Una de las ocurrencias más interesantes en las narrativas nace de una estrategia simple, pero efectiva: revertir los viajes arquetípicos. Cercano queda el ejemplo de 'El gran Gatsby' de F. Scott Fitzgerald, novela a través de la cual el minesotano cambia el rumbo del emigrante norteamericano, que ya no viaja de este a oeste hacia tierras indómitas, sino en dirección contraria, en busca de una vida aspiracionista en la tierra baldía neoyorquina. De igual forma, John Schlesinger tomó prestada la ruta, aunque en el contexto postmodernista, en 'Cowboy de medianoche'. Y claro está que la moraleja es la misma. En el caso de la nueva película de Rodrigo Cortés, 'Escape', que se estrena el 31 de octubre, es posible que hablemos de una trayectoria parecida, aunque su originalidad parte de la combinación de esta modificación narrativa, en este caso de la alegoría de la caverna y 'El proceso' de Kafka, y su sátira conclusión.
Cortés, de pluma prístina, aunque de visión plenamente contemporánea, plantea un juego de aparentes anormalidades. Dicho juego parte de su personaje protagonista, N. (Mario Casas), quien trata de cometer el mayor número de delitos posible para poder romper con la barrera burocrática de la justicia e ingresar en la cárcel, y continúa con el mundo conformado por la familia, dislocada; la Iglesia, rebelde; los aparatos del estado, estropeados, y los presos, perspicaces. Dicho de esta forma, queda claro que 'Escape' recicla los códigos de la ficción absurda, destacando el uso del humor negro y un apego a la sinrazón tan recalcitrante como divertido.
Sin embargo, aunque Cortés construya una narrativa (inspirada en la novela de Enrique Rubio) bajo los ya mencionados códigos del absurdo, revuelve, como era de esperar, en su interior y formula paradigmas en los que se pone en tela de juicio el concepto de libertad. ¿Por qué querría una persona entrar en la cárcel y ver su voluntad totalmente cercenada? La pregunta pierde el sentido en cuanto se cuestiona el concepto de libertad, y más aún si la libertad ontológica, extremadamente distinta de la libertad que "garantiza" un estado a sus ciudadanos, es todavía un misterio.
Por lo tanto, la vida de N., de ese joven hombre trastocado física y mentalmente, cansado de tomar decisiones y cuyo único deseo es ser controlado, es el resultado del hecho de existir. Por esto mismo las imágenes de 'Escape', más cercanas a una realidad decepcionante (aunque los sueños optimistas también forman parte de su imaginario), parecen tan incompatibles con la perorata política de "un pasado mejor y más libre". Sería más preciso explorar el camino de una realidad desidiosa, incontrolable y enigmática que el indomable espíritu humano se ve incapaz de someter y llevar al terreno de su moralidad.
Sin luz al final del túnel
Además de indagar en la libertad o falsa libertad que dirige a N. por senderos imposibles, Rodrigo Cortés esconde una intención maliciosa en relación con la muerte, la culpa y el autocastigo. Y aunque su tratamiento sea irónico y punzante, la realidad es que su resolución termina con una explosión de sentimientos contradictorios y un pesimismo sobrecogedor. Cortés controla el arte del desconcierto (o como diría José Saramago, del desasosiego), dado que la aventura de N., que se origina en unos hechos terribles del pasado, llega a conclusiones desmoralizantes.
Aunque la existencia implica reconocer la inexistencia del control propio, obligando a pagar las consecuencias del puñetero azar, sí existe un control ajeno (sea este del estado, la Iglesia, la familia, etc.) a simple vista necesario, aunque irremediablemente entrometido en el moldeamiento del individuo. Lo que se puede esperar de 'Escape' es, precisamente, una separación directa con dichas influencias; una ruptura tan inquietante como la sonrisa de un cínico; una ingeniosa contradicción entre el ímpetu de vivir engañado (aspecto reforzado por una banda sonora que recuerda a la también desconcertante 'Swiss Army Man') y el deseo de la abnegación como ser.
El filme expone una visión que no es nueva, pero su singularidad yace en la perspectiva de su protagonista, la cual está anclada a un pasado lacerante que le lleva a pensar que es culpable de algo que era inevitable. Y Cortés, sin piedad, acompaña a N. en tediosas idas y venidas que demuestran que vivimos en un mundo cruel donde la muerte es tan insignificante como la vida, y que, en ocasiones, buscar el sentido al inabarcable misterio detrás de la consciencia puede ser un error. Al menos desde una óptica existencialista. Desde luego, en 'Escape' hay poca la luz, aunque mucha claridad.