No tiene nada que ver, pero en algún momento durante el visionado de 'Doña Clara (Aquarius)' vino a mi mente una película muy diferente: 'Toy Story'. Pixar marcó a una generación (y a sus padres) y les, bueno, nos hizo pensar sobre la importancia de los objetos. Cuando vimos por primera vez esa habitación llena de juguetes cobrar vida en la soledad, una vocecilla nos dijo en nuestras cabezas que teníamos que cuidar nuestras pertenencias.
Quizá se nos ha olvidado ese mensaje (como tantos otros que nos vendría bien recordar), pero esta comedia de Kleber Mendonça Filho, presentada en el Festival de Cannes y nominada a mejor película extranjera en los César franceses, tiene ese mismo mensaje, aunque con un enfoque más complejo y adulto.
Es una de las tesis centrales de 'Doña Clara', y se nos presenta al principio de la película como toda ella es: de forma sencilla, práctica y certera. Los objetos que tenemos son importantes. En el 70º cumpleaños de la tía Lucía, mientras dos niños que la conocen de forma superficial le recitan un repaso a los acontecimientos que han marcado su vida, ella dirige su mirada a un mueble del salón. Una cómoda sobre la que, 40 años atrás, compartió momentos de pasión con un hombre. Nadie de la veintena de invitados comparte con ella este recuerdo: para ellos, la cómoda es un mueble más. Un objeto viejo que en algún momento perderá su utilidad y será desechado. Desmontado, destrozado, quemado, olvidado. Ley de vida.
Clara, su sobrina, es la protagonista de esta historia. Una periodista y crítica de música retirada y viuda que vive plácidamente en el edificio Aquarius junto a la playa en Recife, al noreste de Brasil. 'Aquarius' es el título original de la película, y el edificio es, junto a doña Clara, el corazón de esta comedia. Ambos tienen 60 años, y ambos han sido abandonados y olvidados. Clara es la última residente del edificio, que ha sido adquirido vivienda a vivienda por una constructora dispuesta a todo para que esta obstinada propietaria abandone su hogar.
Pero Clara no piensa mudarse. "Me iré de este edificio con las piernas por delante", asegura. Interpretada por Sonia Braga ('El beso de la mujer araña') con un carisma y una presencia insuperables, de esos que solo las grandes tienen, Clara no es simplemente una mujer madura terca: es una romántica. Se ve claramente cuando habla de su colección de discos, y no es que ella tenga algo en contra del formato digital, cuyas bondades es capaz de disfrutar. Es solo que los objetos tienen una vida que no deberíamos menospreciar.
Tres episodios conforman la estructura de 'Doña Clara', y cada uno nos descubre una faceta nueva de esta magnética mujer que lleva para adelante una película de casi dos horas y media que nunca llega a aburrir. Mendoça escribe y dirige con esa soltura, esa frescura directa, esa honestidad que tiene el mejor cine sudamericano. Y como la cinta chilena 'Gloria' de 2013, esta consigue sustentar su interés en el retrato de una mujer fuerte, compleja, imperfecta.
En el primer acto, Doña Clara se nos presenta como una interesante mujer, atractiva para su edad, vitalista, intelectual, de clase alta. Una empresa insiste en la puerta de su casa, encarnada en un anciano magnate y su nieto arquitecto, agradable y apuesto, en que lo mejor que puede hacer es aceptar la oferta de compra y dejarles que conviertan ese viejo edificio en un moderno complejo a pie de playa. Clara declina amable pero firmemente.
En el segundo acto, se nos descubre un lado más profundo de Clara: el de la viuda solitaria, superviviente de cáncer de mama, que aún es capaz de disfrutar de una o dos noches de lujuria más (siempre que el hombre elegido esté a su altura, y no resulte ser un hipócrita miserable). No hay mujer que tenga las cosas más claras que ella, y que viva más cómodamente con lo que la vida le ha brindado.
En el último episodio, la encarnizada lucha entre Clara y los férreos magnates toma el control del relato, y ahí es donde conocemos a esa mujer inquebrantable, cerrando el redondo dibujo de un personaje inolvidable. Clara y Sonia Braga son razón más que suficiente para disfrutar de este segundo largometraje de ficción de Kleber Mendoça Filho, pero no son la única.
La realización de Mendoça y su dirección de actores son otra. El también nacido en Recife opta por el naturalismo, y todo el reparto suma, siempre que están en el encuadre. Su cámara se mueve firmemente en busca de eso que quiere mostrarnos, y lo acaba encontrando a base de zooms y panorámicas que podrían parecer desfasados. Es bonito pensar que esta decisión artística es conscientemente un complemento de ese cariño por lo antiguo.
"Cuando os gusta, es vintage, pero si no os gusta, es viejo", le espeta Clara a sus hijos cuando estos le sugieren que venda el piso. La película está llena de frases como esa, que podrían parecer tendenciosas si no fuera por la honestidad que transpira la dirección de Mendoça y el buen hacer de Braga.
Y no por obvio que sea debemos desestimar el valioso mensaje de 'Doña Clara'. En un momento en el que las fotografías ya no ocupan álbumes amontonados en armarios de casa, sino que son unos y ceros almacenados en discos duros, ¿estamos reflexionando lo suficiente sobre cómo vamos a dejar nuestro legado?
Contra las plagas de los parásitos
El director admite que la idea de la película le vino cuando se sintió presionado por unos vendedores por teléfono. La empresa constructora a la que se enfrenta Doña Clara, en esta especie de David y Goliath, es una de tantas que arrasarán con todo lo que se les ponga por delante con tal de enriquecerse.
Por suerte para esta película tan optimista y esperanzadora, hay personas como Clara, que sobreviven en las trincheras, luchando día a día por la cultura, el patrimonio, la memoria. Las cosas que de verdad importan.
Nota: 9
Lo mejor: un mensaje claro y simple, muy importante, y una inabarcable protagonista
Lo peor: que no se escuche su mensaje