Aunque el #MeToo es un movimiento global, las manifestaciones del 8M o la Marcha de las Mujeres convocan a millones y no queda una sola persona que no conozca la palabra feminismo, en España vuelve el debate sobre nuestro derecho al aborto, se encomienda a nuestros úteros solventar los problemas económicos causados por hombres avariciosos y se cuestiona la utilidad de una ley que nos ampare ante la violencia machista sistemática. Justo ahora, en este clima, una película como 'Una cuestión de género', convencional en todos los sentidos, es especialmente inspiradora y un aliento de esperanza. Es la celebración de la figura de Ruth Ginsburg, pero una oda a las todas mujeres y a todas las luchas por la igualdad.
Ruth Bader Ginsburg es una jueza y jurista estadounidense que ha dedicado su vida profesional a la lucha por la igualdad legal entre hombres y mujeres, homosexuales y minorías raciales. Su trabajo la ha convertido en un símbolo de lucha y resistencia y tratar de reflejar todos los logros de su carrera en dos horas, habría sido probablemente un error inabarcable. Quizá por eso Mimi Leder, con guión de un debutante Daniel Stiepleman, ha renunciado a hacer de 'Una cuestión de género' un biopic sobre la vida de Ginsburg, centrándose en los motivos, la forma y los medios que la llevaron a cambiar el mundo. Una película sobre el origen de un icono, una mujer que no está dispuesta a conformarse con las concesiones paternalistas y condescendientes que los hombres han hecho a su generación, un reflejo de la importancia del feminismo para todas. Y para todos.
La película comienza con el primer día de Ginsburg en la facultad de derecho y durante el primer tercio del metraje la historia muestra todas las facetas de una mujer estudiante, madre, profesora y cuidadora en un mundo de hombres en una era de hombres. Sin embargo, todo el peso argumental termina recayendo en un único caso sobre deducción de impuestos en 1970, un caso que asentará los cimientos de una vida de dedicación a los derechos por la igualdad que solo pudo empezar cuando la discriminación por cuestión de género afectó negativamente a un hombre.
En 1956 Ginsburg es una de las nueve mujeres de una clase de casi 600 estudiantes destinados a convertirse en los futuros "hombres de Harvard". Los primeros compases de la película, desde la escena de los créditos iniciales con Felicity Jones avanzando en una marea de trajes de chaqueta y corbata al discurso de presentación del decano Erwin Griswold (Sam Waterston en un papel antagonista y completamente opuesto a su rol en 'The Newsroom'), son un ejemplo evidente de las discretas, pero nada insignificantes diferencias y humillaciones que toda mujer aguantará a lo largo de su vida, especialmente si decide ocupar "el lugar de un hombre". Leder no es nada sutil a la hora de enfatizar la importancia del lenguaje inclusivo o de representar los micromachismos que más de 60 años después siguen completamente arraigados. A lo largo de su carrera, Ginsburg tendrá muchos problemas para encontrar trabajo de abogada solo por ser mujer, madre y guapa, y ni siquiera su marido Martin, interpretado por Armie Hammer como manual del perfecto aliado feminista, es plenamente consciente de todas las situaciones de marginación y desdén que ella tiene que aguantar.
A un nivel formal, 'Una cuestión de género' no se aleja de los convencionalismos de Hollywood y los biopics tradicionales, pero Leder utiliza la publicidad, el vestuario e incluso los modales como "insustanciales" señas de subyugación femenina. Detalles que en el día a día para muchos pasan desapercibidos, pero sobre los que la película incide probablemente gracias a tener a una mujer detrás de las cámaras. Es una experiencia mucho más emocional que visual, incluso presuntuosa en ocasiones, a la que se puede acusar de obviar cualquier defecto del icono que es Ruth Bader Ginsburg, pero que está pensada para inspirar en la audiencia la importancia de un cambio y la lucha contra la injusticia y el despotismo. Los momentos más potentes se asientan sobre las palabras y los argumentos de Ginsburg, insoportablemente actuales, porque no serán hoy en día pocas las mujeres que, como ella, hayan escuchado el "deberías sonreír más", "¿piensas tener más hijos?" o "ya contratamos a una mujer el año pasado".
Felicity Jones está muy correcta en un papel que pide sobre todo contención y no dejarse llevar por la ponderación de la épica del discurso. Equilibra en sintonía la ambición y determinación de Ginsburg con su frustración y rabia, rasgos opuestos presentes todos ellos en cada plano de su rostro. Jones crece frente a la cámara como Ginsburg lo hizo en su primer juicio, pasando de la inseguridad y el miedo a la confianza y el valor que da saber que estás luchando contra el abuso institucional. Aunque sobre sus hombros recae todo el peso de la película, destaca también su buena química con un Armie Hammer que está absolutamente encantador, pero en exceso idealizado. El matrimonio de Ruth y Martin es un ejemplo de igualdad, complicidad y trabajo en equipo, raro incluso hoy día. Kathy Bates y Justin Theroux aportan el toque más desenfadado y casi paródico de la cinta, interpretando a los también abogados Dorothy Kenyon y Mel Wulf.
Waterston, en la piel de Erwin Griswold, decano de Harvard y Procurador General de los Estados Unidos, es el principal antagonista, un hombre convencido de que las mujeres tienen ya suficientes derechos y que ellos, con sus concesiones como las de permitirles estudiar (aunque no ejercer) han hecho bastante en pro de la igualdad. Sus argumentos misóginos en contra del progreso para "proteger a las familias" y el status quo, tienen resonancia incluso en nuestra sociedad actual. El personaje de Griswold es el espejo en el que reflejar a todos los que tienen miedo de que el mundo cambie, de compartir sus privilegios y de deconstruir el machismo.
El feminismo no pide permiso
La historia de Ginsburg sirve para ejemplificar el poder de una idea, de la educación y sobre todo de la integración y la igualdad. En su vida y a través de los años se proyecta una sociedad que ha cambiado y está cambiando gradualmente, mujeres que en todo el mundo se han unido para decir basta sin pedir permiso ni por favor. Ruth, como tantas otras mujeres, abrieron un camino inexistente que en los años 70 recorren nuevas generaciones, sus alumnas y su hija han llevado la lucha feminista a la calle. Ruth y Jane (Cailee Spaeny) son igual de inteligentes, obstinadas y defensoras de la igualdad, pero pertenecen a eras distintas. Donde la madre pedía, la hija exige sin pudor, lo que genera varios conflictos entre ellas, una excusa ingeniosa para mostrar la evolución de las diversas olas del feminismo. Sin Olympe de Gouges, las sufragistas o Clara Campoamor no estaríamos donde estamos, pero el feminismo de nuestras madres no es el feminismo que necesitamos hoy en día.
'Una cuestión de género' es una película inspiradora en un momento en el que aún, y más que nunca, nos tenemos que plantear la discriminación de sexo y la lucha por la igualdad. Mimi Leder no tiene interés en las sutilezas y sí muy claras sus prioridades: mostrar una sociedad en constante evolución en la que, al mismo tiempo y después de más de 50 años, todo sigue igual.
Nota: 7
Lo mejor: Conocer el trabajo de Ruth Bader Ginsburg es probablemente más necesario que nunca y la película tiene muy claro lo que necesita contar.
Lo peor: Es un biopic muy convencional y bastante cursi.