La palabra "normalidad" diverge por su poca precisión y, sin embargo, presenta cualidades universales. Hace unos años, con la pandemia del COVID-19, su valor semántico aumentó a niveles proféticos, dejando de lado su singular relatividad y cayendo en la distinción única. Este aspecto ha sido el centro de atención para Steve R. McQueen, quien ha empezado a jugar con la idea a través de la forma cinematográfica: en 2023 estrenó en Cannes 'Occupied City', un documental que indaga en la anormalidad de la vida de las personas tras la ocupación nazi de Ámsterdam a partir de las imágenes de la ciudad en plena pandemia. Esa búsqueda de lo anterior y habitual surge como un elemento secundario en el que florecen las distintas historias (normalidades) que conviven en ese periodo excepcional: un niño se dirige a la escuela saltando sobre los charcos del camino habitual; la caballería de la policía carga contra los que protestan; un conductor de tranvías completa una nueva jornada; dos jóvenes llegan a los puños en el silencio de la noche.
Ámsterdam, en su contemporaneidad liberal europea, es el lienzo para la historia de ocupación, en el siglo pasado por los nazis y en este por un agente invisible, y ahora McQueen posa su visión, como bien indica su título, 'Blitz', en la campaña de bombardeos en Reino Unido por parte de la Alemania nazi. Además, el director británico parte de la perspectiva infantil de George (Elliott Heffernan), quien es evacuado lejos de la ciudad por orden de su madre, Rita (Saoirse Ronan). No obstante, George escapa en plena travesía al campo y vuelve a la ciudad, donde vivirá aventuras de todo tipo.
Esta narrativa, tan cercana a la literatura de aprendizaje (bildungsroman) de Charles Dickens y Mark Twain, refleja la realidad del niño, con sus fantasías, temores y sueños, entre las devastadoras llamas de la guerra, cuestión relacionada con aquella normalidad con la que trastea McQueen, que finalmente se divide en dos perspectivas. Primero, la adulta, representada por la existencia de Rita, quien debe enfrentarse a una nueva cotidianidad cuyos posibles desenlaces son aterradores, y segundo, la infantil, con futuro y sin pasado, cuya visión parece despreocupada de aquello que amenaza con su realidad.
Inevitablemente, a lo largo del filme George se enfrenta al dolor de hacerse mayor y descubre que, a pesar de la guerra, se mantienen aquellos relatos olvidados que persisten aun cuando llueven bombas: las clases sociales, la violencia, el racismo y el pasado colonial, entre otros. Su transición a la adultez, que curiosamente se formula bajo el postulado lacaniano del regreso al útero (el viaje del protagonista, a través del cual se despega de la infancia, tiene como meta reencontrarse con el cálido abrazo de su madre) se conforma en distintos episodios en los que George se topa con personajes variopintos que van y vienen, y que no valen nada en la insignificancia del tiempo, pero que McQueen ensalza como figuras eternas en el recuerdo.
Este último aspecto se ve representado en flashbacks en los que la cámara danza por espacios imposibles. Si la propia existencia queda constreñida a la inmediatez del tiempo, siendo incapaz de sobrepasar el estremecimiento del segundero (incluso, la muerte es más rápida), entonces se podría afirmar que McQueen desafía hermosamente al tiempo, pues estructura la cinta en dicotomías sin principio ni fin entre lo vivo y lo muerto, la violencia y el amor, las explosiones y la música, o los olvidados y los héroes.
No es suficiente
Sorprende sobremanera que, a pesar de las dificultades implícitas en la elaboración de una cinta ambientada en 1940, 'Blitz' deslumbre en lo inmersivo. Los departamentos de vestuario, maquillaje, arte, diseño de producción y efectos visuales se las apañan para recrear un Londres atolondrado y devastado, consiguiendo un resultado verdaderamente extraordinario. Sus costuras son imperceptibles y la visión de Steve McQueen sirve de guinda para este bonito y épico relato que sorprende con sus tensos devenires.
Aun así, cuesta creer que 'Blitz' nazca de la pluma y visión de McQueen. Por supuesto, no es una cuestión visual la que lleva al recelo, sino una cuestión dramática. El guion es rico en sustancia anglosajona (como en 'Los cuentos de Canterbury', hay tantos personajes como historias, divagando entre la comedia, el drama o la épica, algo que ciertamente no cuaja en sus dos horas de metraje), pero persiste una irremediable representación de la muerte que, en contexto con la atmósfera de la película, resulta demasiado grotesca.
De hecho, lo que sucede en el fuera de campo o entre las elipsis del tiempo llega a ser más demoledor que aquello que se presenta ante nuestros ojos, teniendo en cuenta que la brutalidad de alguna de sus imágenes desentona completamente con esta aventura infantil en la que no se sabe bien si la intención era representar con severidad la agonía de lo vivo ante la guerra, o el florecimiento de la ingenuidad del niño ante el mal del adulto. El peso dramático es, contradictoriamente, liviano, e irremediablemente concluye en la decepción de quien esperaba un rigor semejante al presente en 'Shame', 'Hunger' o '12 años de esclavitud'.