Los exorcismos y las posesiones siempre han constituido de alguna manera la piedra angular del terror moderno en el cine americano. 'La semilla del diablo' y 'El exorcista' fueron clave para introducir este tipo de historias al público general, asentando una iconografía (escupitajos sangrientos, levitaciones, oraciones en latín) que ha sido imitada, homenajeada y extendida hasta nuestros días con películas como 'Expediente Warren' o 'Insidious', pasando por las gamberradas de Sam Raimi con 'Posesión infernal'.
Siempre hay un niño o una niña cuyo cuerpo termina poseído por el diablo, y siempre hay un cura (normalmente crepuscular, cansado y antihéroe) que debe hacer frente a ese poder demoniaco. Sin embargo, hasta el momento no habíamos tenido oportunidad de ver una película sobre posesiones con Gabriele Amorth como protagonista, uno de los exorcistas más famosos de la historia. El que fuese el exorcista Jefe del Vaticano afirmó haber participado en más de 70.000 exorcismos, además de sostener que personajes como Hitler o Stalin podían haber estado poseídos, y de criticar la saga Harry Potter por ser tener detrás "al rey de la oscuridad, el diablo".
Su polémica figura, así como su extensa carrera llena de libros publicados, casi que pedía a gritos una adaptación a la gran pantalla. Ha venido de la mano de Screen Gems, distribuidora conocida por abordar el terror fantástico con la saga 'Resident Evil' o la cinta 'Underworld: Evolution', pero también el tema que nos ocupa, con la conocida 'El exorcismo de Emily Rose'. Russell Crowe fue el elegido para interpretar al famoso padre en 'El exorcista del Papa', dirigida por Julius Avery ('Overlord', 'Samaritan').
Lugares comunes y destellos de carisma
Precisamente por la cantidad de referentes que se han mencionado en los párrafos de arriba, 'El exorcista del papa' tiene serios problemas para desmarcarse de lo ya visto y encontrar su esencia. La historia es algo típica: Familia americana (conformada por Alex Essoe, Laurel Mardsen y Peter DeSouza-Feighoney) hereda una abadía en San Sebastian y el niño pequeño resulta estar poseído. Llaman a Amorth para que se encargue del caso y empieza a destapar algo más grande que conecta con la antigua Inquisición española.
Quizá el reducto que encuentra la película de Avery para fundamentarse se divida en dos. Por un lado, la filosofía de la película trata de blanquear el discurso religioso, haciéndolo accesible para el público general mediante recursos más terrenales y universales como nuestros miedos o nuestros arrepentimientos. Por el otro, un siempre correcto Russell Crowe se basta y se sobra con su carisma y su presencia en pantalla para empujar la película hacia arriba, teniendo ciertos momentos destacables que un actor de su talla cubre sin problemas.
No obstante, rápidamente vuelve a caer en lugares comunes, lugares ya transitados, como ese crucifijo que se gira, ese maquillaje sobrecargado para enfatizar el herpes cutáneo, ese susto esperado o esa irremediable intuición del espectador que sabe perfectamente cómo va a terminar porque lo ha visto un millón de veces ya. Y, a pesar de todo, logra imprimirle un sello 'Indiana Jones' con ciertos toques de exploración y aventurilla clásica.
Sí que cabe destacar, además de unos funcionales flashbacks que permiten empatizar más con el personaje de Crowe (será el único con el que lo consigas) y su pasado partisano, ese final convertido en una bizarrada absoluta, llena de sangre, explosiones carnales y vírgenes reconvertidas en repugnantes criaturas del inframundo. Sin embargo, estas escasas virtudes apenas consiguen equilibrar una balanza que, si no fuese por Crowe, estaría totalmente descompensada del lado de la desidia y la repetitividad.