es inviable no sentirse conmovido y recordar con una decaída sonrisa la historia de 'Anora'. Esta es una de esas películas que revive el sentido del nacimiento del séptimo arte con el primer sueño prehistórico; que consigue cambiar el rumbo de un público atormentado por la insipidez de la cotidianidad; que empuja a los soñadores a contar historias imposibles a través de una cámara; que recuerda a los críticos por qué se dedican a escribir sobre cine. El tiempo lo dirá, pero es probable que 'Anora' sea la gran obra maestra de Sean Baker.