Para que los hombres de negocios de la industria cinematográfica se froten las manos solo hay que mencionar la palabra "adaptación" acompañada del nombre de Stephen King. El novelista norteamericano es, en general, un asegurador de éxitos para la gran pantalla (ahora también para las pequeñas pantallas), siendo los de mayor enjundia, curiosamente, los que no tienen nada que ver con el género de terror, como es el caso de 'Cadena perpetua' y 'La milla verde' (11 nominaciones en los premios Oscar entre las dos). Aun así, es tal su universalidad cultural que, hasta la fecha, se cuentan hasta 145 adaptaciones de sus obras, muchas de ellas con fecha de estreno para el año que viene y en las que están involucrados autores llamativos como Oz Perkins, Mike Flanagan o Edgar Wright.
Incluso, su opinión en redes sociales tiene tanto peso que ha llegado a convertir producciones independientes, como 'La mesita del comedor' de Caye Casas, en grandes fenómenos. Con la última adaptación, 'El misterio de Salem's Lot', cuyo estreno estuvo previsto para el 2022, aunque tras una serie de retrasos poco esclarecedores por fin llegará a Max el 3 de octubre, el mesías del horror alivió a su director, Gary Dauberman, a principios de año, defendiendo la película en X (antes Twitter), logrando que meses después su estreno sea una realidad.
'El misterio de Salem's Lot' es una de las historias más reconocidas de King y esta nueva reinterpretación no arriesga en su narrativa a excepción de cuestiones puntuales: Ben Mears (Lewis Pullman), un novelista consagrado, vuelve a Jerusalem's Lot, el pueblo en el que se crio hasta la muerte de sus padres. Su regreso responde a la necesidad de conocer su pasado, aunque, en realidad, abrirá nuevos horizontes en su vida después de enamorarse de la joven Susan Norton (Makenzie Leigh) y de enfrentarse, junto a otros, a un poder antinatural que amenaza con doblegar su ciudad natal.
¿Qué puede ofrecer 'El misterio de Salem's Lot' a nuestra contemporaneidad? Absolutamente nada. Si nos centramos en su forma, desde el principio se desvela una dirección pobre en virtud de una construcción reiterativa a partir de primeros planos, aunque el autor de 'Annabelle vuelve a casa' trata de huir de este enclaustramiento del lenguaje cinematográfico a través del montaje (por ejemplo, el típico fundido a un picado de unas escaleras) o con construcciones espaciales cuasifordianas sobre el horizonte sacadas de una película de fantasía. Pero estos escasos intentos por reavivar el ritmo de un texto tan plúmbeo desaparecen a medida que la historia se acerca a su segunda mitad, donde el humo postizo y la nitidez aséptica del formato digital sentencian una muerte que, en realidad, estaba anunciada desde el momento en el que se destapa que la cinta recurre al imaginario que formuló Tobe Hooper en la miniserie de 1979.
Asimismo, las tramas subyacentes resultan insignificantes, pues quedan cercenadas en las elipsis del tiempo ¿Ben quiere conocer sobre su pasado? Se comenta, pero no se indaga en ello. ¿Ben y Susan tienen una relación amorosa que será fundamental en la trama? Lamentablemente, el espectador tendrá que imaginársela, porque queda relegada a un fatídico segundo plano, concluyendo en actuaciones encorsetadas por parte de su elenco. Los conflictos de cada uno, claramente relacionados con los temas que tanto se subrayan en la cinta (la fe, el amor o la supervivencia) se pierden en la nada, dado que, efectivamente, lo importante es lo sobrenatural. De hecho, la idea de que los pecados de ese tranquilo y religioso pueblo de Jerusalem's Lot converjan en la creciente corrupción de la transformación vampírica pierde el sentido en el momento en el que aquello que atormenta a sus personajes se explora superficialmente.
Por lo tanto, surgen más preguntas que respuestas, no por unas cualidades enigmáticas, sino por una narrativa desnutrida. Pues, tal y como se presenta en el filme, existe un mal que viene de muy lejos, que poco a poco se esparce entre la población del pueblo y punto final. Pero, realmente, ¿qué hay detrás de este mal? En la cinta, a diferencia de la novela, aparentemente nada. Y, finalmente, toda la violencia que rodea a esta maldad sin respuesta resulta injustificada; es decir, brota como una resolución ciega, consecuencia de un entretenimiento vacuo. No obstante, esta despreocupación desemboca, bien avanzada la historia, en el terreno de la acción trepidante, posible consecuencia que, en definitiva, aviva su ritmo y consigue desatar a sus actores, logrando un clímax entretenido.
Los vampiros del extrarradio
La figura del vampiro ha evolucionado con los años. Y aunque su mitología victoriana sea incompatible con el género de terror de la contemporaneidad postmoderna (Robert Eggers está a tiempo de callarme la boca, a pesar de que obras magníficas como 'Déjame entrar' o 'Misa de medianoche' lo demuestran), su aspecto más importante, lo sexual, se ha mantenido. Además, en 'El misterio de Salem's Lot' es observable una fusión de dicho aspecto con la mirada infantil típica de algunas novelas de King y que queda representada en el personaje de Jordan Preston Carter: el niño se enfrenta con valentía a una realidad sacada de la ficción mientras que el adulto trata de superar unos miedos de la infancia que creía imposibles. Y aunque está clara la predilección del villano por los niños, metáfora de lo más clara, se pierde el trasfondo detrás de la lujuria escondida en el recatado pueblo del estado de Maine, del mal personificado y del resto de personajes.
Otra de las peculiaridades de esta obra es que comete el error de retomar las fórmulas de un pasado donde el extrarradio estadounidense representaba con precisión los temores de una generación concebida en el capitalismo tardío. Tal vez esta sea la razón por la que 'El misterio de Salem's Lot', a pesar de gozar de unos sólidos departamentos de vestuario y maquillaje, fracase en generar la menor sensación de horror. Este mundo, aferrado al recuerdo, ha demostrado ser incapaz de sobrevivir a una memoria edulcorada donde el terror se transfigura en aventuras adolescentes. La narrativa de la "próspera" generación estadounidense de la "Post-Vietnam Era" resulta demasiado inocente para el público actual, algo con lo que, por ejemplo, rompe David Robert Mitchell con 'It Follows', donde la localización del extrarradio de la abandonada Detroit no es una coincidencia. Por lo tanto, esta adaptación se enfrenta a una actualidad hiperconectada a través de artilugios obsoletos y poco convincentes que es difícil que sorprendan a nadie.