En una escena de 'El bar', uno de los personajes protagonistas, encerrados sin salida en un "café bar" de mala muerte del centro de Madrid, dice que las personas somos ratas. Cuando tenemos miedo, nos desprendemos de todo lo accesorio y nos mostramos tal y como somos: cobardes, egoístas, miserables. Citando a Elena, interpretada por Blanca Suárez, somos basura.
Esta visión del ser humano, tan propia de Álex de la Iglesia, el rey del humor negro del cine español que construye sus películas a partir de poner a las peores personas en situaciones límite, le viene que ni pintada a este tipo de historias. 'El bar' entra dentro de ese subgénero de grupos de individuos atrapados que tienen que colaborar para sobrevivir y acaban quitándose las vidas los unos a los otros. Como las ratas que son.
En este caso, un puñado variopinto de personajes, con la única característica común de pertenecer a la clase obrera urbana de la capital, se ve rehén dentro de un bar, amenazado por un francotirador incierto e ilocalizable que mata desde las alturas a las personas que abandonan el establecimiento. Un puñado de personas pobres, en paro, jubiladas, emprendedores de los bajos fondos y algún que otro hipster despistado, que se tirarán de los pelos cuando la desesperación y el miedo haga mella.
Lo más fácil sería decir que el director está radiografiando la sociedad española de la crisis, el desempleo y los desahucios, y es inevitable ver ese reflejo (el mendigo que habla de tiempos mejores, el ama de casa que deja a deber y se gasta la paga en el tragaperras, el policía fascista) pero 'El bar' es, obviando su humor local y sus estereotipos españoles, un relato bastante universal. La historia de un grupo de pobres diablos acosados y desechados por la autoridad y vueltos en última instancia los unos contra los otros por las fuerzas del destino no es, por suerte o por desgracia, algo exclusivo del aquí ni del ahora. Puede que seamos en todas partes y desde siempre, eso, unas ratas.
Quitada esa fácil y obvia lectura de en medio, ¿qué tiene 'El bar'? Mucho Álex de la Iglesia, con todo lo que esto conlleva. Mala leche, por un tubo. Un buen reparto coral que brilla para la comedia, pues claro, luego repasaremos. Algunas de las escenas más brutas y más asquerosas del año de cine español, qué menos. Un principio prometedor que asienta las bases para que la situación, los personajes y los giros vuelen. Claro. Es Álex de la Iglesia, ¿no has visto sus películas?
Luego está la parte negativa de Álex de la Iglesia: su absoluta falta de autocontrol. Algunos dirán que esto también debería estar en la lista de pros, pero cuando uno de nuestros directores más emblemáticos y asentados lleva siete años haciendo películas imperfectas que pecan del mismo descarrilamiento a mitad de metraje, de la misma desmesura y del mismo innecesario abuso de fuegos artificiales, provoca un sentimiento agridulce.
Si una bomba como 'El bar', tan divertida en su primera media hora y tan loca en su totalidad, fuera una ópera prima, aplaudiríamos con las orejas. El nuevo gran director del cine español, la revolución que esperábamos y necesitábamos.
Pero después de 'Balada triste de trompeta', 'La chispa de la vida', 'Las brujas de Zugarramurdi' y 'Mi gran noche', incluso los que disfrutamos de sus películas y pensamos que es de agradecer que una figura como el bilbaíno exista siquiera, y pueda hacer un cine tan personal y tan único, no nos podemos desprender de una sensación muy concreta. La de que De la Iglesia está desaprovechando sus potentes ideas, su innegable talento y a sus repartos, siempre rebosantes de carisma y presencia y muy bien dirigidos.
Mario Casas, por ejemplo, nunca está mejor que con este director. Es su tercera película juntos, y es el que más oportunidades le ha dado para brillar fuera de lo que se espera de él. Esta es la peor de las tres, pero su patético publicista modernillo, Nacho, que pasa de tonto acojonado a complejo superviviente, vive uno de los arcos más sólidos del guión.
Los mejores son, de todos modos, Terele Pávez, Carmen Machi y Secun de la Rosa. La primera es una bestia que se come la cámara y protagoniza los momentos cómicos más conseguidos de su primera mitad; y los otros dos no se quedan atrás, pero además ofrecen en el desenlace sendas escenas inesperadamente dramáticas y emotivas. El camarero sufrido que se esfuerza por relacionarse con las personas, Sátur, y la valiente Trini son probablemente la mirada más esperanzada y filántropa que Álex de la Iglesia puede ofrecer en medio de toda esta maraña de cucarachas.
Jaime Ordóñez por su parte está irreconocible como el mendigo sucio y loco, el recurso salvaje que sirve a De la Iglesia para tirar la historia por donde le venga en gana en cada nuevo giro de guión. Una pena que para el quinto o sexto giro, y cuando la película no lleva ni una hora de metraje, uno empiece a preguntarse dónde nos va a llevar todo esto.
Nos lleva al desenlace apoteósico que Álex de la Iglesia suele ofrecer. Ya sea en las alturas o en las catacumbas, sus finales son explosivos y fatales para la gran mayoría de sus personajes. 'El bar' no es una excepción, pero consigue, de nuevo, que por exceso, agotamiento y exageración uno llegue a él sin importarle demasiado quién ni por qué se salvará, o si explotará todo por los aires sin dejar títere con cabeza. Por el camino, el sentido se perdió hace muchas escenas.
No solo ratas, también cerdos
Blanca Suárez por otra parte cumple el papel de protagonista mona sin mucho que decir. Es una pena que un director que ha ofrecido personajes femeninos tan fuertes e inolvidables ponga en el centro de esta película a una chica plana, sin evolución, iniciativa ni más preocupación que una cita con un chico guapo desconocido.
Pero lo peor está en una escena en la que Elena, el personaje de Suárez, tiene que desnudarse delante de los demás. Israel (Ordóñez) y Nacho no pueden evitar fijarse en su cuerpo, e incluso debaten sus medidas y defectos. De la Iglesia puede escudarse en el hecho de que estos personajes han demostrado ser mezquinos y asquerosos ya en muchos sentidos y ocasiones, pero uno no puede evitar ver ese mismo regustillo, objetivizador y baboso, en la planificación del momento, que ofrece incluso un plano detalle en contrapicado de las bragas de Elena.
La duda es la siguiente. ¿Es De la Iglesia consciente de este vicio, y de los demás vistos en sus últimas películas? ¿O está dirigiendo proyecto tras proyecto en una constante huida hacia adelante, como si se tratara de uno de sus propios personajes, y no le ha dado tiempo a reflexionar?
La siguiente duda es... ¿le dará tiempo a virar y redirigir su ruta antes de que el público le abandone por completo? Los datos en taquilla de 'Mi gran noche' no auguraban un gran margen de maniobra, veremos qué ocurre con 'El bar'.
Nota: 5
Lo mejor: Un comienzo prometedor y divertido, al más puro estilo del director
Lo peor: A mitad del metraje, todo se le va de las manos, al más puro estilo del director