Hace cerca de 20 años ya que Fernando León de Aranoa se adelantó a la crisis económica que estaba por llegar en 'Los lunes al sol'. El director nos sentaba entonces en la barra de un bar donde anidaba la frustración, el fracaso y también el orgullo de un grupo de parados de los astilleros navales tras la reconversión industrial en el norte de España. Javier Bardem se metía allí en la piel de Santa, un soldador que no doblegó su dignidad ni la lucha colectiva a la coacción empresarial. Ahora, y en un movimiento que deja un regusto dulce de mofa e ironía, León de Aranoa le convierte en 'El buen patrón', un contraplano casi amable de aquella historia tan trágica y de tragedia que gira el foco hacia el empresario, ese que toma la difícil de decisión de despedir a los despedidos. Qué listo, joder.
Parece que sátira es la palabra que más se repite al pensar y hablar de 'El buen patrón'. Dícese de un género literario que expresa indignación hacia alguien o algo, con propósito moralizador, lúdico o meramente burlesco. Y en este caso mejor que nos quedamos solo con la última intención. La película nos destapa cinco días en la vida de un empresario de una fábrica de básculas que espera conseguir un premio a la excelencia laboral. Reconocimiento que viene además escoltado de subvenciones regionales. Para colgar esta nueva conquista en su pared de los trofeos, todo tiene que ser perfecto y estar en armonía en este pequeño microcosmos que Blanco, el personaje de Bardem, llama su familia y que controla como el mago de Oz tras la cortina. Sin embargo, el hormigón que protege su imagen impecable e incorrupta empieza a agrietarse en el peor momento y Blanco hará lo que sea necesario para devolver el equilibrio a su empresa. Al fin y al cabo, fabrican balanzas.
Y es que tras 'Barrio', 'Los lunes al sol, 'Princesas' o 'Un día perfecto', podemos decir que el de León de Aranoa es un cine indiscutiblemente social. Como también lo es 'El buen patrón', esta vez con otro prisma. Cuando las películas y las historias tratan el mundo laboral, suelen hacerlo desde nuestro ángulo, entendiendo nuestro como el de una mayoría que no somos CEOs, ni líderes ni movemos millones. Los jefes, los directores y los managers desempeñan el papel antagonista, villanos conscientes sin conciencia. Y precisamente por eso habría sido muy fácil simplificar a Blanco, núcleo todopoderoso de 'El buen patrón', a la falta de escrúpulos de un enorme despacho. Sin embargo, lo que el director y guionista nos propone es un personaje complejo y reconocible, campechano con el matiz que el rey emérito le dio a la palabra, un engatusador que impone sus intereses usando esa picaresca que tanto nos gusta llamar española y no la fuerza. En su foro interno lo que él quiere es que todo el mundo a su alrededor, sus empleados, estén bien, genuinamente bien, aunque solo sea para su propio beneficio. El paternalismo del cacique, ese hombre de mediana edad, no es precisamente nuevo, que ya lo decía el despotismo ilustrado: 'Todo para el pueblo, pero sin el pueblo'. Porque Blanco hace todo lo que puede para ser bueno, es el capitalismo el que no se lo pone fácil, y al final lo que él llama ser una familia es lo que en las empresas grandes e impersonales denominan salario emocional.
Conseguir identificarnos con un personaje así, no hablemos de empatizar, habría sido muy difícil sin recurrir a la comedia, pero a la negra, al humor oscuro, a la que roza lo grosero y entre risas culpables e incómodas logra algo formidable, que en el fondo queramos que las cosas le salgan bien por más rabia que nos de. Alrededor de Julio Blanco los problemas crecen como enanos, desde un gerente que retrasa la producción despistado porque su mujer le pide espacio, a un antiguo empleado acampado en su puerta con pancartas o sus propios affaires extramatrimoniales fuera de control, todo va sumando a un desastre contenido que en cualquier momento puede reventar y esperamos entre congoja y regocijo. El apogeo de esta sensación se alcanza en la secuencia de la cena, un set piece coreografiado desde cada encuadre a cada diálogo de frases lapidaria, aunque nada acaba con el orgullo del hombre hecho a sí mismo con un negocio heredado de su padre.
"Es el mercado, amigo"
Como director, Aranoa plasma en 'El buen patrón' algunas de sus ideas más cinematográficas, alejadas de la naturalidad y la intimidad de sus primeras películas y documentales. Pero son la historia y el tono las que exigen cierto nivel de artificio para alcanzar la suspensión de la incredulidad. Como guionista además ha creado un personaje interesantísimo, humano y al borde de la caricatura con el que Bardem juega acercándose al exceso como pocos actores pueden hacerlo. Un peinado de peluquín, unos movimientos y una cadencia al hablar excéntricos que es capaz de defender como si fuesen los suyos propios y salir airoso. Y además, que parezca fácil.
'El buen patrón' tiene la difícil tarea, casi sobrehumana, de mantener en equilibrio el enaltecimiento de su protagonista y la reprobación de su conducta, de transmitir las evidentes intenciones de su director sin caer en el descarado y paternalista adoctrinamiento; pero la balanza es demasiado frágil. Y no, ni alcanza ni busca la equidistancia, para qué.
Nota: 9
Lo mejor: Bardem, el tono, el ritmo.
Lo peor: Que de una manera u otra, todos conozcamos a un buen patrón.