Cuando está a punto de cumplirse un año del nombramiento de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, los brasileños han elegido al candidato de extrema derecha Jair Bolsonaro para dirigir su país, en Italia el vicepresidente Salvini llama a los refugiados "carne humana" y en Suecia el partido xenófobo DS es la tercera fuerza más votada. Son solo algunos ejemplos, la ola de nacionalismo ultraconservador que arrasa el mundo es innegable. La crisis económica puede haber traído consigo un nuevo auge de xenofobia, rabia y miedo, pero como viene a recordarnos Spike Lee en su última película, 'Infiltrado en el KKKlan', ni el racismo ni la estupidez humana son invento del Siglo XXI.
En 1979, Ron Stallworth, el primer policía negro de Colorado Springs, consiguió infiltrarse durante nueve meses en el Ku Klux Klan con ayuda de un compañero blanco que se hacía pasar por él en las reuniones cara a cara. La premisa es demasiado absurda para ser real, y así lo reconoce Lee, que con mucho humor (que no comedia como él mismo apunta) utiliza unos eventos de hace 40 años para reflexionar sobre el actual clima político mundial, y especialmente el de EE.UU., donde simplemente ser afroamericano puede ser un crimen. John David Washington interpreta a Stallworth y Adam Driver es Flip Zimmerman, el policía blanco y judío junto al que engaña al mismísimo David Duke, Gran Mago del Ku Klux Klan (Topher Grace en su mejor papel).
Era difícil imaginar que un título que incluye el fonema "caca" y con una factura impecablemente comercial podía esconder un tema tan serio. El mayor as en la manga de Spike Lee es el haber escondido una dura crítica social dentro del envoltorio del entretenimiento, resultando divertida y aterradora casi a partes iguales. 'Infiltrado en el KKKlan' es una película enfadada y furiosa, que sin embargo sabe tomarse con sátira la sinrazón de la discriminación racial.
Lee demuestra un control total del ritmo y el tono aprovechando todas las posibilidades del lenguaje audiovisual moderno a través de la música, el color, la distorsión de las imágenes o el movimiento, pero sobre todo lo hace con los mecanismos del montaje. El uso de la pantalla dividida en las conversaciones entre Stallworth y los miembros del Ku Klux Klan evocan los clichés de la comedia romántica, mientras que la narración en paralelo refuerza la incoherencia del fanatismo, exponiendo un mismo elemento bajo dos prismas opuestos. Esta comparación es especialmente evidente y demoledora en la escena en la que los miembros del Klan están viendo enajenados, histéricos, una proyección de 'El nacimiento de una nación' a la vez que en la asociación de estudiantes negros aprenden sobre las consecuencias que esta cinta tuvo en el resurgir de una nueva oleada racista y de violencia, lo que nos conduce directamente a otro de los grandes temas de la película: el poder de las imágenes.
A principios de la década de los 70 surgió en Estados Unidos un movimiento cinematográfico protagonizado por la comunidad afroamericana: el Blaxploitation. Cuando el personaje de Washington y la activista Patrice Dumas (Laura Harrier) hablan sobre los grandes éxitos del género están especulando sobre la capacidad del arte para moldear la imagen mental que nos hacemos del mundo y de nosotros mismos. La representación es fundamental para la inclusión social, pero si no se trata con responsabilidad solo servirá para perpetuar estereotipos. Esta reflexión sobrevuela todo el metraje y empieza con el discurso empoderador de Kwame Ture (Corey Hawkins) contra los cánones de belleza arios, en el que Spike Lee manifiesta mediante cabezas flotantes la toma de (auto)conciencia y el encanto de la diversidad.
Hacer comedia es una cosa muy seria y Washington se maneja con mucha soltura entre los excesos cómicos y la amargura, derrochando una química absoluta con Adam Driver, que pese a haber demostrando ser uno de los mejores actores de su generación cede generosamente todo el protagonismo a su compañero. Pero probablemente la interpretación más solida sea la de Topher Grace, capaz de resultar tan cordial y seductor como desagradable e intimidador en el papel de líder del Klan. Laura Harrier da vida a Patrice, una activista por los derechos de los estudiantes negros que sirve también como lienzo sobre el que, aunque sea con brocha gorda, pintar las reivindicaciones feministas o el #MeToo.
El racismo, como el machismo, no es una lucha solo para el colectivo oprimido en cuestión, debería ser la lucha del mundo contra los abusos que el heteropatriarcado blanco ha ejercido en la historia. Por eso su hipótesis es excesivamente evidente y no hay lugar par el punto de vista del contrario, poner la otra mejilla o la interpretación libre, la supremacía blanca no lo merece y la idea que Lee quiere transmitir es muy clara: el racismo es ignorancia y no se puede justificar. Puede parecer algo prepotente enviar un mensaje con tanta determinación, y más desde la guasa, pero más salvaje es el resurgir de los movimientos fascistas: lo que entonces eran grupos diseminados de paletos, ignorantes y furiosos racistas, ahora son grupos de paletos, ignorantes y furiosos racistas legitimados por un gobierno capaz de ver "gente muy buena" entre los neonazis.
La realidad supera la ficción
'Infiltrado en el KKKlan' no pierde ni un minuto su conexión con el presente, han pasado cuatro décadas desde Ron Stallworth se infiltrase en La Organización y el mundo no parece haber cambiado tanto. En ese sentido, hay algo aterrador escondido en cada escena, en cada risa. El absurdo de toda la situación y la caricaturización de los miembros del Ku Klux Kan distancian al espectador del auténtico peligro que suponen los crímenes de odio para, ya al final, devolvernos de golpe a la realidad y estremecernos en un epílogo que no es más que una llamada la acción, un recordatorio de que la amenaza es real, que no son hechos aislados ni sucesos de otra época.
En ese sentido, la audiencia podrá reconocerse en el personaje de Driver, un hombre que, aunque judío, nunca ha tenido que plantearse su identidad ni la profundidad de sus raíces. Ha crecido mimetizándose con la clase dominante de Estados Unidos, ignorando la herencia de su cultura para poder integrarse, casi camuflado, en lo alto de la pirámide social. Flip se dará cuenta, con suerte junto al espectador, de que es hora de renunciar a los privilegios por un bien mayor.
Pero ante todo 'Infiltrado en el KKKlan' es puro entretenimiento, una película comprometida y divertida que funciona con un ritmo muy potente. Una respuesta aún más furiosa y directa ante el racismo de lo que fue 'Déjame salir', que de nuevo usa el género (esta vez comedia en lugar de terror) para remover conciencias. Ojalá pudiésemos decir que se ha quedado pronto obsoleta, pero si no tenemos cuidado la era Trump no ha hecho más que empezar.
Nota: 8
Lo mejor: El control absoluto del ritmo narrativo.
Lo peor: Que 40 años después no hayamos aprendido nada.