Se dice de 'Longlegs' que es "la mejor película del año" o que es la "película más perturbadora del año", títulos que se otorgan con demasiada facilidad. Ante la duda, al público no le queda otra opción que aferrarse al vitoreo de la creencia ciega en obras que no se han estrenado, o cuya fama se ha edificado con campañas de marketing dignas de ser estudiadas en una tesis doctoral. Resulta que en el caso de la cinta dirigida por Oz Perkins, que se estrena el 2 de agosto, hay que tener fe ciega y algo más, porque lo que promete su campaña de promoción es solo una parte de todo lo que llega a ofrecer.
Digamos que 'Longlegs' es una caja con un envoltorio rojo muy atrayente. El primer instante en el que se ve esa caja roja surge un sentimiento de decepción. Por alguna razón, es más ilusionante encontrarse una caja maciza que una oblonga. Sin embargo, su extraña forma longilínea incita a la curiosidad. ¿Qué puede esconderse tras un cuerpo tan poco espacioso?
Al acercarnos, quedamos atrapados en la hipnosis del resplandor rúbeo. Para palparlo, pasamos una mano por encima, rozando con las yemas su artificialidad. En este caso, el envoltorio es todo lo que promete ser (y es) 'Longlegs': Lee Harker (Maika Monroe), agente del FBI, se incorpora a la investigación de unos asesinatos que firma un tal Longlegs.
Su historia y sus cualidades estilísticas acercan a la cinta a otros títulos de los que rescata su sordidez y oscuridad, y, por supuesto, a un antagonista que deja inscripciones cabalísticas, como en 'Seven', 'Zodiac', 'Prisioneros', 'True Detective' o 'El silencio de los corderos'. En 'Longlegs' el espectador se enfrenta a algo que ya ha encarado anteriormente; es decir, a cadáveres putrefactos, muñecas siniestras, raritos que hablan con niños y policías a los que les vendría bien pedir cita con el psicólogo.
Esta superficie funciona espléndidamente y sigue a rajatabla los cánones del neo noir. Su protagonista, la detective Harker, cumple con los requisitos para ser un sabueso atormentado y opaco que vive para la investigación. Además, tiene una capacidad extrasensorial (interesante propuesta de Perkins con los cambios de relación de aspecto al 4:3 acompañados de un montaje espasmódico ligados a los recuerdos y las epifanías de Harker) para encontrar lo que para otros es imposible. También está el personaje de Nicolas Cage, un demente extravagante con un rostro peculiar y un gusto exquisito por el rock and roll. Claro está, uno de sus pasatiempos favoritos es acercarse a niños pequeños cuando sus padres no están mirando.
La detective persigue al sospechoso, que se hace de rogar.... Asistimos a sucesos inexplicables, escenarios horripilantes, misterios sin solución y otros que sí se acaban resolviendo. ¿Es la película que esperaba todo el mundo? Probablemente no. Al menos eso es lo que se siente tras su final. Sin embargo, no es que no lo sea porque decepcione, sino por el hecho de que miente (bendita mentira) descaradamente. Porque 'Longlegs' es otra película cuando termina, y resulta más terrorífica cuando se descubre qué es lo que esconde tras su envoltorio.
Lo que hay dentro de la caja
Cuando se quiebra el envoltorio y se descubre lo que se escondía detrás de esa desafortunada caja, se vive el impacto del terror más agudo. Si bien 'Longlegs' funciona como artefacto de la industria, resulta inabarcable como obra cinematográfica. Es probable que ese envoltorio fuese un disfraz con el que esconder su arma más letal. Porque la película se puede relacionar con las anteriormente mencionadas, pero, realmente, está más cerca de 'Cure' de Kiyoshi Kurosawa, de 'Persona' de Ingmar Bergman y de 'Psicosis' de Alfred Hitchcock.
El horror de los demonios y el encanto resultan minúsculos en comparación con la participación y la realización del espectador como agente involuntario de la muerte. La propia referencialidad a la representación fílmica que propone Oz Perkins resulta perturbadora en cuanto el culpable se percata de su delito. La mirada, el ojo, el entrometido... La condición voyerista del espectador queda reflejada en cada plano como una sombra acechante que cobra fuerza con las desgracias ajenas. La verdadera maldición está allí donde lo que se demanda, sin ningún tipo de sentido, es la sangre. No hace falta mirar atrás, el monstruo no se esconde de sí mismo.
Tampoco hay que tomárselo muy en serio. De hecho, por mucho que 'Longlegs' señale con el dedo, después siempre acaba apartándolo mientras ríe. Tal vez esa era la intención de Perkins, ver a los espectadores atenazados por el terror mientras él, dueño de su mundo, trata de explicarles que todo era una broma pesada con la que se lo ha pasado en grande. En realidad, esto está presente de principio a fin, con sencillos toques de humor efectivos y elecciones musicales (T. Rex) tan disonantes con la imagen que hacen de todo este complejo metaficcional un causante de insólitas pesadillas.
La clave de 'Longlegs' está ahí, en la distracción de su envoltura, tras la que se esconde un terror serpenteante que crece, sibilino, tras su visionado. Porque la inesperada tranquilidad es un mecanismo engañoso, pues esconde una culpabilidad que, cuando está presente, no dejará conciliar el sueño.