Puede que en un ejercicio de sumo respeto a su pilar narrativo, la maldición en alta mar, el subgénero de terror náutico reniegue del afecto popular al desentenderse de la coherencia de sus historias. Incluso, su filme más representativo, 'Ghost Ship. Barco fantasma', al que siempre defenderé con firmeza, opta por abandonar su mitología para acoger los inevitables caminos de la exageración del nuevo siglo. Básicamente, como ningún otro, el terror náutico sigue a rajatabla la inspiración de su propia historia cinematográfica (dicha inspiración es palpable hasta en la cartelería), retroalimentándose, aunque con poco espacio para el cambio. Al menos así lo demuestran sus sucesoras como la nueva película de Gary Shore, 'La maldición del Queen Mary', que vuelve con poco éxito a la fórmula del barco embrujado en el que el oscuro pasado atormenta a los visitantes del presente.
La cinta, que se estrena en cines el 13 de diciembre, inicia con la trágica matanza que tuvo lugar en el transatlántico Queen Mary en la noche de Halloween de 1938. Este suceso marcó el destino del barco, que, 85 años después, se encuentra atracado en Long Beach donde funciona como atracción turística. Ahora, con el avance tecnológico y el auge de la realidad virtual, los fotógrafos Anne (Alice Eve) y Patrick (Joel Fry) consiguen el permiso para registrar el interior del Queen Mary con el objetivo de realizar una reconstrucción digital. No obstante, su travesía se verá truncada por sucesos inexplicables que les llevarán al origen de la maldición de la embarcación.
Gary Shore participa en un juego muy peligroso, dado que desarrolla historias paralelas que deben entrelazarse con extrema precisión. La primera y menos interesante es la que se centra en el presente: en plena crisis de pareja, Anne y Patrick deciden aparentar normalidad, por un lado porque las facturas mensuales no se compadecen de las llamas apagadas del amor, y por otro, por su responsabilidad parental con Lukas (Lenny Rush), su hijo. Pero es difícil aparentar que todo va bien cuando el mundo que les rodea es insulso y oprimente, aspecto que queda reforzado por la imagen descolorida con la que Shore se distancia del imaginario del pasado.
Estas decisiones estilísticas, que son poco atractivas para la mirada del espectador, subrayan el punto de vista de su director sobre la contemporaneidad tardocapitalista dominada por la saturación de la información, el entrometimiento de las corporaciones y la tecnología, la mercantilización predatoria de la cultura y la acuciante infestación de la arquitectura pública por parte de cadenas multinacionales. Estos hechos subyacen en abundancia en 'La maldición del Queen Mary', pese a que son rápidamente olvidados con motivo de las idas y venidas temporales, que, por desgracia, resultan inconexas.
La segunda historia, ambientada en 1938, sigue a otra familia, de clase baja, que se infiltra en la cena de los tripulantes de primera clase. Esta trama, a diferencia de la primera, rezuma sustancia cinematográfica, no solo por un estilo mucho más inspirado, sino por un montaje que roza lo superlativo, logrando incitar el lado más curioso del espectador: ¿Qué pasaría si este guion estuviese a la altura de la artesanía de Gary Shore y su montajista, Colin Campbell? Así, los fragmentos del pasado mantienen a flote el ritmo de 'La maldición del Queen Mary', también en virtud de su abundante congregación de tonos en los que la acción es vibrante, el humor sarcástico y el drama apunta a lo social, incluso teniendo cabida para un número musical tristemente interrumpido por la reiterante necesidad de aludir a lo sombrío.
A través de la historia de la violencia en pantalla
El tratamiento del terror también revela una mayor lucidez en la historia del pasado que en la del presente. En el contexto de Anne y Patrick, Shore recurre al susto fácil y a las peculiaridades de la tecnofobia del horror japonés de cintas, salvando las distancias, como 'The Ring: El círculo', 'Llamada perdida' o 'Pulse (Kairo)'. Sin embargo, estos recursos prestados, en contexto con la narrativa del filme, son gratuitos, inexplicables e inconclusos.
Por otro lado, la parte del pasado goza de un gran número de escenas terroríficas en las que se ponen en práctica las distintas representaciones de la violencia cinematográfica a lo largo del tiempo. Dichas escenas, que están protagonizadas por un hipnótico Wil Coban, toman en consideración la concepción de la violencia del cine clásico, donde el acto violento se representa simbólicamente; del cine moderno, con una referencia mayúscula a su obra cumbre, 'Psicosis', y del cine postmoderno, en el que la violencia puede variar desde la ironía del slasher hasta la representación más gráfica del descuartizamiento.
Su sentencia de muerte
Si se tiene en cuenta todo lo anterior se podría afirmar que 'La maldición del Queen Mary' es una buena película de terror. Empero, acaba transformándose en una obra demasiado cargante después de acumular numerosos errores en el último tercio. En esencia, el tramo final se apresura con frenetismo y desorden, y no se terminan de hilvanar con coherencia las causas entre la trama del presente y el pasado. Asimismo, no quedan claras ninguna de las motivaciones, los conflictos son espontáneos y sus giros de guion, aparte de torpes, son excesivamente convenientes. Llega a ser demoledor comprender que finalmente todo aquello que ha conseguido conmover el ánimo no tiene ningún valor.
En resumidas cuentas, su última media hora es difícil de digerir y el derroche de artificios, redundantes a estas alturas, ayuda a anular por completo toda la elaboración narrativa del filme, que queda reducido a un espectáculo confuso y poco llamativo. A primera vista, parece que los creadores de esta historia, Tom Vaughan, Stephen Oliver y el propio Shore, no sabían cómo poner fin a un conjunto tan elaborado y optaron por una lluvia de ideas disparatadas. ¡Oportunidad perdida!